Hablando (con cuidado) sobre Educación para la Transformación y Ciudadanía Global

Blanca Jiménez Díaz, Equipo Técnico de la Coordinadora Extremeña de ONGD

A veces resulta difícil explicar a las personas que no forman parte de nuestro sector a qué nos referimos con hacer “Educación para el Desarrollo” o trabajar en pro de una “Ciudadanía Global comprometida”. En realidad hay mucha gente que hace Educación para el Desarrollo pero no lo sabe. Por eso últimamente nos gusta más el término que empieza a imponerse: “Educación para la Transformación”; parece más comprensible para cualquier persona que quiera saber de qué hablamos: educar para transformar-te, transformar tu barrio, transformar tu vida, transformar la sociedad, transformar el mundo…

Hace unos días, en el transcurso de una entrevista, dentro del proceso de Diagnóstico sobre Educación para el Desarrollo que estamos llevando a cabo en Extremadura, una persona –sensible con el mundo en el que vivimos pero no conocedora del sector de la cooperación y las ONGD– nos preguntaba si con ello nos referíamos al desarrollo personal, a todo eso que tiene que ver con trabajarnos como personas.

En principio nos resultó un poco impactante pero enseguida nos dimos cuenta de que en realidad no iba tan desencaminado porque se trata de eso, ¿no?, de transformar-nos nosotras mismas para luego poder transformar. Un trabajo personal, desde lo pequeño, desde lo local, que repercuta en lo global. Este compañero, cercano a los ámbitos de educación alternativa y educación libre, es un convencido del lema que compartíamos en 2014 en el Congreso del Instituto Universitario Hegoa: “Cambiar la educación para cambiar el mundo… ¡Por una acción educativa emancipadora!”.

Nos estamos dando cuenta que al hablar de Ciudadanía Global, es decir, de cómo generar empatías con los problemas que promueve el modelo, las personas suelen situarse mejor en las problemáticas más cercanas. Y esto es así porque no tenemos que irnos muy lejos para vislumbrar sus efectos de desigualdad y exclusión, en nuestros barrios, en nuestras plazas, en nuestras ciudades.

El modelo de desarrollo que tenemos afecta a todo y a todas en cualquier rincón del mundo. Y si logramos acercar a la gente hasta ahí, y relacionarlo con ese modelo de desarrollo abrasivo en el que vivimos, quizás seamos más capaces de contribuir a que se mire a la ciudadanía global con menos desconfianza, y a las personas como ciudadanas y ciudadanos del mundo, sin fronteras, dependientes unas de otras y de la naturaleza.

En el seno de la Coordinadora Extremeña de ONGD hemos consolidado un proceso de reflexión que nos ha permitido construir nuestra propia definición de “Educación para el Desarrollo”. Para las organizaciones que forman parte de nuestra Coordinadora, se trata de “Un proceso continuo y participativo que busca formar sujetos políticos emancipados con la capacidad de ejercer su poder para crear realidades más justas, horizontales e igualitarias”.

En este camino nos hemos encontrado con ciertas controversias. El concepto global, por ejemplo, generó discusiones porque de alguna manera parece que de fondo resuena el hecho de estar al servicio del capitalismo; también suscitó debate el término ciudadanía, a veces entendida bajo una mirada occidental.

Y también el concepto de “Sujeto Político” puesto que a menudo se identifica con partidos políticos o con ejercer el poder sobre otras personas. En este caso, estamos convencidas de que nos han arrebatado el verdadero significado del concepto. Ya es hora de recuperarlo y de traerlo al frente, si lo que queremos es tratar de convertirnos en sujetos transformadores para cambiar las relaciones de poder.

Y como “somos andando”, como decía Paulo Freire, esperemos encontrar las palabras y las maneras para explicar que aquello que buscamos, y por lo que trabajamos cada día, es construir un mundo más justo donde las personas (las de nuestros barrios y las que viven en el otro lado del mundo) puedan vivir una vida que merezca ser vivida, poniendo los cuidados en el centro de nuestras acciones, confrontando esa cultura de consumo y patriarcal que nos circunda, de norte a sur, de este a oeste.