Pasta con salsa cremosa de coliflor: una receta para aficionados y detractores de esta verdura

La coliflor es una de esas verduras que generan bandos. Está quien la defiende con fervor, quien la tolera con resignación y quien la evita a toda cosa. No ayuda su fama de verdura triste de haberla comido hervida, sin matices. Pero una vez convertida en salsa cremosa para pasta, puede reconciliar incluso a los más escépticos.

En los últimos años, la coliflor se ha transformado en un ingrediente omnipresente en recetarios y cocinas domésticas. No porque esté de moda sin más, sino porque encaja perfectamente en una forma de cocinar cada vez más extendida. La coliflor es barata, se produce localmente, está disponible buena parte del año y, sobre todo, tiene un sabor lo suficientemente neutro como para transformarse casi a voluntad.

Buena parte del rechazo que despierta la coliflor tiene que ver menos con el ingrediente en sí que con cómo se ha cocinado tradicionalmente. Hervida en exceso, pierde textura, aroma y cualquier atractivo. Pero tratada con un mínimo de atención, al vapor, asada, salteada o triturada, revela una capacidad sorprendente para generar platos reconfortantes.

La salsa cremosa de coliflor parte de esa idea: aprovechar su textura una vez cocida para construir una crema sedosa que funcione como base para un plato de pasta. No pretende sustituir a la nata ni hacerse pasar por una salsa de queso, aunque pueda recordar a ellas. Su virtud está en otro sitio: en ofrecer una sensación de cremosidad sin pesadez y en servir de soporte para otros sabores más reconocibles.

Más allá de filias y fobias, la coliflor tiene argumentos nutricionales de peso. Pertenece a la familia de las crucíferas y es rica en fibra, vitaminas del grupo B y vitamina C, además de aportar minerales como el potasio o el fósforo. Su bajo contenido calórico y su capacidad saciante la convierten en una aliada habitual en dietas que buscan equilibrio sin restricción extrema. También contiene compuestos antioxidantes y antiinflamatorios que, según distintos estudios, se asocian con beneficios para la salud cardiovascular y digestiva. 

Cocina de subsistencia

La coliflor se cultiva y consume en el Mediterráneo desde hace siglos, aunque durante mucho tiempo su uso estuvo marcado por la economía doméstica y la cocina de subsistencia. Tradicionalmente, se preparaba hervida o al vapor, acompañada de aceite, vinagre o una bechamel sencilla, y formaba parte de guisos, potajes y platos de cuchara, especialmente en los meses fríos.

En España, como en otros países europeos, fue una verdura habitual en la cocina popular del siglo XX por su bajo precio y fácil conservación, pero rara vez ocupó un lugar protagonista. No fue hasta finales del siglo XX y principios del XXI, con la llegada de nuevas corrientes culinarias y una revalorización de las verduras, cuando empezó a explorarse más allá de sus usos clásicos y a integrarse en preparaciones más creativas.

La receta base de salsa de coliflor

La salsa cremosa de coliflor funciona especialmente bien con pastas cortas y con volumen, capaces de atrapar la crema en sus pliegues y huecos. Penne, rigatoni, fusilli o mezze maniche son opciones ideales, porque su forma ayuda a que la salsa se adhiera y el conjunto resulte más equilibrado. También puede utilizarse con conchas o farfalle, que aportan textura y una sensación más ligera en boca.

En cambio, las pastas largas y finas, como los espaguetis o los tallarines, requieren una salsa algo más fluida para no quedar apelmazadas, aunque pueden funcionar si se ajusta bien la textura con agua de cocción. En todos los casos, el punto de la pasta —al dente y bien ligada con la salsa— es clave para que el plato funcione.

La preparación es sencilla y no requiere ingredientes difíciles de encontrar. Para cuatro personas bastará con una coliflor mediana, 300 ó 400 gramos de pasta corta, una cebolla pequeña o un puerro, un par de dientes de ajo, aceite de oliva virgen extra, sal, pimienta y caldo vegetal.

La coliflor se separa en ramilletes y se cuece hasta que esté bien tierna, preferiblemente al vapor o en poca agua para no diluir su sabor. En paralelo, se sofríen a fuego suave la cebolla y el ajo hasta que estén blandos y ligeramente dulces. Se añade la coliflor, un poco de caldo y se deja hervir unos minutos antes de triturar todo hasta obtener una crema fina. Ajustar de sal y pimienta y añadir un chorrito de aceite en crudo suele ser suficiente para redondear la salsa.

La pasta, cocida al dente, se mezcla directamente con la crema. Un poco del agua de cocción ayuda a ligar el conjunto y a ajustar la textura. El resultado es una pasta untuosa, suave, que no necesita mucho más para funcionar.

Cómo convencer a quienes dicen no soportarla

Si el objetivo es contentar a los detractores de la coliflor, hay dos caminos posibles: esconderla mejor o acompañarla mejor. La primera opción pasa por añadir ingredientes con carácter que dominen el conjunto. Un buen queso curado rallado, una cucharada de mostaza, un toque de pimentón ahumado o incluso una anchoa disuelta en el sofrito pueden transformar por completo la salsa y desplazar el protagonismo de la verdura.

La segunda opción consiste en jugar con contrastes. Un topping crujiente —pan rallado tostado con ajo, frutos secos, semillas— aporta textura y distrae al paladar. También funcionan bien los ingredientes salinos y umami: aceitunas, alcaparras, jamón salteado o panceta crujiente. No se trata de camuflar la coliflor, sino de integrarla en un conjunto más complejo.

Para quienes ya están convencidos

Quienes disfrutan de la coliflor encontrarán en esta receta un punto de partida fácil de adaptar. Se le puede añadir nuez moscada, ralladura de limón, levadura nutricional o un chorrito de nata si se busca una versión más clásica. También admite variaciones según la pasta elegida o la temporada: espinacas salteadas, setas, guisantes o hierbas frescas funcionan especialmente bien.

Más allá del plato concreto, esta pasta con salsa cremosa de coliflor refleja una forma de cocinar cada vez más común: aprovechar ingredientes humildes, sacar partido a las verduras y replantear recetas tradicionales desde un lugar más flexible. No es cocina de sustitución ni de renuncia, sino de adaptación. A veces no hace falta cambiar de gustos, sino de receta.