La lección de Francia: ¿y si el peligro para las democracias fuera la abstención?

Mariangela Paone

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Un fantasma sobrevuela desde hace años sobre los procesos electorales en las llamadas “democracias maduras”. Y no, no es –o mejor dicho, no solo– el auge de la extrema derecha. Es la abstención, esa decisión libre de los votantes de no acudir a celebrar el rito de las urnas, de no contribuir con su voto a definir el gobierno de su país, de su región o de su pueblo. En las elecciones legislativas en Francia del pasado domingo, unas elecciones importantes para los equilibrios políticos del país, el primer partido ha sido el de la abstención, que ha llegado casi al 54 por ciento. Dicho de otra manera, menos de la mitad de los electores ha votado. Las razones son múltiples, según los expertos, y algunas tienen que ver con factores nacionales, pero otras son comunes a las que alientan esa tendencia en otros países aunque de forma menos marcada que en el país galo. También son comunes los riesgos. En un contexto de alta polarización y auge de la extrema derecha, la baja participación no solo puede aumentar la inestabilidad, sino también el riesgo de que los ciudadanos perciban a los gobernantes como ilegítimos.

La “especificidad francesa”

Si aún en los años 70 y 80 la participación llegó a rondar el 80 por ciento, la bajada en Francia ha sido constante y especialmente acentuada a partir 2002. “Hay una explicación importante relacionada con los cambios institucionales. A partir de 2002, el mandato presidencial se redujo a cinco años y las elecciones legislativas siempre se han celebrado unas semanas después de las presidenciales. Muchos votantes tienen la impresión de haber hecho lo fundamental votando para la presidencia y ven las elecciones legislativas como elecciones de confirmación”, explica Pierre Bréchon, profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad de Grenoble Alpes. Para Brechón, si hay una “especificidad francesa” tiene que ver precisamente con su sistema institucional que acentúa una tendencia presente en varios países europeos. “Es una tendencia vinculada a la evolución de los valores que se aprecia desde finales de los 80, cuando las generaciones nacidas en los 60 llegan a la edad adulta y valoran cada vez más la individualización y la autonomía personal, el actuar según el derecho a expresarse cuando se quiere y la reticencia a actuar por un simple sentido del deber basado en principios”, dice.

El factor del diseño institucional también ha influido en el voto del domingo a pesar de que se auguraba un resultado mucho más incierto que hace cinco años, según Mathieu Gallard, jefe de investigación de Ipsos Francia. La abstención ha batido récord en el primer turno y se ha mantenido en el segundo.

El perfil del abstencionista

Según un estudio de Ipsos Francia, el perfil del abstencionista es el de un votante joven y de renta baja. Entre los jóvenes de entre 18 y 24 años, solo el 29 por ciento fue a votar. Los niveles de participación crecen al aumentar la edad hasta llegar al 66 por ciento de los mayores de 70 años. Lo mismo pasa con el nivel de ingresos: la abstención de los que ganan menos de 1.250 euros al mes alcanzó el 64% frente al 49 de las rentas más altas. “Son grupos que se están alejando de las instituciones y del sistema político y que creen que con gobiernos de izquierda, de derecha o centristas para ellos no cambia nada”, comenta Gallard.

“Para los jóvenes, hay una dinámica muy específica. Tienden a decir que elegir a un presidente o a un diputado cada cinco años no es lo que ellos interpretan como legitimidad del sistema político. En nuestras encuestas, vemos que quieren ser involucrados más en el corto plazo y más allá de las elecciones, mediante referéndum y otros instrumentos de democracia directa, no se sienten muy cercanos a la democracia representativa”, añade. Esto no quiere decir que no estén politizados. “Para ellos el voto es un derecho, mientras que para los mayores es un deber. Y los más jóvenes creen que la democracia puede expresarse en formas diferentes: aman las peticiones, participar en movimientos sociales como el movimiento contra el cambio climático o la injusticia social. Creen que votar no es suficiente, que es algo que se puede usar y, por ejemplo, durante las presidenciales su participación fue alta, pero cuando no ven cuál es el punto de la cuestión no votan”, explica.

La falta de proximidad de los partidos

Para Laura Morales, catedrática de Ciencia Política en el Instituto de Estudios Políticos de París, la aceleración del declive de la participación en las elecciones –a todos los niveles– también se debe a factores coyunturales, como la precarización del trabajo y el empobrecimiento de los trabajadores. “Esos sectores de la población son los que con mayor facilidad se retiran de la participación electoral cuando se encuentran en situaciones precarias y no están muy satisfechos con la respuesta del sistema político”, comenta. “Su participación depende mucho de que los partidos políticos los movilicen. Y llevamos ya varias décadas sin que los partidos cumplan esa misión en el modo en el que podían hacerlo en los años 50 y 60, porque, no solamente en Francia, se han quedado en estructuras bastante raquíticas que no tienen una capacidad de movilizar el electorado sobre el terreno”, añade Morales. Un análisis compartido por Gallard: “El sistema de partidos ha fallado en esto un poco en todos los países. Hasta los 80 teníamos en Francia un partido comunista muy arraigado en la sociedad, muy cercano a asociaciones, sindicatos... También los partidos de la derecha estaban bien arraigados, pienso en los gaullistas en los 70 y 80. Ahora, si tú paseas por una ciudad en Francia no ves nada que tenga que ver con un partido a excepción del periodo electoral. No tienen oficinas, sedes locales...”. Una falta de proximidad física que no es solo simbólica: “La gente los ve como distantes. Y vale para la izquierda, el centro de Ensemble de Emmanuel Macron o la derecha”.

