No es democracia para equidistantes

20 de noviembre de 2025 14:57 h

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“La guerra, señora, no entiende de sentimentalismos”. Con esta frase sentenció Francisco Franco a Alfonso Gaspar Soler en 1936, cuando su esposa fue a pedirle clemencia. En 1916, este médico salvó la vida al entonces joven oficial en las tierras del Rif. Veinte años después, aquel militar se mostró inmisericorde con quien le operó durante tres horas. El efecto mariposa de aquella intervención lo conocemos: un golpe de Estado, una guerra incivil y cuarenta años de represión, miedo y violencia.

Este episodio se salvó del olvido gracias al archivo del PCE y a la investigación de Armand Balsebre y Rosario Fontova publicada en Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo. Si lo recupero para este artículo es para ilustrar la crueldad del régimen que asoló España durante cuatro décadas. De un criminal cuya muerte en la cama, agonizando igual que en aquella batalla, conmemoramos.

Cincuenta años han pasado ya. Como un soplo. Especialmente para quienes nacimos alrededor de aquel 20N de 1975. Al mirarnos en el espejo observamos el paso del tiempo. Nacimos con la Constitución. Crecimos en la Transición. Hemos atravesado no sé cuántas crisis económicas. Y, sin embargo, somos tan jóvenes como nuestra democracia. Unos imberbes. Basta compararnos con lo transitado por nuestros padres y madres, nuestros abuelos y abuelas, para darnos cuenta de nuestra suerte. Somos la generación X.

Estamos marcados por el símbolo de la incógnita. Como estos tiempos que vivimos, en los que se ataca la verdad para aniquilar las certezas. Así llegamos a este 20N surfeando sobre una ola reaccionaria, de lejía abrasadora.

Con Franco se vivía mejor. Creó la Seguridad Social. Construyó pantanos. Todo el mundo tenía acceso a la vivienda. Había más seguridad. A las mujeres se las respetaba. Los españoles emigraban con papeles. Con Franco bla, bla, bla…

Todo mentiras convertidas en propaganda con la que nos invade el mismo fascismo al que Unamuno le espetó aquel “vencer no es convencer, y no puede convencer ese odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia”. Ese odio campa a sus anchas. Nos intenta persuadir a través de las redes sociales, por pseudomedios y medios, en tertulias televisivas o radiofónicas. En todos ellos no solo se blanquea el fascismo, ¡se exalta!

Eso es lo que hace la alcaldesa de València, que gobierna con Vox, al dejar caer en una entrevista que el franquismo “es una etapa de la historia que tiene sus lados positivos y negativos”. Lo más sorprendente, o no, es que el entrevistador le dé la oportunidad de condenar la dictadura, pero ella persista en ese empeño. Lo que confirma que no es casual. Al contrario. Actúa con premeditación calculada.

Lleva dos años al frente de la tercera capital de España y ha impuesto negacionismo del valenciano cuestionando a la Academia Valenciana de la Lengua, del cambio climático entregando a Vox la gestión de la Albufera o renunciando a proyectos como el Corredor Verde, el Bulevar Cultural, la Avenida del Puerto o el soterramiento del túnel de Pérez Galdós. Negacionista de la igualdad al eliminar políticas activas de empleo; de la diversidad al arrancar la bandera LGTBI del balcón y amparar en su gobierno a quienes difunden discursos de odio contra personas homosexuales, migrantes o mujeres. Ahora, también, negacionista de la memoria democrática.

Qué pena que lo de María José Catalá no sea un hecho aislado. La derecha ha perdido la vergüenza de defender sus orígenes fascistas y está intentando ganar un relato que fomenta la indiferencia. Un relato que pone en el mismo plano a quienes lucharon por defender la libertad y a quienes nos privaron de ella. Que intenta hacernos creer que la democracia fue cosa del mismísimo Franco. “Me hizo rey para crear un régimen más abierto”, ha escrito Juan Carlos I en sus desmemorias.

Qué pena que enfrente prolifere la equidistancia: “Los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden”, como escribió Celaya. Esta es la tarea que urge, la de tomar partido hasta mancharse porque, cincuenta años después de la muerte de Franco, España vuelve a necesitar ingenieros del verso y obreros de la democracia. Porque medio siglo después, estamos en manos de los nostálgicos de la dictadura. Esta no es democracia para los equidistantes del ‘extremismo mal’, sino para quienes ponen el grito en el cielo y, en la tierra, los actos. Defender la democracia, señoras y señores, no entiende de sentimentalismos.