Crónica

Café, croissants y mucho voto contra Pedro Sánchez en La Moraleja

Peio H. Riaño

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A las nueve de la mañana las mesas electorales del colegio Liceo Europeo en La Moraleja, Madrid, estaban listas. Uno de los primeros en llegar ha sido Adolfo Suárez Illana. Como al resto de los 6.000 vecinos que vendrán a votar aquí, ha sido recibido por dos trabajadores del colegio, muy amables y sonrientes, que le han dado los buenos días y le han indicado el acceso al edificio. Ha continuado por un frondoso pasillo verde de árboles y plantas. “Aquí los niños respetan las plantas y las cuidan. No las pisan como en los parques de Madrid”, cuenta Gonzalo, encargado del colegio. Antes de cruzar la puerta y acceder al edificio, dos camareros han preguntado al hijo del presidente Adolfo Suárez si deseaba un café o un croissant. No hay privilegios para los privilegiados y todos los votantes reciben el mismo tratamiento que el ex diputado por el Partido Popular.  

Muchos de los vecinos que se acercan a votar trajeron a sus hijos aquí. El precio anual de la Primaria sale por casi 10.000 euros. La cantidad crece en Secundaria y en Bachillerato los padres de los alumnos del Liceo Europeo pagan más de 12.000 euros. El fundador del colegio fue Arsenio Inclán (1936-2020), que, según dice la web, “creyó desde antes de la muerte del dictador Franco que el camino marcado por la Institución Libre de Enseñanza era el que había que seguir”. Acabamos de llegar al distrito con los vecinos más ricos de España, según las declaraciones de IRPF que presentan a Hacienda, donde quedan reflejados 120.000 euros de salario anual. De media. 

No es el caso de José María Álvarez Pallete, que en 2022 perdió un 22% de su masa salarial y tuvo que conformarse con 6,78 millones de euros. El presidente ejecutivo de Telefónica vive en alguna de las mansiones que pueblan las exclusivas parcelas de estas calles de Alcobendas. Hace unos pocos años Álvarez Pallete tuvo que participar de la fiesta de la democracia de ocho de la mañana a pasadas las nueve de la noche. Le tocó atender una de estas mesas electorales, que pueden verse desde la calle porque las clases tienen más cristal que ladrillo. Este año no reconocemos a ningún CEO del Ibex 35 pidiendo el DNI y tachando con fluorescente el censo. Tampoco hay jugadores del Real Madrid. Marcelo se libró de la tarea en 2021, porque viajó a Londres a jugar con su equipo.

La vida en coche

“No somos raros. Comemos, bebemos y vamos al baño”, asegura uno de los primeros votantes en salir corriendo en su coche deportivo. El trasiego de vehículos en esta isla verde es constante y después de misa, la afluencia se convierte en pelotón y largas filas. Es difícil llegar aquí sin coche. Es difícil ir a cualquier parte sin coche desde La Moraleja. Hay que cruzar la A-1 para llegar al centro comercial más próximo. “En Alcobendas lo tenemos todo. Aunque siempre con coche”, nos dice otro vecino a la salida. Tiene 88 años y su mujer apunta que a su edad ya no es fácil lo del coche. “Tampoco podemos ir a comprar todos los días en taxi”, añade. Les acompaña su hija, que ya no vive en La Moraleja y que da una explicación a la alta participación de este distrito: “Quizás sea por la edad media: los mayores tienen más sentido del deber que los jóvenes”, dice.

A pesar del ajetreo de tener que votar en una isla verde, sin transporte público, la élite de Madrid acude a votar en masa. En 2021 rondaron el 82%. En Puente de Vallecas, donde el bloque de izquierda dobló a la derecha, la participación fue del 60,6%. En las urnas de este colegio la izquierda apenas logró una docena de votos en las últimas municipales. El PP obtuvo el 81,7%, con 366 votos. Vox, 58 votos. Y diez personas se decantaron por Ciudadanos. Hubo alguien que votó a Podemos en la sección 34 y lo contó Fernando Peinado en El País. Este año nuestro compañero ha regresado con la misión de encontrarlo entre las 555 que votarán en esa mesa. 

Y en ese momento aparece en la entrada del colegio una elegante mujer, que ha decidido vestirse con tonos malvas y cubrirse de la lluvia con un paraguas morado… ¿Podría ser ella? Pronto despeja cualquier duda: “Quiero que cambie este gobierno”, dice. ¿El de Isabel Díaz Ayuso? “No, no el del país”, responde. Le preguntamos también por la esencia de La Moraleja, porque no tenemos muy claro si es un barrio o una urbanización. “Es claramente una urbanización”. Y lo que más valora del lugar en el que vive es el verde y la tranquilidad. Ni un ruido a 20 minutos del centro de Madrid. En coche.

