Los planes de fomento de la lectura se diseñan en los despachos pero generan dudas en las aulas

Carmen López

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El lema del nuevo Plan de Fomento de la Lectura (2021-2024) que el Ministerio de Cultura presentó hace unas semanas lleva por título Lectura infinita. El propósito es hacer crecer el porcentaje de personas que afirman haber leído al menos un libro al año y que está en el 65,8%, según la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España 2018-2019, los últimos datos de los que se dispone.

Este plan es ya el cuarto de estas características. Leer te da más estuvo activo entre 2001 y 2004. Le siguió Si tú lees, ell@s leen en 2005 y hasta 2008: durante la vigencia de ese plan, el porcentaje de lectores estaba situado en el 57,7% (2006). Durante casi una década –durante el segundo Gobierno de Zapatero (PSOE) y el primero de Rajoy (PP)– no se implementó ningún plan para fomentar la lectura a nivel nacional, a pesar de que en 2007 entró en vigor la Ley de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas, que recoge la obligación del Gobierno de aprobar y desarrollar planes de fomento de la lectura con una frecuencia periódica y una dotación presupuestaria adecuada. En 2015 se realizó una nueva encuesta, que indicó que la población lectora había crecido cuatro puntos y medio (62,8%). Según el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes (conformado así en aquel momento) había “mucho camino por recorrer”. Por ello, se creó un nuevo plan en 2017, que se prolongó hasta 2020, titulado Leer te da vidas extra, con un guiño a los videojuegos. “Una parte significativa de la población sigue sin mostrar excesivo interés por los libros”, analizaba aquel plan. El número de lectores no ha experimentado un crecimiento espectacular desde el inicio de esta serie de iniciativas por lo que surge la pregunta de si estas estrategias son necesarias y efectivas.

María José Gálvez, directora general del Libro y Fomento de la Lectura, se agarra al pie de la letra de lo que dice la ley e indica que “si sirve para sumar un lector o para atraer y seducir a la gente para que se acerque a la lectura, ya tienen su utilidad y su funcionalidad”. “Si no hubiera planes, seguramente este índice sería menor. Es verdad que el avance es pequeño, pero es constante y se aumenta todos los años un poquito”, valora.

Ajustar los plazos de evalución

Esa es la visión de los despachos de un ministerio pero, al bajar hasta las aulas de un instituto cualquiera: “Hay una gran brecha que no se llega a superar entre los magníficos planes del Ministerio y lo que luego es capaz de hacer llegar a las aulas”, sostiene Patricia Martínez, profesora de Lengua y Literatura en un instituto público de Asturias.

El plan, durante toda su vigencia, tiene una dotación presupuestaria de 39 millones de euros. De ellos, 13,2 millones se invertirán en 2022. La directora general espera que, al menos en 2023 se prorrogue la misma cantidad, pero podría ser más: “Todo lo que seamos capaces de conseguir”.

Gálvez adelanta que en el plazo de dos o tres semanas su Dirección General va a presentar un sistema de autoevaluación para no esperar a hacer balance en 2024 y contemplar qué ha funcionado y qué no. “Para nosotros es un riesgo, pero creo que es justo realizar esta autoevaluación periódica”, indica.

¿Qué es leer?

Los doce desafíos que se contemplan en Lectura infinita están destinados a fomentar la lectura del libro impreso pero, como es esencial captar la atención del público juvenil (15-18 años), han tenido que abrirse a nuevos soportes y formas de escritura. “Estamos hablando del libro como el corazón de la lectura, pero también de tebeos y de nuevos soportes: los ipads, las tablets, los móviles, los blogs”, explica Gálvez. “Luego estaría esa parte más en el límite, que no es lectura strictu sensu, que son los audiolibros, que aunque sí que están decodificando un texto e interpretándolo, no es lectura. De hecho, en el ámbito académico se habla de lectores y audiolectores”. De momento, las redes sociales no entran en el plan.

