Por queÌ no escribes maÌs, me pregunta a veces alguÌn amigo, conocedor de la alegriÌa que me produce acabar un texto de cuyo resultado me siento satisfecho. Mi respuesta no suele ser muy consistente: a veces atribuyo los largos periodos de silencio a la simple pereza y otras me escudo en el trabajo y los temas sensibles que es aconsejable evitar. Pero la realidad es que, maÌs allaÌ de cuestiones personales, si no escribo maÌs es tambieÌn porque pienso que ya se escribe demasiado. Parafraseando a Machado y AzanÌa, si escribieÌramos soÌlo y exclusivamente de lo que sabemos, o de lo que tenemos una perspectiva diferente que aportar, no se produciriÌa un gran silencio, pero siÌ habriÌa menos oferta en la sobreabundancia digital en que vivimos, y quizaÌs, soÌlo quizaÌs, podriÌamos prestar maÌs atencioÌn a quienes realmente tienen algo que decir (aunque tambieÌn existe la posibilidad de que simplemente acabaÌramos leyendo menos).
En teÌrminos concretos, no escribo sobre el genocidio de Israel en Gaza, por ejemplo, porque tengo una opinioÌn intercambiable con la mayoriÌa de las presentes en este y en otros perioÌdicos y porque, intentando ser honesto conmigo mismo, tengo poco o nada que aportar en comparacioÌn con los periodistas o historiadores especializados en la regioÌn, los expertos en derechos humanos o los propios palestinos e israeliÌes. En relacioÌn con estos uÌltimos, intento desde hace tiempo buscar un pequenÌo hilo de esperanza en las paÌginas de Haaretz, ejemplo de buen periodismo en una democracia que languidece; en los activistas por la paz que no desisten en su empenÌo pese a defender posiciones cada vez maÌs minoritarias en la sociedad israeliÌ; o en la mirada criÌtica de escritores como Etgar Keret o Dror Mishani, cuya lectura considero un mejor uso del tiempo que escribir yo algo que difiÌcilmente seriÌa original.
Escribir lo justo —o hablar lo justo— es tambieÌn dejar espacio, atencioÌn, a quienes tienen algo que decir, no necesariamente por una posicioÌn de autoridad o por el conocimiento teoÌrico o praÌctico sobre una materia. Cualquiera puede tener una perspectiva valiosa que aportar sobre alguÌn tema, pero difiÌcilmente todo el tiempo y sobre todos los temas. Y, sin embargo, las redes, los medios, incluso a veces las libreriÌas, estaÌn llenas de superhombres que opinan todo el tiempo y sobre todos los temas. Me pregunto si reprimiendo las dudas que, al menos a miÌ, me acechan incesantemente: ¿pienso realmente lo que estoy escribiendo?, ¿y a quieÌn le importa aunque realmente lo piense?
QuizaÌs sea siÌndrome del impostor, uno de esos constructos contemporaÌneos con los que normalizamos el enganÌo colectivo y convertimos en patologiÌa individual la inadaptacioÌn a las reglas del juego. En lugar de promover que todos dejemos de lado nuestras dudas e inseguridades y nos lancemos a competir por la menguante atencioÌn de un mundo sobresaturado, podriÌamos promover la duda y una dosis recomendable de inseguridad que nos lleve a aceptar nuestra limitada capacidad de aportacioÌn. Porque quizaÌs el verdadero siÌndrome que sufrimos es el de una impostura colectiva y, si la individualizacioÌn es inevitable, el foco deberiÌa al menos estar en los impostores.