La imagen del pueblo de Madrid movilizado parando la última etapa de La Vuelta recorrerá el mundo y probablemente se convierta en uno de los acontecimientos de solidaridad con Palestina más importantes del año. Feijóo ha salido a decir que se trata de una chorrada o un ridículo internacional televisado permitido e inducido por el Gobierno, cuando más bien es lo contrario: la demostración de una ciudadanía humana, movilizada, que toma las calles en iniciativa propia para protestar contra un genocidio que la sacude y repugna; una ciudadanía que se ha movilizado en etapas que han recorrido España entera y que ha colocado la preocupación por Palestina como uno de los principales temas de conversación de estos días. Es, para cualquiera con un mínimo de ética, algo de lo cual podemos sentirnos orgullosos. El contraste con buena parte de la clase política no podría ser mayor.
Hace unos días, Isabel Díaz Ayuso comparó las protestas en La Vuelta con el atentado terrorista y secuestro del equipo olímpico israelí en las Olimpiadas de Múnich de 1972. Una declaración así debería haber cosechado el repudio generalizado de cualquier derecha democrática, y quien la profiriera habría de quedar deslegitimada para ocupar cualquier cargo público, por la indignidad de llamar terroristas a manifestantes pacíficos y comparar la indignación con el secuestro; no lo fue. Antes de que los madrileños obligaran a la suspensión de La Vuelta, lo que hizo Ayuso fue acudir a hacerse una fotografía con los ciclistas del equipo Israel Premier-Tech, la presencia del cual motivaba las protestas. Es una fotografía vergonzosa que debería perseguirla el resto de su carrera política. La solución razonable era suspender la participación del equipo que lleva la bandera del Estado que está llevando a cabo un genocidio; la organización de La Vuelta fue cobarde, torpe, prefirió ir suspendiendo recorridos hasta llegar a la última suspensión.
El Partido Popular de la Comunidad de Madrid consuma así, a través de Ayuso, pero también de Almeida, su transformación en el Partido Popular-Genocida. No es algo con lo cual todo el mundo dentro del Partido Popular vaya a estar cómodo: María Guardiola, su baronesa extremeña, declaró hace una semana que no se podía permanecer indiferente ante tanto sufrimiento, y manifestó la necesidad de alzar la voz “ante la barbarie y el horror que se viven en Gaza”. Ha sido la voz más clara en hacerlo en el Partido Popular, pero incluso en su dirección nacional hay matices: el propio Feijóo, en el comunicado que emitía este domingo, a pesar de su equilibrismo, incluía una crítica, por equidistante que fuera, a la actuación del Gobierno de Israel. Ayuso toma otra senda: como escribía el periodista Miquel Ramos, si las Fuerzas de Defensa de Israel la invitaran a subirse a un avión y bombardear Gaza, la actual presidenta de la Comunidad de Madrid acudiría encantada.
España merece, en realidad, una derecha democrática que esté a la altura de su país y de buena parte de sus electores; o sea, una derecha que se acuerde de cómo, hace ya once años, votó a favor en el Congreso de los Diputados del reconocimiento del Estado de Palestina. Una derecha alineada con la posición mayoritaria de su país, es decir, con la posición en favor de Palestina. Merece también que ese espacio en la derecha no lo ocupe directamente una ultraderecha nazi, que no criticaría a Israel por empatía genuina con los masacrados, sino como consecuencia directa de su antisemitismo. Lo que tiene, en cambio, es un Partido Popular cuya figura más relevante escoge el camino contrario, o a un alcalde de la capital que se lamenta “por la imagen bochornosa de nuestro país” mientras niega la evidencia del genocidio o lo reduce a algo que, ay, “no le gusta”.
Pronto llegarán otras conversaciones. Se disolverá el azucarillo del debate bobo sobre si está justificado parar un evento deportivo cuando participa en él un equipo con la bandera de un Estado que asesina a un gazatí cada doce minutos. Hablaremos de la contradicción que supone para Interior o la Delegación del Gobierno alentar una manifestación por la mañana, militarizar la ciudad por la tarde y colocar un dispositivo policial y reprimir a los manifestantes (a los cuales se ha apoyado) con pelotas de goma, gas lacrimógeno y cargas. De lo que no deberíamos dejar de hablar, en los días que vendrán, es de la indignidad de Ayuso cuando llama a los ciudadanos de la comunidad autónoma que gobierna “kale borroka”, de su capacidad para fotografiarse con los símbolos del genocidio; en fin, de su proyecto político, que es el del Partido Popular-Genocida.