Óscar Valiente es el director general de Norma Editorial, dedicada a la edición de cómics y libros ilustrados. Uno de los debates que se generó en torno al Bono Cultural Joven que los jóvenes que cumplan 18 años en 2022 podrán solicitar a partir de este año, fue acerca de en qué se van a gastar esa asignación. En Francia se instauró una medida similar en mayo del año pasado y el 75% del dinero se invirtió en librerías, sobre todo en cómics de manga, una tendencia que también se prevé en España y que algunos han desdeñado. “Lo primero sería afirmar que indudablemente el manga es lectura y es cultura, y el plan puede ser esencial para lograr algunos de los objetivos del sector del cómic, que está reivindicando más atención por parte de las instituciones”, comenta Valiente.

“De hecho, se integró al sector del cómic en el grupo de trabajo del Plan de Fomento de la Lectura a través de la asociación Sectorial del Cómic. El sector reclama más presencia en los ciclos educativos, en las bibliotecas, en las iniciativas públicas culturales, en la formación de los mediadores de la lectura (...). Tampoco hay que olvidar que el cómic es un sector en auge, sobre todo entre la población más joven, por lo que también se percibe como un aliado para lograr algunos de los objetivos generales de este plan”, señala Valiente.

Apoyar al creador

Uno de los desafíos más llamativos del plan es el titulado Dotar de prestigio a la creación literaria. Está enfocado a conseguir que ser creador –además del escritor incluye también al traductor y al ilustrador– sea una profesión y que, además, resulte atractivo para los más jóvenes. “Igual que si ves a un chaval con un monopatín y piensas que cómo mola, pues que veas a un chaval con un libro y que sea lo mismo”, apunta María José Gálvez. En ese sentido camina también el Estatuto del Artista, que ha “tomado impulso” con la creación de la Comisión Interministerial y la fijación de un calendario.

Manuel Rico es el presidente de la Asociación Colegial de Escritores (ACE), una de las entidades que participó en la Mesa del Libro creada en 2020 y de donde partió el planteamiento de este plan, que afecta a los miembros de su gremio. Evidentemente, considera que este tipo de iniciativas son necesarias, pero matiza que: “el secreto de estos planes es que se hagan de manera descentralizada”. “Que haya una iniciativa estatal pero que luego las comunidades autónomas la asuman a través de sus redes de bibliotecas, de su red educativa. Es fundamental que el plan de fomento de la lectura contemple el ámbito de la enseñanza, especialmente en primaria y secundaria que es desde donde se gestan los lectores”, añade.

Qué pasa en las aulas

Lo que plantea el presidente de la ACE es uno de los principales puntos de conflicto de los planes de fomento de la lectura: cómo llegan a los estudiantes y el efecto que tienen. Es uno de los grupos etarios en los que se ha visto una regresión del número de lectores, así como en el de los mayores de 55. Rico afirma que es fundamental que la inversión del presupuesto disponible se haga “a ras de tierra”. “Que se sepa exactamente el dinero que se invierte en que haya presencia de escritores en institutos y colegios, para que haya actividades reales de fomento de la lectura en los centros culturales pegados a los barrios, que haya una actuación poliédrica”, incide el presidente de la Asociación Colegial de Escritores.

“La aplicación [de los planes] queda a expensas de la voluntad del docente”, relata, sobre su experiencia Patricia Martínez, la profesora asturiana. “No hay una canalización operativa y efectiva ni de los proyectos ni del dinero. Yo sigo en Facebook a la Dirección General del Libro y me entero de cosas chulas que van sacando pero, por ejemplo, para un proyecto piloto seleccionan a diez centros de toda España. A su vez esto es endogámico, porque van a escoger a los que ya tienen proyectos o a gente que investiga y que se forma”, sostiene.