Para Morales, la importancia de la estructura territorial incide sobre todo en la estabilización de los partidos y su electorado en el largo plazo, sobre todo para las formaciones más nuevas, como ha podido pasar en España con Podemos, Ciudadanos o también Vox. “Sostener el entusiasmo inicial es intrínsecamente complejo porque en las sociedades actuales las expectativas de los electores con respecto a cuál es su papel potencial en la política son muy difíciles de cumplir cuando uno empieza a interactuar con la política institucional real”, dice. Esto, añadido a la aparición de conflictos internos, erosiona la base territorial: “Si no estás presente en el territorio, las campañas electorales reposan cada vez de forma más exclusiva en la comunicación política, a través de los medios de comunicación, la televisión y en cierta medida la prensa digital, pero también las redes sociales... Son mecanismos de movilización mucho más difíciles de controlar y más sujetos a eventos aleatorios”.

La polarización y la extrema derecha

Otro de los factores que contribuye a la desmovilización es la polarización, que en Francia ha llegado hasta tal punto de acabar con el “frente republicano”, es decir, el cordón sanitario ante la extrema derecha. En un sistema de colegios uninominales de doble turno esto ha hecho que, en las legislativas del domingo, Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, haya conseguido 89 escaños. “Cuando han tenido que elegir entre un candidato de izquierdas y uno de extrema derecha, los centristas no han ido a votar, y cuando se decidía entre un centrista y uno de extrema derecha, no lo han hecho los de izquierdas. El 'frente republicano' ha colapsado”, dice Gallard, quien afirma que es difícil decir quién tiene más responsabilidad entre Ensemble de Emmanuel Macron y Nupes, pese a que los principales representantes de la coalición de izquierda liderada por Jean-Luc Mélenchon sí dijeron de forma más clara que ningún voto tendría que ir a parar a la extrema derecha. “Los grandes líderes de la coalición presidencial de la República en Marcha, en cambio, han llegado a establecer una equivalencia moral y política entre la 'radicalidad' de la Francia Insumisa y la Agrupación Nacional de Marine Le Pen. Es evidente que no son comparables desde el punto de vista de las políticas que están promoviendo y de las connotaciones en términos de protección de derechos humanos básicos y de igualdad de la dignidad de las personas”, apunta Morales. Esa llamada “teoría de los extremos” resonó mucho en Grecia, otro país con una creciente abstención, durante los años de la crisis financiera en la eurozona y los recortes en el gasto público, cuando los partidos del establishment equiparaban la coalición de Syriza con la extrema derecha de Amanecer Dorado.

Para Morales, no es una casualidad que la alta abstención coincida con un auge de la extrema derecha: “Hay estudios que comienzan ya a mostrar que la polarización extrema de la competición electoral puede hacer que determinados sectores de población que son más moderados se sientan muy alejados y participen menos electoralmente, precisamente porque no se sientan representados por el ruido político que esa polarización representa”.

El peligro para la legitimidad democrática

Uno de los riesgos de porcentajes muy altos de abstención es que se cuestione la legitimidad de los resultados. “Uno de los papeles que las elecciones cumplen en un sistema democrático consiste en otorgar una legitimidad a quienes han sido elegidos. Si la participación desciende por debajo del 50, algo que ya empieza a ser un poco más frecuente en el contexto europeo, aunque no lo hayamos visto tanto en España, la consecuencia es que quienes acaban siendo elegidos son percibidos por al menos una buena parte de la ciudadanía como ilegítimos”, dice Morales. “Eso introduce dinámicas muy negativas. Puede haber ciclos de protesta política más intensos y que pueden derivar con más facilidad en movimientos más violentos”, apunta. La falta de apoyo, subraya la catedrática de Ciencia Política, puede ser también usada por partidos extremistas para alimentar más polarización y desestabilización, en un circulo que se retroalimenta.

“Si la gente no vota, las élites políticas deberían preocuparse siempre... Pero si además a la se suma la insatisfacción, el descontento con el sistema democrático, el problema es real y es el caso de Francia. Pensamos en el movimiento de los chalecos amarillos...”, añade Gallard.

Movilizar a los votantes (en Francia o en Andalucía)

Revertir la tendencia es difícil pero no imposible. En el caso francés, según Brèchon, “los gobiernos pueden intervenir sobre el sistema electoral, ya que el mayoritario de doble turno da la impresión de que el voto se pierde cuando se elige una opción minoritaria; o se puede intervenir sobre los poderes del presidente y del Parlamento y cambiar el calendario electoral...”.

Más, en general, la clave está en volver a trabajar en políticas cercanas a la vida cotidiana y abandonar el cortoplacismo. “Si los partidos vuelven a arraigarse más en la sociedad, si las instituciones cambian y se introducen elementos de democracia directa es posible que la gente se sienta más cercana al sistema democrático y que vuelvan a las urnas. Es complicado y necesitamos líderes políticos que crean que esto es un problema importante y no estoy seguro que lo hagan”, dice Gallard.

Morales aprovecha la coincidencia de la celebración del segundo turno de las legislativas francesas con las elecciones autonómicas en Andalucía –donde la abstención creció hasta dos puntos en las secciones censales con peor renta– para trazar unas conclusiones comunes: “Tanto las elecciones andaluzas, obviamente en niveles muy diferentes, como las francesas, demuestran que el voluntarismo de la estrategia, sobre todo de los partidos de izquierda, de intentar crecer a través de sacar de la abstención al electorado requiere ser capaz de movilizar un entusiasmo, un idealismo y una esperanza, algo que se construye con mucho más tiempo y de manera mucho más cuidadosa. Lo que está fallando es pensar que si uno hace una coalición un mes o un mes y medio antes de las elecciones y pone una cierta cara de unidad, eso va a ser suficiente para entusiasmar al electorado. Ambas elecciones demuestran que no funciona, que esto requiere un trabajo de largo recorrido, que, de momento, no está ahí”.