La “imposible” conciliación durante la adaptación escolar: “Me he cogido dos semanas de vacaciones”

Pau Rodríguez

Barcelona —

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El desafío horario al que se someten las familias que deben compaginar el trabajo con el cuidado de los hijos, un auténtico sudoku que hay que resolver a principios de septiembre, suele tener como prueba iniciática la conocida como adaptación. Consiste en facilitar a los más pequeños una entrada gradual y en compañía de sus progenitores, algo que los primeros agradecen pero que obliga a los segundos a tirar de vacaciones, días festivos o abuelos para cubrirlo.

Para Elena y Javier, residentes en Madrid, el reto es doble. Su hijo pequeño, de un año, comienza en la escuela infantil, mientras que el mayor, de tres años, da el salto al colegio. Ambos requieren una adaptación estos primeros días y para hacerlo posible, uno de los progenitores, Javier, ha acabado tirando de vacaciones. “He tenido que cogerme dos semanas para gestionar estos días porque si no era imposible, es una locura”, comenta. 

Como Elena trabaja en una fundación para personas con discapacidad, y debe seguir el calendario escolar, ha sido Javier, periodista, quien ha asumido esta tarea. Comenzó el 4 de septiembre con cinco días de adaptación progresiva del más pequeño. “Primero lo dejé una hora, luego dos, luego se quedó a comer y después ya hizo allí la siesta”, relata. 

El día 9, fecha de la vuelta al colegio para la mayoría de alumnos españoles, fue el turno del mayor. Una semana completa de entrada gradual, a la que se le suman dos semanas más de horario solo de mañanas. “El horario completo, hasta las 16.00 horas, no comienza hasta octubre”, constata Javier. 

La adaptación escolar, que se ha extendido en la mayoría de escuelas infantiles y colegios en las últimas décadas, tiene una razón de ser. “El proceso de entrada al mundo educativo requiere una acogida, porque estamos hablando de una nueva maestra, un nuevo espacio, una nueva organización… Y muchas horas”, destaca Eva Sargatal, educadora de Infantil y formadora en la asociación de maestros Rosa Sensat. “A medida que uno se hace mayor, tiene estrategias y herramientas para gestionarlo, pero los más pequeños necesitan las de sus adultos de referencia”, argumenta. 

Sargatal recomienda a los centros que traten de consensuar este período con las familias, a poder ser de forma individual en función del progreso de cada niño o niña. Con todo, la extensión suele ir desde los primeros días a hasta dos semanas o más, si resulta complicada. “La familia debe desaparecer progresivamente para que el niño pueda vincularse a la educadora, pero si el primer día ya lo dejas de 9.00 a 17.00, puede estar llorando todo el rato y es un sufrimiento muy largo”, constata. 

Uno de los problemas de la adaptación es que sobre ella hay mucho escrito, pero poco regulado. No aparece en el calendario escolar, ni en ninguna ley o decreto, con lo que cada centro acaba decidiendo por su cuenta y los progenitores tienen poco margen para pedir a sus respectivas empresas las facilidades horarias para llevarla a cabo. 

Un permiso no remunerado que no arranca

Desde 2023 existe en España un permiso parental pensado para situaciones como esta, pero todavía son pocos los que lo solicitan, en parte porque no es remunerado. Los padres y madres pueden coger hasta ocho semanas hasta los ocho años de edad de su hijo, una ausencia pensada para cubrir vacaciones escolares, adaptaciones, jornadas intensivas y otros desajustes horarios respecto a la escuela. 

“Como suele ocurrir con las políticas de conciliación nuevas, se comunican poco y por lo tanto es poco conocido”, lamenta Elisa Stinus, investigadora del Institut Infància i Adolescència de Barcelona. “Es cierto que no es remunerado, y esto puede tirar para atrás a muchos, y que no te soluciona la vida, pero hay que insistir en que es ya un derecho laboral”, defiende. 

Como ya no me quedaban días libres, tomé la opción del permiso no remunerado. No voy a perder mucho dinero porque total, ya estoy de reducción de jornada

El planteamiento de este permiso es de hecho insuficiente. La Comisión Europea, que es quien establece unos mínimos para los países miembros, ha advertido a España, bajo amenaza de multa, de que al menos la mitad de este permiso debe ser remunerado. Ahora mismo su corrección se encuentra sobre la mesa del Ministerio de Hacienda, en negociación con el de Derechos Sociales. 

