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El clan Baltar perpetúa en Ourense su poder orgánico con reglas propias al margen de la dirección de Feijóo

Daniel Salgado

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Solo cinco compromisarios del PP de Ourense optaron el pasado fin de semana por no respaldar a José Manuel Baltar Blanco. La victoria de su candidatura a la presidencia provincial del partido se saldó así con un 99,2% de los 662 sufragios emitidos. Pero al también presidente de la diputación ourensana no parece preocuparle la disidencia. Ese 0,8%, él mismo lo explicó, correspondía a los miembros de la mesa, que votaron en blanco para “mantener su independencia”. De haber descontento –en julio anunció que los compromisarios convocados eran 934–, este no se manifestó en el congreso del pasado domingo. Martin Luther King tenía un sueño, “pero el PP de Ourense está a punto de tocarlo con los dedos”, clausuró Baltar su discurso de reelección.

Nadie esperaba otro resultado. Hace tres congresos que Baltar Blanco no tiene rival interno. Solo en su estreno, cuando en 2010 se presentó para tomar el relevo de su padre, José Luis, las direcciones gallega –Feijóo– y española –Rajoy– del PP apoyaron una alternativa. No prosperó, Baltar Blanco heredó y Miguel Jiménez Morán, ex alcalde de Verín, descansa en el Senado. Aquella victoria inaugural fue la más ajustada, alrededor de un 60%. Desde entonces, sus porcentajes rondan siempre el 100%.

Es cierto que los cuatro congresos provinciales de los populares gallegos han registrado niveles de adhesión a sus presidentes semejantes a los ourensanos. En A Coruña, Diego Calvo reunió el 96%; en Pontevedra Alfonso Rueda el 98,1%; y en Lugo Elena Candia, el 98,2%. Pero, además de unas décimas, existe otra diferencia substancial. Mientras Feijóo y la cúpula gallega controlan la organización en esas tres provincias, comandadas por hombres y mujeres de confianza, Baltar Blanco va por libre. Y sus intereses no siempre coinciden con los del presidente gallego, a quien impone discurso y posición sobre la agitada vida política ourensana.

El pacto con Jácome

Durante la campaña previa a las últimas elecciones municipales, Feijóo aseguró que un gobierno local de Pérez Jácome –el candidato de Democracia Ourensana, una estrafalaria formación de derechas– sería “letal para la ciudad”. Pero los números no daban. El PSOE fue la candidatura más votada, seguida del PP y Jácome, casi empatados. Baltar Blanco estaba a punto de perder la diputación y solo un pacto con su antigua némesis, Jácome, podría solucionarlo. Se hizo. A cambio, el PP dio le dio la alcaldía de la ciudad y entró en un gobierno de coalición. El pacto fue tan a contragusto de la dirección gallega que el candidato popular, el ex regidor Jesús Vázquez, designado directamente por Feijóo y enfrentado a Baltar, se negó a incorporarse al gabinete.

El mandato de Jácome, como todo hacía prever, está siendo convulso. El pasado año, de hecho, saltó por los aires. Una parte de su formación, Democracia Ourensana, lo abandonó, en medio de graves acusaciones de corrupción. El PP baltarista los secundó. La tercera ciudad de Galicia por número de habitantes entró en territorio ignoto: llegó a gobernarla un ejecutivo de tres personas, Jácome y dos ediles fieles. Baltar se negaba a buscar una solución con la oposición –conformada por el PSdeG, en 2019 la lista más votada; BNG y Ciudadanos. La parálisis municipal se intensificó. Feijóo, amparado en su blindaje mediático, no fue capaz de apartarse de la maniobra baltarista.

Pero Jácome resistió el embate, a pesar de que entretanto Baltar aseguró su mayoría en el ente provincial gracias a un cambio de chaqueta de una ex militante de Ciudadanos. Sin embargo, hace solo unos meses Baltar y Jácome se reconciliaron sin que transcendieran los motivos y el PP regresó al gobierno local. Más allá de la ciudadanía que padeció los efectos directos de la gestión de la batalla, hubo una víctima política colateral: Jesús Vázquez. El ex conselleiro de Educación que Feijóo había enviado a Ourense y en 2015 se hizo con la alcaldía dimitió y dejó la política insititucional. Una vez más, el presidente de la Xunta observaba la función sin intervenir. Ourense es geografía proclive al PP, pero a un PP que mantiene distancia con la dirección de Santiago de Compostela. Más todavía con la de Madrid.

El poder municipal de los populares

Y eso a pesar de que la que Baltar Blanco heredó de su padre es la única de las cuatro diputaciones que no está en manos de PSdeG y BNG. El poder municipal del PP quedó tan agujereado en 2019 que los ediles en el ejecutivo de Jácome son su máxima cota en las llamadas siete ciudades gallegas. Los alcaldes de las otras seis son socialistas –A Coruña, Lugo, Ferrol, Santiago y Vigo– y nacionalista –el de Pontevedra. Para contribuir a solucionar esta posición subalterna, Baltar se comprometió, en la misma intervención en la que comparó a su partido con el sueño incumplido de Martin Luther King, a “aspirar a lo máximo”.

“Quedan 609 días y en esa cita el PP ganará en todos los ayuntamientos de la provincia y en la entidad menor de Berán. Además, tendremos la mayoría absoluta en la diputación”, afirmó. A día de hoy, gobiernan 59 de los 92 ayuntamientos de la provincia, los socialistas 23 y el BNG, cinco. Hay cuatro de pequeños partidos y uno, el de Viana do Bolo, no adscrito, pero ex militante del PSOE que accedió al puesto tras una moción de censura apoyada por el PP y dos tránsfugas socialistas.