“Estamos conectados, pero no acompañados”: lo que aprendimos tras contar que ya no compartimos la vida, nos la resumimos

Juanjo Villalba

4 de diciembre de 2025 22:20 h

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Me intriga muchísimo el mecanismo por el cual un artículo o una publicación en redes sociales se vuelve viral. A veces todo parece un capricho del algoritmo, un hecho arbitrario de una máquina de funcionamiento opaco que decide qué merece circular y qué no. Y esa sensación, siendo honesto, resulta un poco desesperanzadora: ¿cómo hacer llegar una idea a los demás en un ecosistema dominado por plataformas enormes que deciden qué compartir y qué no?

Otras veces, en cambio, ocurre lo contrario: algo que escribes, con la misma ilusión de siempre, encuentra una grieta en la atención colectiva y se propaga con una rapidez que incluso puede llegar a superarte. Entonces quieres creer que aún queda esperanza y que cuando un tema realmente toca una fibra, acaba llegando, a pesar de todo.

La semana pasada se publicó un artículo con el que pasó exactamente eso. Se titulaba 'La cultura de quedar para ponerse al día con amigos: por qué ya no compartimos la vida, nos la resumimos' y se expandió en redes con una velocidad que confirmó que esa intuición de que algunas personas podrían sentirse identificadas con él era correcta.

En cuanto salió, mis bandejas de entradas se llenaron de mensajes diciendo “esto es exactamente lo que me pasa”. La publicación que había hecho en mi cuenta personal de Instagram, estaba siendo compartida por personas desconocidas a un ritmo creciente. También algunos de mis amigos me escribieron para preguntarme: “A nosotros no nos pasa, ¿no?”. 

Pero, sin duda, uno de los puntos de inflexión en la distribución del artículo fue el vídeo que publicó la ilustradora Adela Angulo, conocida en Internet como Adela por Dios, que disparó su alcance, especialmente en TikTok donde, en el momento de escribir este artículo, ha superado el millón de visualizaciones.

Cuando le pregunto a Adela por qué razón decidió grabar este vídeo, me responde que porque le removió algo emocionalmente: “Me pareció muy triste”. “Me da mucha pena confirmar algo que ya sospechaba, que es así y que no tiene pinta de que vaya a cambiar. Sentí mucha comprensión respecto a esa sensación de insatisfacción constante que tengo cuando hago este tipo de quedadas en las que quedas con alguien para resumirle los últimos acontecimientos de tu vida, que es la mayoría de veces”. 

“También me pareció interesante tener la confirmación de que las redes desplazan la vida. Es decir, en teoría nacieron para complementar, para salvar distancias insalvables entre las personas, pero han pasado a literalmente sustituir las relaciones reales”, continúa. “Si te lo puedo contar por audio, pues ya no hace falta que quedemos’, pensamos. A mí misma esto me pasa mucho, pero luego me invade una sensación de vacío, de que aunque haya mucha gente alrededor yo no me siento acompañada”.

Con el vídeo quería “saber si más gente se sentía así, si era una sensación común o una cosa particular mía. Irónicamente, lo compartí por redes, donde se generó un debate muy chulo, pero habría estado guay contarlo tomándome algo con mis amigas”.

Tristeza, culpa e incomodidad compartida

Como demuestra la viralidad del artículo, mucha más gente se sintió como Adela y también decidió compartirlo en sus propios canales. Es el caso, por ejemplo, de la psicóloga Andrea Mezquida, que me cuenta: “A nivel personal me tocó bastante porque yo lo vivo en primera persona. A día de hoy quedo con mis amigas para ponernos al día y no tanto para hacer cosas como hacíamos antes”. Siente que “la vida adulta, el aceleramiento y el hecho de que el trabajo esté en el centro de nuestras vidas” ha transformado la amistad en algo que hay que encajar “como si fuera una tarea más”.

La vida adulta, el aceleramiento y el hecho de que el trabajo esté en el centro de nuestras vidas ha transformado la amistad en algo que hay que encajar como si fuera una tarea más

Desde el punto de vista profesional, Andrea explica que a su consulta acuden muchos pacientes jóvenes (aunque también más mayores), que “manifiestan que prefieren estar en casa sin hacer nada o sumergidos en sus cosas que quedar con sus amigos porque eso les supone una tarea. Prefieren estar con el móvil”. Y continúa: “Es algo bastante preocupante porque veo a mucha gente que sufre de ansiedad social y que vive con mucha angustia”.

La artista multidisciplinar Tarántula también decidió compartir el artículo en sus redes. En su caso, el tema le resultó una llamada de atención. También la hizo sentirse algo culpable. Cree que, en cualquier caso, “está bien haberle podido poner nombre a algo que considero clave para hacer que mis conexiones sean más significativas o que con el tiempo vayan perdiendo calidad”.

La cantante Anni B Sweet, que también lo compartió, habla desde un lugar parecido. Al leer el artículo, sintió que “ponía palabras a algo que llevo notando desde hace mucho tiempo”, explica. “Me conmovió porque sentí que hablaba de una soledad compartida. Estamos rodeados de mensajes pero con mucha falta de presencia, de tiempo lento y de ese tipo de conversaciones que no caben en una pantalla. Soy de una generación que ha crecido entre lo analógico y lo digital y me siento negociando continuamente con esa forma de relacionarnos mediada por pantallas y por la rapidez, donde todo se comprime. Siento nostalgia por la profundidad y la cercanía, pero el ritmo actual nos empuja a la superficialidad todo el rato”.

