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El espejo

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Desconozco si sigue allí todavía. En 2007, en las primeras casas de Sibenik, una localidad de la costa dálmata, recibía al visitante un mural que ocupaba la medianera de un edificio de 4 pisos. En el fresco, el rostro de Ante Gotovina junto a un mensaje que lo ensalzaba como un héroe nacional croata. Gotovina había sido detenido un año antes en Tenerife, donde se ocultaba después de que el Tribunal Penal Internacional sobre la guerra de la antigua Yugoslavia dictara orden de detención contra él. Héroe nacional, al menos para el vecindario de Sibenik, a Gotovina lo condenó en 2011 este tribunal por el asesinato de al menos 150 civiles, la desaparición de varios centenares y la deportación forzosa de un cuarto de millón de habitantes del área de la Krajina, una franja de territorio croata que entonces tenía población mayoritariamente de etnia serbia. 

Quizás las supuestas heroicidades de Gotovina no se conocen mucho porque el relato más popular es el que plantea a Croacia como nación víctima y a Serbia como verduga. Si se profundiza en lo ocurrido en los Balcanes las últimas décadas, sin embargo, se conoce que los paramilitares croatas se emplearon bien en la limpieza étnica tanto con poblaciones bosnias como serbias. Si se conoce el desarrollo de la Operación Tormenta, con la que Gotovina, por orden del presidente croata Tudjman, acabó con la República Serbia de Krajina, ver su efigie de cuatro plantas al entrar en Sibenik estremece. Y luego te acuerdas de nuestras calles.

La comparación es un buen instrumento para ver con perspectiva lo que ocurre en nuestro entorno. Los mensajes de apoyo a miembros de ETA condenados por asesinatos o secuestros pasan muchas veces desapercibidos a nuestra vista cuando pasamos junto a ellos en la calle. Vemos rostros de gente sonriente como los que te podrías encontrar en cualquier bar. A priori parecen hasta buenos tipos hasta que metes su nombre en Google, como ocurre con el mural de Gotovina. 

Historia es el relato de lo que ha ocurrido, memoria es lo que queremos destacar y recordar de todos eso que ha ocurrido

Durante muchos años, revolverse al ver esas pancartas, ofenderse por ellas, era visto como una cosa de “fachas”. Como también lo parecía repeler el recibimiento público, en la calle, con banderas y con presencia de cargos políticos, de presos de ETA como Agustín Almaraz el 23 de agosto pasado. “Tienen sus derechos en vigor y sus familiares y allegados derecho a mostrar esa alegría”, respondía en Radio Euskadi la portavoz de EH Bildu en el Parlamento de Navarra, Bakartxo Ruíz. Nadie cuestiona ese derecho. El problema ético está en el uso del espacio público y la organización de un acto en el que esa persona no es recibida por sus familiares en la puerta de casa, sino en un acto organizado y con presencia de cargos políticos de una formación concreta. 

Volviendo al espejo. Imaginemos que el día que “El Prenda” y sus cuatro compañeros de violación múltiple salgan de la cárcel se les organice un recibimiento en su barrio de Sevilla. Y en ese recibimiento aparezcan concejales de Vox, que acuden a mostrar su alegría por la libertad de estos chavales. ¿Diremos entonces que tienen sus derechos en vigor y sus “familiares” tienen derecho a mostrar esa alegría?

Historia es el relato de lo que ha ocurrido, memoria es lo que queremos destacar y recordar de todos eso que ha ocurrido. Mirarnos en el espejo de otras situaciones similares y ponernos en el lugar de las víctimas de unos y otros sucesos es un ejercicio necesario para que la memoria sea verdaderamente democrática, y sobre todo justa.

Desconozco si sigue allí todavía. En 2007, en las primeras casas de Sibenik, una localidad de la costa dálmata, recibía al visitante un mural que ocupaba la medianera de un edificio de 4 pisos. En el fresco, el rostro de Ante Gotovina junto a un mensaje que lo ensalzaba como un héroe nacional croata. Gotovina había sido detenido un año antes en Tenerife, donde se ocultaba después de que el Tribunal Penal Internacional sobre la guerra de la antigua Yugoslavia dictara orden de detención contra él. Héroe nacional, al menos para el vecindario de Sibenik, a Gotovina lo condenó en 2011 este tribunal por el asesinato de al menos 150 civiles, la desaparición de varios centenares y la deportación forzosa de un cuarto de millón de habitantes del área de la Krajina, una franja de territorio croata que entonces tenía población mayoritariamente de etnia serbia. 

Quizás las supuestas heroicidades de Gotovina no se conocen mucho porque el relato más popular es el que plantea a Croacia como nación víctima y a Serbia como verduga. Si se profundiza en lo ocurrido en los Balcanes las últimas décadas, sin embargo, se conoce que los paramilitares croatas se emplearon bien en la limpieza étnica tanto con poblaciones bosnias como serbias. Si se conoce el desarrollo de la Operación Tormenta, con la que Gotovina, por orden del presidente croata Tudjman, acabó con la República Serbia de Krajina, ver su efigie de cuatro plantas al entrar en Sibenik estremece. Y luego te acuerdas de nuestras calles.