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El mar en el horizonte

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Como todos los veranos, he vuelto a leer esos titulares de noticias que señalan la puesta en marcha de planes de accesibilidad para algunas playas españolas. Pero cuando bajas a la arena se ve de todo menos accesibilidad. Si hay algo por naturaleza poco accesible para las personas con alguna discapacidad, en la que quede comprometida la autonomía, esas son las playas. Arena, espacios abiertos llenos de obstáculos móviles (otras personas) e inmóviles (sombrillas y toallas…), pocos puntos para tomar referencias de orientación, ausencia de piso firme, etc. Darse un chapuzón para muchos de nosotros constituye todo un hito. Una aspiración muy lejana, tan lejana como el horizonte de ese mar, para muchos, inalcanzable.

En la playa donde resido los veranos, hay una familia que lleva batallando por un acceso a la playa y al mar. La playa los tiene, pero a más de un kilómetro o dos de su domicilio. Reclaman esa accesibilidad real, porque si para meterse en el mar han de recorrer, bajo un sol de justicia, tanta distancia, ya me dirán qué tipo de facilidad es esa. Pese a su recogida de firmas, llamada a los medios y manifestación, aún no han logrado que la administración competente… les allane el camino.

Duele esa indiferencia y duele también quienes alzan la voz no para apoyar, sino para recordarles que pretender llevar una vida normal, darse un baño en el océano, disfrutar del tiempo libre, no es algo a lo que puedan aspirar, dadas sus circunstancias. Lo que se llega a leer en las redes sociales es sorprendente.

Aun así, hay quien se preocupa, después de todo, por mejorar la calidad de vida de quienes lo tenemos más complicado para movernos y, con la mejor de las intenciones y escasez de medios, pone en marcha planes de accesibilidad, que son algo más que nada, pero a todas luces insuficientes. Más en un país como el nuestro con miles de kilómetros de litoral.

No faltan las banderas azules, pero faltan caminos de madera para llevar las sillas de ruedas hasta la orilla. Faltan sillas anfibias y personal que ayude a realizar la gran hazaña que sigue siendo para muchas personas meterse en el agua, para las que el mar… sigue estando en el horizonte.

Como todos los veranos, he vuelto a leer esos titulares de noticias que señalan la puesta en marcha de planes de accesibilidad para algunas playas españolas. Pero cuando bajas a la arena se ve de todo menos accesibilidad. Si hay algo por naturaleza poco accesible para las personas con alguna discapacidad, en la que quede comprometida la autonomía, esas son las playas. Arena, espacios abiertos llenos de obstáculos móviles (otras personas) e inmóviles (sombrillas y toallas…), pocos puntos para tomar referencias de orientación, ausencia de piso firme, etc. Darse un chapuzón para muchos de nosotros constituye todo un hito. Una aspiración muy lejana, tan lejana como el horizonte de ese mar, para muchos, inalcanzable.

En la playa donde resido los veranos, hay una familia que lleva batallando por un acceso a la playa y al mar. La playa los tiene, pero a más de un kilómetro o dos de su domicilio. Reclaman esa accesibilidad real, porque si para meterse en el mar han de recorrer, bajo un sol de justicia, tanta distancia, ya me dirán qué tipo de facilidad es esa. Pese a su recogida de firmas, llamada a los medios y manifestación, aún no han logrado que la administración competente… les allane el camino.