Atascados en los Balcanes: los refugiados que la Unión Europea no quiere

Finnian James

Belgrado —

Cuando los integrantes de la familia Faqirzada salieron en busca de un futuro en Europa no se imaginaron que sería así. Para ellos, Europa era Alemania. El hijo mayor estudiaba en la Universidad de Múnich y lo que esperaban era reunirse con él en ese país.

El padre, la madre y los tres hijos adolescentes siguieron el camino de los Balcanes por el que había entrado a la Unión Europea en torno a un millón de personas entre 2015 y 2016. Pero luego las fronteras comenzaron a cerrarse.

“No teníamos planeado quedarnos”, dice Faqirzada. “Nos quedaremos aquí esperando entrar a la Unión Europea hasta la muerte pero, si nos vamos a quedar tanto tiempo, tenemos que aprender serbio”.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), la gran cantidad de personas que llegó al sur de Europa en los últimos dos años ha provocado que en Serbia vivan hoy 7.600 refugiados. La mayoría, en 18 centros de asilo estatales que cubren sus necesidades básicas. Desde allí, muchos comienzan la preparación para el largo viaje.

Los tres hijos de Faqirzada se inscribieron en una escuela primaria de Belgrado, que esta primavera abrió las puertas a 25 niños refugiados como parte de un programa piloto.

Por la mañana, las clases integran a los estudiantes refugiados con los serbios. Las asignaturas incluyen biología, matemáticas, química y mecánica. Los niños refugiados tienen luego clases de serbio, que se dividen entre nivel principiante y avanzado, además de las de otro idioma extranjero como inglés o alemán.

Niños y mayores tienen que aprender serbio

Según el profesor de serbio Darko Stanojkovic, “la principal diferencia es que los niños refugiados sobrellevan más traumas: traumas del pasado, de la guerra, de la separación, la pérdida… un país completamente nuevo, las barreras sociales y del idioma, la soledad… y el trauma que genera el futuro. Es la incertidumbre en todo sentido”.

De acuerdo con los datos de ACNUR, en Serbia hay más de 900 menores sin acompañantes. “Los niños sin padres son como nuestros hijos en esta escuela”, dice Stanojkovic. “Con los niños hablamos sobre las escuelas afganas”, explica Jasmina Petrovic, otra profesora de la escuela. “Nunca tuvieron un horario habitual de clases; ahora tienen una meta en la vida”.

Pese a las dificultades de la integración, a los maestros les sorprende ver a los niños refugiados lanzarse a este entorno nuevo y desconocido. “Tienen más motivación que cualquier otro estudiante que haya tenido”, explica la profesora de inglés Juliana Keljajic.

Andjela Usljebrka enseña serbio en otra escuela que forma parte del programa piloto. En sus clases, invita a los estudiantes serbios con las mejores notas a ayudar a los refugiados. El inglés es un puente entre los dos grupos, pero no el único. Igual que los refugiados están aprendiendo serbio, hay niños serbios que también han comenzado a aprender palabras de afgano.

Según Usljebrka, “en ambos casos, los niños intentan cruzar las fronteras entre ellos”. No solo el idioma y la educación son desconocidos para los refugiados. Usljebrka recuerda haber visto cómo, al principio, los refugiados usaban las manos cuando jugaban fútbol con los serbios. En lugar de interrumpirlos, la docente optó por dejar que lo resolvieran ellos mismos.

Según Anne-Maria Ćuković, de la oficina de Unicef en Belgrado, “esta etapa inicial fue un proceso de aprendizaje para todos”: “Los legisladores, las organizaciones internacionales y las escuelas. Se deberían generar datos e información para mejorar el desarrollo de las políticas”.

Para Faqirzada, exempleado público, la seguridad y la educación de su familia son las principales razones por las que escapó de Afganistán. “Mis hijos son felices aquí, tienen la libertad de aprender”, dice.

Mursal, su hija de 18 años, dice que no va “a regresar a Afganistán nunca”. “Me encanta este lugar”. En Afganistán no podía andar fuera de su casa sola y mucho menos asistir a una escuela con varones.

Además de la educación, el gobierno serbio ha ampliado los derechos legales de los que buscan asilo para que puedan trabajar. Muchos de los refugiados son ingenieros cualificados, programadores y expertos en idiomas, pero la probabilidad de conseguir un trabajo en su profesión es ínfima.

No es fácil conseguir trabajo siendo refugiado

Según Sonja Toskovic, del Centro de Derechos Humanos de Belgrado, “los refugiados no tienen las certificaciones académicas y no conocen el idioma serbio”. “Nuestro mercado laboral prioriza a los serbios”. Pero Serbia se está perdiendo a un montón de trabajadores cualificados por no tener un proceso para homologar los títulos de los países de origen de los refugiados.

Ehsanullah Weesa (20) lleva puesta una sudadera con capucha de color azul intenso bajo el ardiente sol de Belgrado. Sigue siendo más frío que en su Afganistán natal, dice. Habla seis idiomas con fluidez y vive en el mismo campamento de refugiados que la familia Faqirzada, donde enseña inglés y oficia de intérprete para las organizaciones que se acercan al campamento.

“Algunos días trabajo hasta las tres o cuatro de la mañana, en ocasiones seis veces por semana”, dice. Se encoge de hombros cuando le preguntan por qué nunca ha pedido un pago a cambio de las largas jornadas. “Para mí, es más importante ayudar a esta comunidad”.

Weesa espera que este mes aprueben su pedido de asilo en Serbia. Pero la oficina de asilo no ha emitido ninguna resolución en lo que va de año. De los más de 1.000 pedidos de asilo que se hicieron en 2016, solo se expidieron en 70 casos. Más de la mitad fue rechazada.

Según Mirjana Milenkovski, de ACNUR, “el sistema no tiene la eficiencia necesaria para procesar todos los pedidos de asilo que recibe”. En su opinión, el proceso de solicitud de asilo en Serbia es “inseguro”. Pero se espera que el parlamento de Serbia apruebe en los próximos meses una versión revisada de la ley de asilo.

Mientras tanto, cada día laborable cinco personas son seleccionadas para pasar legalmente de Serbia a Hungría y, de esa manera, a la UE. Un paso que podría ser un arma de doble filo.

“En Hungría, mi familia está las 24 horas del día encerrada en el campamento. Cuando alguno va al baño, tiene cuatro policías alrededor”, dice Weesa. “No tienen la misma libertad que tenemos aquí”.

Aun así, si en algún momento la familia Faqirzada tiene la oportunidad de mudarse más cerca de Alemania, la aprovechará.

Traducido por Francisco de Zárate