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Berlín, la ciudad de las mil caras

Hugo de Cominges

Quien no haya estado nunca en Berlín, no encontrará ningún problema al desplazarse por su enorme extensión gracias a una red de metro tan eficaz como gigantesca. Lo primero que sorprende al bajar al subsuelo berlinés es la falta de controles en las estaciones. Cualquiera puede acceder libremente a las vías sin tener que pasar por ningún tipo de torno.

Eso sí, la picaresca mediterránea puede salir cara, porque si algo no falta son revisores: en el espacio de una semana, nos los encontramos hasta en tres ocasiones diferentes, y en dos de ellas iban de incógnito ...

Otro medio muy agradecido para desplazarse por la ciudad son las bicicletas. Debido a la planicie de la ciudad, este vehículo resulta ideal para recorrer los diferentes barrios, si el tiempo acompaña.

Y para aquellos que les dé pereza circular por los numerosos carriles bici, una recomendación: vale la pena hacerlo al menos para visitar el magnífico Tiergarten, el parque más grande de la ciudad, que acoge desde el espectacular Parlamento hasta el zoo -en alemán, su nombre significa “jardín de los animales”-, pasando por diferentes lagos e idílicos jardines para descansar, beber o comer algo.

Delante de la entrada del zoo se pueden alquilar bicicletas, aunque la mayoría de hoteles de la ciudad disponen de servicios de este tipo.

Las dos plazas más emblemáticas de Berlín son la Alexanderplatz y la Potsdamer Platz. La primera de las dos está flanqueada por la icónica torre de telecomunicaciones Fernsehturm, desde cuyo café giratorio situado a 203 metros de altura se pueden divisar unas increíbles vistas de la urbe.

Mientras que la Potsdamer Platz es la imagen del Berlín más moderno y alberga la sede de la Berlinale, el popular festival de cine, así como el muy recomendable museo del cine.

El recuerdo del muro y de la división

No muy lejos de aquí encontramos CheckPoint Charlie, el punto de control más conocido para pasar de los desaparecidos Berlín Oeste y Berlín Este, así como el interesante centro de documentación 'Topografía de los terrores', que muestra (gratuitamente) el horror provocado por los nazis entre 1933 y 1945. Frente a este museo se conserva un trozo bastante largo del antiguo muro de Berlín.

También son interesantes barrios periféricos del este como Prenzlauer Berg, que alberga numerosos restaurantes y tiendas, o Kreuzberg, repleto de buenísimos kebabs turcos: en uno de ellos, el Mustafa, se forman colas casi apocalípticas.

Cerca de este lugar también se halla, frente al río Spree, la East Side Gallery, el tramo superviviente del muro más largo -cerca de 1,5 km-, que se encuentra recubierto por cientos de pinturas murales, aunque hoy en día están bastante deterioradas debido al vandalismo.

Y si desea hacer una escapada de un día, vale mucho la pena visitar la vecina ciudad de Potsdam, a sólo 20 km y una hora de metro, por los espectaculares palacios de Federico II de finales del siglo XVIII, así como por su encantador barrio holandés.

Quien no haya estado nunca en Berlín, no encontrará ningún problema al desplazarse por su enorme extensión gracias a una red de metro tan eficaz como gigantesca. Lo primero que sorprende al bajar al subsuelo berlinés es la falta de controles en las estaciones. Cualquiera puede acceder libremente a las vías sin tener que pasar por ningún tipo de torno.

Eso sí, la picaresca mediterránea puede salir cara, porque si algo no falta son revisores: en el espacio de una semana, nos los encontramos hasta en tres ocasiones diferentes, y en dos de ellas iban de incógnito ...