La construcción del mito de la Guerra de la Independencia

La Guerra de la Independencia (1808-1814) y los hechos del Dos de Mayo están grabados en todos los rincones de Malasaña. De los retratos pétreos de Daoíz y Velarde a las placas de las calles, o los lugares donde estaban las casas de sus heroínas populares (como Manuela Malasaña o Clara del Rey).

Recientemente, Esperanza Aguirre presentaba una obra de referencia sobre la guerra; en el otro extremo ideológico, el bloque de viviendas okupado en la Corredera Baja de San Pablo se ha bautizado como La Manuela, aunque “en honor a la calle y no al personaje” (que no lleva otro nombre que el del personaje, por otra parte).

Todos arriman el ascua a su sardina y es que los levantamientos del Dos de Mayo están integrados en el imaginario popular pero, estando claro que se asienta sobre hechos bien reales, ¿qué tiene el relato de aquellos hechos de mito interesado?

La Guerra de la Independencia y el Dos de Mayo: un relato construido para un proyecto político

Junto con el nacimiento de los estados liberales europeos en el XIX surgen – tal y como los entendemos hoy – los conceptos de nacionalismo, nación y cultura. La idea de civilización reemplaza a las basadas en la religión como forma de entender la continuidad histórica, y el triunfo comercial de la palabra impresa favorece el establecimiento de una conciencia nacional. Se fijan una interpretación de la historia y un canon literario que interpreta (o construye) una manera común de pensar, sentir y creer.

Es entonces cuando se crean las “historias generales” de los países, que combinan historia cultural e historia política, con el pueblo como sujeto histórico. La Historia se convierte en un manual de lo que somos, una biblia secular con fines adoctrinadores a mejor gloria del nuevo Estado liberal. Hobsbawm lo expresó diciendo que los historiadores son los “suministradores de la materia prima esencial para el nacionalismo”.

La gesta del pueblo madrileño frente al invasor francés será perfecta a estos efectos: el pueblo, portador del espíritu de la España digna y de la nueva idea de soberanía nacional, como protagonista.

Así, en la historia de los Menendez Pidal, Americo Castro y compañía, los visigodos nos unieron y nos dieron un primer ordenamiento jurídico (estos eran españoles y la España islámica no) ; las cortes medievales se valoraban mucho como ejemplo de protoliberalismo; los Reyes Católicos se estiman por su teórica labor unificadora, pero cargan a cuestas la creación de la Inquisición; el reinado de la casa de Austria es el periodo más negativo de España debido al Absolutismo...y la Guerra de la Independencia es el punto en que se revierte esta tendencia negativa en la línea temporal histórica. Cabe advertir que la historiografía decimonónica entiende invariablemente la Historia como un relato continuo, progresivo, que ayuda a conformar esa cultura y ese pueblo.

Sin embargo, siguiendo al profesor Álvarez Junco, el relato de la Guerra de Independencia no fue entendido como tal por los contemporáneos, es una construcción posterior. El mismo nombre no aparece tímidamente, ni en España ni en el extranjero, hasta los veinte, y no es predominante hasta mitad de siglo. Sus protagonistas y los primeros historiadores usaron sobre todo revolución, por influencia de las cercanas revoluciones americana y francesa. El término independencia empezaría a usarse por contaminación de los procesos de independencia de las colonias americanas, y el de revolución quedaría, a la vez, anticuado a partir de las sucesivas revoluciones liberales en España (la primera en 1820-23), que cambian la visión de lo que era una revolución.

No es de extrañar que la guerra no se llamara en inicio “de independencia” dado que Napoleón no pretendió anexionar España a Francia, sino cambiar la dinastía reinante por una afín (otro cambio dinástico se había producido sólo un siglo antes). El tratado de Fontainebleau y el estatuto de Bayona fueron explícitos en cuanto al mantenimiento de la integridad territorial española, incluyendo el territorio americano.

La Guerra de la Independencia fue un conflicto complejo. Fue capítulo de una guerra internacional entre Francia e Inglaterra (excepto en Bailén, todas las batallas de la guerra las libraron un ejército mayoritariamente inglés y uno exclusivamente francés). Tuvo también elementos de guerra civil, ya que encontró españoles partidarios de las dos dinastías, ambas de origen francés (Jovellanos empleó el término tal cual). E influyeron, además, muchos componentes de política local como el odio generalizado al valido Godoy.

El término, y el relato de la Guerra de la Independencia como levantamiento contra el opresor francés, lo construye la siguiente generación, justo en los momentos en los que se está levantando el concepto de pueblo español para sustentar el Estado liberal. Un relato al servicio de un proyecto político.

No deja de ser curioso que, pese a que el relato liberal utiliza a la mujer como icono a su servicio, de Manuela Malasaña a Agustina de Aragón, y al pueblo como tenedor de la esencia española, no se les reconociera la pertenencia al grupo de los ciudadanos. El sufragio universal masculino se alcanza en 1890 y las mujeres votarán en 1931.

En realidad, la construcción de España que se hizo en aquellos momentos sigue muy en pie aún en el siglo XXI. El franquismo revitalizó la España Imperial y devaluó las cortes castellanas...pero durante el siglo XX la Guerra de la Independencia seguiría siendo momento álgido de españolidad, y en la Guerra Civil sería reivindicada lo mismo por la propaganda franquista que por las republicanas; lo mismo por falangistas que por comunistas o anarquistas. En tanto que españoles o que pueblo en armas.

Durante el franquismo se patrimonializa pero se le intenta quitar el matiz de rebelión fusionándola con las Cruces, en honor a la Virgen de la Almudena (que se celebraba el día 3). Ya en época de la Transición, las primeras fiestas del Dos de Mayo trajeron al barrio discrepancias entre los vecinos más jóvenes y las celebraciones militares de la fecha, que acabaron en disturbios. Eran retretas con militares y guardias civiles de verdad y a caballo. Muchos años después, los cañonazos de la recreación historicista de los hechos del Dos de Mayo siguen chocando con algunos malasañeros. En una de las últimas ediciones, un vecino se dedicó a pegar en todas las paredes y comercios del barrio improvisados carteles con la palabra paz coincidiendo con las explosiones de pólvora.

Hoy es frecuente encontrarse, paseando por el barrio, grupos turísticos o de escolares frente al monumento de Daoíz y Velarde. El relato nacionalista que se empezó a construir en el siglo XIX triunfó, y es la idea de España que hoy tenemos asumida. Con un importante bastión simbólico en la Plaza del Dos de Mayo.