Los fieles musulmanes están empeñados en no permitir que Israel mantenga los nuevos controles en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén Este y se organizan para mantener grupos que protestan orando y con sentadas en los accesos.
Las fuerzas de seguridad israelíes han colocado una carpa blanca a 150 metros de la Puerta de los Leones, el acceso más directo a la explanada, donde se refugian del sol y hasta donde han extendido los controles de acceso a la Ciudad Vieja de los que están exentos los turistas.
“Tafadali, tafadali, kuli” ('adelante, adelante, come', en árabe), son palabras que se escuchan como un hilo musical junto a la carpa, y en donde estos días se concentran y conviven desde por la mañana hasta por la noche palestinos y periodistas, que afrontan aleatorias restricciones de acceso.
Con bandejas de dulces, frutas y falafel, aún caliente, los palestinos ofrecen tentempiés a los que allí se congregan para combatir el cansancio.
Las jornadas son largas, bajo temperaturas superiores a los 35 grados, las botellas de agua se apilan bajo las sombras de los escasos árboles y, a cada rato, coches de particulares se detienen para descargar más y más víveres.
Desde que Israel reabriera la Explanada, cerrada 48 horas por el ataque en el que murieron dos policías y sus tres asaltantes, se implantaron nuevas medidas de control, que han ido aumentando hasta hoy: arcos detectores de metales, pasillos con vallas, cámaras de vigilancia y más fuerzas de seguridad.
El complejo, situado en la Ciudad Vieja, es para los musulmanes el tercer lugar santo conocido como Noble Santuario, que alberga la mezquita de Al Aqsa y la Cúpula de la Roca; mientras que para el judaísmo es el Monte del Templo a cuyos pies se encuentra el Muro de las Lamentaciones y principal lugar sagrado del judaísmo.
La explanada está bajo custodia del Waqf, autoridad jordana de patrimonio islámico, que lidera la oposición a estas medidas y ha pedido a los musulmanes no cruzar los detectores, lo que ha llevado a alguno de los protestante a increpar a quienes lo hacían.
En el interior de la ciudad amurallada, se encuentran más puntos de “resistencia” de musulmanes que rechazan que Israel controle los accesos a la Explanada, donde también se han vivido episodios de enfrentamientos entre estos y la policía.
“Mientras (las fuerzas de seguridad israelíes) permanezcan aquí, habrá siempre guerra, siempre ataques, cuando se vayan lejos habrá paz. La gente solo quiere rezar, como en cualquier mezquita del mundo y solo vinimos para eso, nada más”, declara a Efe Abeer, una egipcia turista que enseña su pasaporte de Suiza, donde reside, para pasar los controles israelíes.
Alí, un joven corpulento de ojos verdes que también se niega a pasar por los arcos, se planta: “Vamos a continuar estando fuera a menos que todo vuelva a como estaba antes, por ahora la situación va a escalar y no sé por cuánto tiempo”, dice con nervio.
Su explicación se ve interrumpida por unos gritos de la Policía, que llama el alto a un joven en bicicleta lo que Alí interpreta como “una demostración de fuerza” sin causa aparente.
El ambiente se caldea y comienzan empujones entre las fuerzas de seguridad y el ciclista, lo que hace que muchos se levanten. Ahora la policía se dirige a un hombre sentado frente a ellos, se gritan, y proliferan los altercados.
“Cuanta más fuerzan usen los israelíes y más miedo metan, más fuerte serán los palestinos, no nos vamos a cansar”, dice la joven Eiad Albial.
Los palestinos que se concentran dentro y fuera de la Ciudad Vieja de Jerusalén insisten en que Al Aqsa pertenece a los musulmanes. “Alá es grande”, gritan jóvenes y mayores palestinos. “Es una manera más de controlarnos”, lamenta Albial sobre las medidas de seguridad que ha desatado un nueva crisis.
Cristina Villota Marroquín