La Renta es lo que cuenta 

“¿Sabes dónde está la parada de Metro más cercana?”, pregunta la única vecina que se ha acercado con un carrito de la compra. Ella sí ha llegado andando. El sudor le empaña la gafa y tampoco lleva paraguas. Nació en Ecuador y está empadronada en La Moraleja desde que empezó a servir en una de las mansiones hace cerca de veinte años. Acaba de votar porque quiere “que dejen de mentir”. ¿Quién? “El presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Necesitamos un alivio y no nos lo da. Los pobres tenemos que trabajar para vivir”, comenta para aclarar que su voto irá para Díaz Ayuso y Almeida. Alguien del colegio le indica amablemente que la parada más cercana del metro es Plaza de Castilla, que la única manera de llegar es subiéndose a uno de los autobuses que bordean la urbanización.   

No es la única trabajadora del hogar que nos cruzamos por la mañana. Llega otra pareja de Ecuador, muy sonriente. Ella está empadronada en La Moraleja desde hace más de 15 años, desde que entró a trabajar con la familia que atiende. Creen que en Madrid “las cosas están bien como están”. No quieren que cambien, pero sí aprovechan para pedir un par de cosas a Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida: “Que haya más trabajo y que podamos conseguir un piso para vivir. Para los que tenemos más de 50 nos cuesta mucho que los bancos te den crédito”, sostiene. 

La declaración de la Renta, las creencias religiosas, las ideologías, la educación y hasta el diccionario es otro. Cada barrio es un mundo irrepetible y este de La Moraleja es, en realidad, una urbanización que emergió de un coto de caza de Carlos III -cinco veces mayor que Mónaco-, cuando en 1969 una sociedad inmobiliaria adquirió las 700 hectáreas. La idea estaba clara, había que construir una urbanización de ultra lujo. Con un mandato: cada propietario debía plantar más árboles de los que encontraría en la parcela que adquiriese. Y en 1976, cuando vendieron todas las parcelas, comenzaron a ejecutar el proyecto.

Ojo, ardillas

La lluvia también es política, no solo el paisaje y los árboles. Los paraguas son una bandera. Roja y amarilla en el caso de esta pareja que llega. ¿Por qué piensan que la participación es tan alta en este colegio? “Porque saben pensar. Los que viven aquí piensan más”, responde ella. “Y porque están más comprometidos con que al país le vaya bien. Con lo bueno del país”, contesta él, que lleva el paraguas y deja ver otra bandera más en su muñeca. Explica que el voto es una obligación de todos y por eso dice que al “servicio” les ha pagado “los taxis para ir a votar al sur de Madrid”. También son de la opinión que, por mucho que haya crecido, La Moraleja “de verdad” es una urbanización. No consideran que vivan en Alcobendas. Esto es otra cosa. “No es un barrio, porque no hay contacto entre vecinos. La distancia entre portales es demasiado grande como para conocernos entre nosotros. Nos hemos cruzado con muchas personas en el colegio pero no conocemos a nadie”, añade él antes de marcharse. 

Aquí se enjuga un cuarto de los votos que deciden el destino de Alcobendas. En la población del norte de Madrid el bloque de la izquierda planta cara al de la derecha. En La Moraleja, no. “Quizá venimos a votar tantos porque el PSOE está gobernando con Ciudadanos en Alcobendas y es un despilfarro. Mira, en la cabalgata de reyes montaron un espectáculo para niños, en el que gastaron muchísimo dinero. Fue un despilfarro, en lugar de usar unas carrozas de toda la vida. Por eso se moviliza el votante”, cuenta un joven de 23 años que tiene este lunes el último examen de sus estudios universitarios. Otros dos salen corriendo a por su coche: “Hemos ido a misa, hemos votado y ahora volvemos a casa a estudiar. Estudiamos ingenierías”, dicen. 

Otro de los vecinos ha venido en un Land Rover restaurado. Es mucho más corto que el último modelo de la marca, que acaba de salir a duras penas de este estrecho aparcamiento. Baja la ventanilla a mano y nos contesta: “Aquí queremos que no cambie nada. A la gente de aquí nos gusta mucho cómo está dirigida la Comunidad de Madrid”, cuenta. En esta zona del parking, el colegio tiene un buzón para recoger los pedidos de Amazon. Cada día vienen 20 autobuses cargados de niños de todo Madrid, salvo de la carretera de A Coruña, que se colapsa. El Liceo Europeo está en la calle más cara de España, según se refleja en los precios de idealista. En ella está prohibido aparcar, las aceras que no usa nadie son de albero compacto en lugar de pavimento, hay señales de “peligro ardillas” y las mansiones están a 8,5 millones de euros de media, tienen dos piscinas, gimnasio, sauna, seis habitaciones y seis baños, además de garajes para diez coches. 

En estas calles si respetas el límite de velocidad y no excedes los 30 kilómetros por hora, un letrero luminoso te da las “gracias”. A las nueve apenas hay perros y sus dueños, algún corredor y los desperfectos de la tormenta de anoche. Es lo malo de vivir rodeado de árboles. “Es un barrio especial. Nosotros conocemos a todos nuestros vecinos, como si viviéramos en un pueblo. Y tan verde”, nos explica el padre de otra de las familias que han venido a votar. “Porque es una obligación”, cuenta su hija, que lleva un galgo italiano dentro de su bolso. “Se llama Blondie”, apunta él.