Núria Sanahuja, enfermera de 35 años y con un hijo de uno, Pau, es una de las que lo ha solicitado. Para la primera semana de adaptación ha usado vacaciones, y para la segunda, el permiso no remunerado. “Como ya no me quedaban días libres, y quería hacer una adaptación con unos mínimos, tomé esta opción”, dice. Y bromea: “No voy a perder mucho dinero porque total, ya estoy de reducción de jornada”. 

“Para mí, conviene hacer una adaptación con cierta calma, porque no estamos hablando de dejar un gato, sino a una pequeña persona que se separa de quien le da seguridad”, reflexiona Núria. “Cuanto más progresivo, menos violento para él y menos dramas familiares luego”, añade.

¿Debe ser la adaptación obligatoria?

Uno de los aspectos más discutidos de la adaptación, y que más quebraderos de cabeza generan a las familias, es su obligatoriedad. Como no está regulado, algunos centros lo ofrecen como opcional, otros la recomiendan encarecidamente, y también los hay que la establecen como obligatoria para todo el mundo. 

¿Debería serlo? “Entiendo que es controvertido, pero yo creo que sí, el problema es que tenemos poca cultura de infancia”, señala la educadora Sargatal. “Solo si lo hacemos obligatorio acabaremos forzando a las empresas y a las administraciones a poner más facilidades a las familias”, defiende. 

Stinus, por su parte, discrepa: “Debería ser flexible, para tener en cuenta la distintas realidades”. “Entiendo que pedagógicamente está sustentado, pero las familias que se pueden permitir hacerla fácilmente son muy pocas, y hay que tener en cuenta a las que no pueden”, constata esta politóloga.

No tengo claro que las escuelas deban fijar su extensión de forma obligatoria y, si lo es, al menos las empresas deberían facilitarlo por norma. Tampoco tengo claro que sea beneficioso para el niño alargarlo tanto, porque siempre va a haber un momento en que se pondrá a llorar

“Yo comparto la necesidad de hacer una mínima adaptación, pero no tengo claro que las escuelas deban fijar su extensión de forma obligatoria y, si lo es, al menos las empresas deberían facilitarlo por norma”, señala Lara, de 35 años, docente de profesión. En la escuela infantil de su hijo de dos años, en Barcelona, son aproximadamente siete días. 

Como ella no puede cogerse festivos, puesto que es docente, acaban recurriendo a los abuelos, que se hacen cargo del pequeño durante todas las horas en que todavía no va a la escuela. También su pareja aprovecha algunos días de teletrabajo para ausentarse unas horas y retomar su actividad laboral más tarde. “No tengo claro que sea beneficioso para el niño alargarlo tanto, porque siempre va a haber un momento en que se pondrá a llorar”, apunta. 

Elisa Stinus expone que para alcanzar una conciliación familiar y laboral óptima se requiere de la colaboración al mismo tiempo de todo el mundo: de la pareja, para empezar, para que no recaiga en uno solo. Pero también de las empresas, del Estado y de las instituciones municipales. “Hay compañías que ofrecen medidas pensadas para las familias, como puede ser mayor flexibilidad horaria o el 100% de teletrabajo durante períodos así”, señala. Esto último, añade, puede parecer poco, pero la conciliación fracasa por culpa de la media hora que uno pierde en el transporte del empleo a casa. 

Pasado el inicio de curso, ya en octubre, las adaptaciones irán concluyendo y la mayoría de alumnos, salvo excepciones en las que puede durar más, irán encontrando su sitio en las aulas. Superada esa prueba, en los hogares tocará acabar de cuadrar los horarios de todo el curso. Otro encaje de bolillos en el que a menudo entran reducciones de jornada –que mayoritariamente cogen las mujeres–, extraescolares, servicios de acogida, abuelos y canguros. 

“Nosotros ni siquiera sabemos cómo lo haremos todavía”, reconoce Javier. El menor de sus hijos termina a las 15:30 la escuela infantil. “Nadie o muy pocos terminan la jornada laboral antes de las 16.00 horas, así que sí o sí hay que buscar soluciones. La vida laboral y la de los críos es incompatible”, sentencia.