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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Una herramienta para el cambio

Xabier Benito

A principios de año celebrábamos los 4 años desde el surgimiento de Podemos y este 24 de Mayo es también el cuarto aniversario de nuestra primera cita electoral en las elecciones europeas de 2014. Son aniversarios también importantes en Euskadi, ya que el surgimiento con fuerza de Podemos–Ahal dugu en la política vasca (no pronosticado por muchos y muchas incluso del propio Podemos) ha supuesto un revulsivo importante al romper la dinámica de bloques que estaba afincada desde hace años y agotando los márgenes políticos en Euskadi. Hoy, cuatro años después, y en la medida en que Podemos Euskadi siga manteniendo esa importancia y fuerza, seguirá teniendo también la capacidad de inclinar y alterar el tradicional tablero de la política vasca.

Volviendo a los inicios, Podemos era —y sigue siendo— una herramienta para el cambio político, conocedores de la importancia de la presencia y acción institucional para impulsar los cambios sociales. En aquel momento, éramos conscientes también de los límites de la institución y los peligros de solo limitar nuestra acción política a ella. No se puede marcar agenda solo desde la institución.

Una de las experiencias que me ha enseñado mi paso por el Parlamento Europeo es que las instituciones son espacios dónde hay que estar y hacer política desde ellas, pero que son tremendamente elitistas y limitadas. En su diseño, en sus reglas y en cómo se estructuran las relaciones y debates internos se comprueba que los partidos tradicionales (o al menos los principales) no representan la pluralidad de la sociedad, sino mayoritariamente al sector más poderoso. La corrupción, por ejemplo, no es sólo un problema de avaricia, sino de cómo el poder se relaciona y sella acuerdos sólo con el poder. Un cesto de manzanas podridas hablando entre ellas. En Bruselas es clara también la ‘burbuja’ que una institución genera: en lo físico (el barrio europeo: gentrificado, cosmopolita, pudiente), y en lo político; parece dar igual cuánto crezca la desigualdad, baje la renta de las familias, crezca la precariedad o cuántas personas mueran en el Mediterráneo, el debate de las élites sigue siendo quien es más europeísta o qué hacemos con los escaños del Brexit.

Gobernar te permite colocarte en una posición favorable para liderar el cambio de un país, pero gobernar no puede ser en sí mismo el objetivo de una organización política. Confundir el camino con el destino es tremendamente peligroso. Casi tanto como pensar que nuestro papel no está también en esas instituciones impulsando nuevas mayorías sociales. La clave será, por tanto, la acción en las instituciones ‘junto a’ y ‘fiscalizado por’ los movimientos sociales y sociedad civil, una suerte de auditoría y guía externa. Los movimientos sociales no son los satélites que te llenan las manifestaciones al toque de corneta como a veces se les ha tratado desde diversas organizaciones políticas de este país, sino la vanguardia social. Podemos no es un movimiento social, pero si un partido que debe cumplir su papel en las instituciones junto a estos, marcando una agenda social e institucional que desborde, dentro y fuera de las instituciones.

Sin embargo, no es fácil mantenerse en el tiempo con el tablero político en las manos sin correr el riesgo de acabar siendo un actor más en él. Y lo que es peor, un actor con poca relevancia y devorado por las dinámicas institucionales. Del convulso mapa político europeo podemos sacar también otra conclusión: frente al proyecto neoliberal totalmente desconectado de cualquier tipo de proyecto social al que las fuerzas políticas ‘del extremo centro’ nos arrastran, las fuerzas contestatarias del ‘statu quo’ avanzan a grandes pasos. Desgraciadamente, también progresa la extrema derecha. Es por esto que las fuerzas políticas que estamos por la democracia, el feminismo y la justicia social debemos ser también la clara oposición a este extremo centro para que el descontento no acabe como en el Brexit, en un movimiento destituyente y xenófobo que no va a aumentar los derechos ni el bienestar de nadie, ni de la población nativa ni de la extranjera.

En definitiva, es estratégicamente necesario marcar distancia con las fuerzas políticas tradicionales y no caer en el abrazo del oso de sus dinámicas, sus consensos y sus instituciones como le ha pasado a la socialdemocracia: a nivel europeo con la gran coalición, a nivel estatal con la abstención al gobierno de Rajoy y apoyo del 155 y a nivel vasco con el gobierno PSE-PNV.

Una organización política debe ser inteligente, medir los tiempos y las posibilidades en cada momento, abriéndose paso hacia sus objetivos, pero para ello necesita tener fuertes raíces en el territorio, con la ciudadanía y con las organizaciones sociales contribuyendo a generar un bloque social con ilusión y capacidad para cambiarlo todo sin perder en el camino el rumbo del proyecto político.

A principios de año celebrábamos los 4 años desde el surgimiento de Podemos y este 24 de Mayo es también el cuarto aniversario de nuestra primera cita electoral en las elecciones europeas de 2014. Son aniversarios también importantes en Euskadi, ya que el surgimiento con fuerza de Podemos–Ahal dugu en la política vasca (no pronosticado por muchos y muchas incluso del propio Podemos) ha supuesto un revulsivo importante al romper la dinámica de bloques que estaba afincada desde hace años y agotando los márgenes políticos en Euskadi. Hoy, cuatro años después, y en la medida en que Podemos Euskadi siga manteniendo esa importancia y fuerza, seguirá teniendo también la capacidad de inclinar y alterar el tradicional tablero de la política vasca.

Volviendo a los inicios, Podemos era —y sigue siendo— una herramienta para el cambio político, conocedores de la importancia de la presencia y acción institucional para impulsar los cambios sociales. En aquel momento, éramos conscientes también de los límites de la institución y los peligros de solo limitar nuestra acción política a ella. No se puede marcar agenda solo desde la institución.