Dicen que el lenguaje diferencia a los humanos de los animales. Nosotros nos comunicamos a través de las palabras y ellos no hablan. Los animales cuando se comunican lo hacen de una manera más primaria y en función de la especie a la que pertenezcan. Psicólogos, psiquiatras, neurólogos y otros especialistas insisten en la importancia de socializar. Somos, afirman, sociables por naturaleza.
El aprendizaje, el movimiento, la conversación, las -a mi juicio- sobrevaloradas relaciones sociales, conforman el trío perfecto para tener una buena salud emocional. No soy quien para contradecir a quienes saben más que yo. Ni lo pretendo.
Hablo con esa mujer que siempre va conmigo y le planteo si ayudan a mi estabilidad emocional esas relaciones sociales en las que hay censura previa. Censura para preguntar, censura para hablar de según que temas, censura porque mejor permanecer callada, si para hacerte oír, que no escuchar, solo se puede gritar y porque para replicar las muchas tonterías que se dicen, el silencio es la mejor de las argumentaciones posibles.
Para no renunciar a esa característica que nos diferencia de los animales propongo emplear el verbo conversar que, en mi opinión, está intrínsecamente unido a otro verbo: escuchar. He de decir que mis propuestas en la mayor parte de los casos, se quedan en «palabras que se lleva el viento». No tienen mayor recorrido y se evaporan, se desvanecen, sin haber terminado de pronunciarlas.
Intento olvidar estas ideas. No puedo. La radio, los periódicos, los actos a los que acudo me lo impiden. En informativos, programas, tribunas de opinión, entrevistas, mesas redondas, presentaciones de libros… Cualquiera que sea el emisor o la emisora del mensaje, hace referencia al ruido, a la polarización, a la intransigencia, al interés por pronunciar siempre la última palabra, aunque esté hueca.
Estos emisores de contenidos echan de menos el debate, la conversación tranquila, la necesidad de ser escuchados. Es lo más parecido a estar de acuerdo. Me atrevería a decir que una mayoría estamos de acuerdo. ¿Entonces?, ¿por qué nosotros ciudadanos y ciudadanas de un país democrático, (ahora se cumplen cincuenta años de la muerte de Franco), no hacemos tan poco por defender lo conquistado, los derechos conseguidos en democracia y que costaron la vida a muchos de nuestros antepasados?
Se trata de hacer un trabajo de mantenimiento y mejora en el edificio común, en el que vivimos. Si la casa no se restaura acabará hundiéndose y no está el mercado como para comprar o alquilar. No hay presupuesto suficiente. Seamos prácticos conversemos, debatamos, acordemos. Miremos hacia adelante y no olvidemos lo que dejamos atrás. En el pasado reciente de nuestro país, está el golpe de estado que acabó con la segunda república. Está la dictadura de Franco que fue la más larga de cuántas ha habido en Europa y casi, casi en el mundo.
Cuarenta años de terror. De miedo. De silencio. De misa y confesionario. De viudas de luto. De niños huérfanos. Cuarenta años de hambre, miseria, aislamiento y cunetas llenas de muertos. Franco fue el dictador que más años permaneció en el poder. Llegó matando, gobernó matando y murió, en su cama, pero matando.
El 20 de noviembre ha sido el cincuenta aniversario de su muerte. El 6 de diciembre el cuarenta y siete cumpleaños de la Constitución (esa que se puede y debe reformar). El 10 del mismo mes de diciembre la Declaración Universal de los Derechos Humanos cumplirá setenta y siete años.
Son tres fechas que permiten sacar a relucir en nuestras conversaciones como era la sociedad de la posguerra europea y española. Qué fue la dictadura de Franco, cuántos hombres jóvenes murieron en la guerra, cuántas mujeres fueron sometidas al silencio, al miedo y al trabajo sin derechos para poder sacar adelante a sus hijos. Las mujeres especialmente las abuelas pueden contar a sus nietos, los derechos que les ha devuelto la democracia.
Aprovechando el calendario, la conversación y el debate se podría llevar a los colegios, a los institutos, a la Universidad, a los centros de trabajo, a las asociaciones deportivas, vecinales, culturales… Verán como no pasa nada. Comprobarán como España ni se hunde, ni se rompe. Frente a los gritos que aumentarán en los próximos días, nada mejor que debatir, escuchar y conversar.