Y añade algo más: “Además, me crea una ansiedad extraña sentir que todo lo que se cuenta debe ser breve. Es como si tuviéramos que estar editando nuestra propia vida para que no aburra (quizá por influencia de las redes) y esa presión por sintetizar ha acabado calando en la vida real”.

Estamos rodeados de mensajes pero con mucha falta de presencia, de tiempo lento y de ese tipo de conversaciones que no caben en una pantalla

Amistad convertida en logística

Otro de los aspectos que señalaron muchas personas en sus comentarios al respecto del artículo tiene que ver con que las amistades, a menudo, se han vuelto una gestión.

La poeta Amalia Buitrago lo resume con una precisión brutal: “Hemos convertido la amistad en una gestión logística y eso es algo que nos satura y nos cansa. Mis amigas y yo llevamos años compartiendo estas impresiones y hablar de ello lo hace real”. 

Amalia recuerda cómo, cuando era adolescente, tenía un pacto tácito con sus amigas del barrio: todos los fines de semana se iban a ver, no precisamente para hacer nada, solo iban a juntarse. “No sé si era porque éramos más pequeñas y entonces no cabía ese ocio relacionado con el consumismo como ir de bares, a centros comerciales o a actividades concretas que suponen dinero”, recuerda. “Entonces no nos quedaba otra que salir por ahí, dar vueltas, sentarnos en bancos y ese tipo de cosas. Cuando creces, la cosa cambia”. Ahora todo pasa por agendas, tiempos, distancias y disponibilidad.

Cuando creces, la cosa cambia. Ahora todo pasa por agendas, tiempos, distancias y disponibilidad

Al principio, Paula Pardo, creativa publicitaria, no se sintió nada reflejada en el artículo: “Lo primero que sentí fue alivio porque pensé que no hablaba de mí”. Ella siente que sí que vive sus amistades de una forma plena, pero el tema se quedó flotando en su cabeza. “Al rato me di cuenta de que uso constantemente palabras como gestionar, buscar hueco, organizar… Esos términos están totalmente establecidos en las conversaciones con mis amigos, lo que resulta un poco sospechoso”. 

¿Generacional, urbano o consecuencia de un capitalismo asfixiante?

Se podría decir que la mayoría de las personas que compartieron el artículo en redes entraban en la categoría de “jóvenes”. ¿Implica esto que se trata de un problema generacional? ¿O tiene más que ver con que una gran parte de los usuarios de estas plataformas pertenecen a las nuevas generaciones?

Casi todas las entrevistadas coinciden en que hay un componente generacional en todo esto. Incluso aunque algunas de sus causas impacten en todas las franjas de edad. Sin embargo, de alguna forma, tal y como opina Adela, las personas que hoy en día tienen en torno a 30 años se encuentran en el epicentro de fenómenos de este tipo, provocados por fuerzas como el capitalismo, la cultura del rendimiento o la sensación de que no hay futuro. “Pero es que además estamos en un momento en el que es necesario tomar muchas decisiones que afectarán al resto de nuestra vida como ‘¿tengo hijos o no?’, ‘¿debería reorientar mi carrera profesional?’, etc. Con lo que la sensación de soledad que ya es intrínseca de este momento vital, se magnifica”, explica.

En los pueblos te encuentras por la calle y te vas a tomar un café. Todo es mucho más sencillo

Otras voces también matizan la mirada general. Cristina Santa Quiteria, fotógrafa, que creció en un entorno rural de La Mancha, cree que más que generacional, el problema es sobre todo urbano: “Esto en los pueblos no pasa”, afirma con rotundidad. “Puedes tener mucho trabajo, puedes tener criaturas, puedes tener la hipoteca, el coche, etcétera, pero la gente queda más a menudo. Es mucho más espontánea con el quedar. En los pueblos te encuentras por la calle y te vas a tomar un café. Todo es mucho más sencillo”.

¿Puede cambiar algo?

Después de tantas conversaciones, surge inevitablemente la pregunta: si todos sentimos que algo no funciona, ¿por qué no lo cambiamos? Lo que aflora sobre todo entre las entrevistadas no es una respuesta, sino una mezcla de deseo, duda y un cierto alivio simplemente por hablar de ello.

La poeta Amalia Buitrago reconoce que simplemente hablar con sus amigas la ayudó a ver el problema con más claridad, aunque no haya alcanzado todavía una solución. “Intento buscar soluciones y me encuentro estancada… Me da miedo porque hay mucha gente a la que quiero muchísimo y distanciarme de ellas me duele, pero como la rueda esta del capitalismo, de la productividad, de la eficiencia no la puedo parar, no puedo parar mi trabajo ni el suyo, ni la hora que tengo hasta llegar a su casa. ¿Qué hacemos?”, se pregunta. 

La artista Tarántula, más combativa, prefiere pensar en términos de resistencia cotidiana: “En el fondo soy una persona muy orgullosa y me niego a que el posmodernismo me coma”, asegura. “Y voy a hacer todo lo que esté en mi poder para cambiar esto”. 

Para dar una cierta esperanza, Anni B Sweet visualiza un giro colectivo y pronostica que, quizá, tras llegar a una situación límite en las relaciones, es posible que llegue una especie de “resaca digital” que nos haga recapacitar a nivel colectivo y volver a la situación inicial. “Cuando algo llega al extremo, de alguna forma la vida empuja hacia el lado contrario. Quizá ya está empezando a pasar y si no, en todo caso, es muy necesario reflexionar sobre ello”.