“Al menos en Asturias, la Consejería de Educación no reserva horas para que los docentes investiguen o se apunten a proyectos”, señala. “No hay carencia de recursos, pero los tienes que buscar, en muchas ocasiones, poniendo de tu tiempo personal que a lo mejor podrías destinar a preparar clases o a corregir exámenes. Esto pasa en centros pequeños como el mío, en otros que tienen a una persona liberada para llevar la biblioteca, por ejemplo, ahí ya se pueden hacer más cosas. Pero esto de que la biblioteca no la lleve nadie en concreto o alguien durante las guardias o los recreos es muy habitual”, añade.

Con ella coincide Javier Mestre, profesor de la misma asignatura y escritor de novelas como Made in Spain (Caballo de Troya) o Fábrica de cuentos (La Oveja Roja). “El Estado mucho habla de fomento de la lectura pero luego no libera horas de los profesores, que somos los que nos ocupamos de las bibliotecas en los institutos públicos”, sostiene. Su percepción a lo largo de los años que lleva trabajando como docente es que hay un descenso importante del hábito lector.

En su opinión, a la Administración debería “pasarle ya la locura que tiene con las nuevas tecnologías en la escuela”. “Sabiendo que los hijos de los ejecutivos de Google van a escuelas analógicas, por qué están fomentando constantemente la tecnificación aquí. Yo creo que el fomento de la lectura empieza por un regreso a la escuela analógica, hacerla una reserva del universo letrado que está en peligro por la irrupción de las TIC”, indica. Para Mestre, las TIC “disminuyen la capacidad de concentración y atención y perjudican la construcción de nuevos lectores”. Otra de sus observaciones es que sus estudiantes, además de leer menos, leen peor. “Es preocupante. Cada vez tenemos que poner a los chavales libros más sencillos y más simplones porque su capacidad de atención disminuye”.

Para el también escritor y profesor Iban Zaldua, que acaba de publicar Panfletario con Pepitas de Calabaza, un libro que circula alrededor de conceptos relacionados con la lectura y la escritura, el tema de si los esfuerzos del Gobierno deberían ir enfocados a la calidad de los libros y no tanto en la cantidad, es controvertido: “No acabo de ponerme de acuerdo conmigo mismo. Hay días que me levanto menos cenizo y me digo qué más da, adelante con todo, cualquier cosa es buena para leer, desde los prospectos farmacéuticos hasta Murakami o Danielle Steel, de perdidos al río, la cosa es que leamos, leamos y leamos. A fin de cuentas, yo también me convertí en lector a base de cómics y novelas de aventuras que tienen más bien poco que ver con lo que se entiende por alta literatura”.

Pero, por otro lado asegura: “Los días que me puede la desesperación pienso que no, que de la cantidad no sale necesaria y automáticamente la calidad, y que los poderes públicos deberían hacer un esfuerzo en ese sentido. Una biblioteca no debería fomentar, por ejemplo, la lectura de best sellers. El estado tiene que contrapesar el poder del mercado, también en el ámbito de la lectura: creo que debería esforzarse más en ello. Ocurre lo mismo que con los que se ‘oponen’ a la crítica negativa: si decimos que todo el monte es orégano literario, el único que gana, al final, es el mercado. Y eso supone enfrentarse, de alguna manera, a la cuestión de la calidad. Aunque ya sé que es muy pero que muy resbaladiza”.

Zaldua sopesa si no sería más efecto que los planes, el “destinar cantidades de dinero más importantes a ayudas para que el precio de los libros fuera menor, o a ampliar los presupuestos y los medios de que disponen las bibliotecas públicas, cuyos fondos, hay que recordarlo, se recortaron drásticamente a raíz de la crisis de 2008”. Pero, a la vez, apunta esta reflexión final: “Siempre cabe la misma duda que suele tenerse con la propaganda electoral tradicional, la de toda la vida: puede que no sirva para nada, que apenas afecte a la dirección del voto, pero nadie se atreve a prescindir del todo de ella, por si las moscas”.