Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
La reivindicación de salarios más altos y menos jornada marca el Primero de Mayo
A tres metros del abuelo tras años buscándole: familias visitan las Cuelgamuros
Análisis - Sánchez, ¿acicate o lastre para Illa? Por Neus Tomàs

La vida es gesto

Un año más hemos celebrado el 3 de diciembre nuestro día. Denominado por Naciones Unidas como Día Internacional y Europeo de las Personas con Discapacidad. Una buena ocasión, como cualquier otra, para visibilizar a un sector vulnerable de la sociedad que necesita apoyos y recursos. Un día señalado entorno al cual se organizan actos, galas, y demás celebraciones para hacernos oír. Un día de toque de atención que saboreo con regusto agridulce. Agridulce porque, por una parte, es necesario que en la corriente de los “días de” exista también el de los “dis”, pero que, por otra parte, dicho en román paladino, un día que, superado el triunfalismo de la jornada, pasará sin pena ni gloria, como otro más de tantos, y donde los deberes seguirán a medias, sin hacer o trazados a paso lento, lentísimo.

Se estima que alrededor de un diez por ciento de la población tiene discapacidad. Un diez por ciento de ciudadanos que sigue sufriendo una tasa de desempleo elevada, que continúa peleando por una integración social plena y por una accesibilidad universal aún deficiente. Por cierto, el 4 de diciembre se cumplió el plazo legal para que todos los bienes, servicios, productos y entornos fueran accesibles –como lo leen. ¿Accesibles? Hoy muchos ciegos siguen jugándose la vida literalmente para cruzar una vía peligrosa por carecer esta de semáforo sonoro.

Pero el empleo es, sin duda, la gran aspiración de cualquier persona y un puntal básico para la integración. La de verdad; el pilar que te sitúa en pie de igualdad con el otro, el que te otorga independencia económica para vivir la vida que decidas y no la que otros piensen que es la que más te conviene. El que te otorga el carné de ciudadano con todas las letras. Sin embargo, según datos oficiales, la tasa de paro para el colectivo en 2014 fue del 32,2 por ciento, 7,8 puntos superior a la de la población sin discapacidad.

En el día de las personas con discapacidad, este año, una vez más, se han leído manifiestos reivindicativos, se han realizado gestos, como el de leer en braille parte de esos manifiestos en uno de los parlamentos autonómicos de este nuestro país. Un gesto rancio donde los haya que terminó convirtiéndose en titular de una jornada en la que se podrían decir tantas cosas… tantas como las tasas de desempleo de una población tremendamente vulnerable, que ha sufrido duramente los efectos de la crisis, en forma de retroceso, y que va logrando igualdad a fuerza de conquistarla gramo a gramo en su pelea diaria.

Podrían reflejarse cuántos autobuses o taxis adaptados hay en nuestras ciudades, cuántas personas dependientes viven recluidas en sus viviendas por carecer estas de un mísero ascensor (en España, hay ascensores desde 1877), o cuántos habitantes de zonas rurales en silla de ruedas no pueden desplazarse de una localidad a otra, porque en aquellos lares no hay adaptación de ningún tipo, más allá de la que la propia familia se agencie, de las familias que pagan las terapias de sus hijos para que estos salgan adelante, de cuántos otros montan negocios para que el día de mañana tengan una fuente de ingresos, de cómo los ciegos totales pagan precios astronómicos para poder ir a la playa con independencia, o de los estudiantes sordos que se quedan en el camino hacia la enseñanza superior porque no cuentan con los recursos necesarios para ir a la universidad… Pero el titular del día es que una persona ciega ha leído un par de frases de un manifiesto en braille en el parlamento para conmemorar el día de las personas con discapacidad. ¡Olé!

Si hoy Calderón de la Barca viviera, si hoy escribiera Calderón su obra más popular, podría perfectamente escribir –sin temor a equivocarse– que no es que la vida sea sueño. Es que la vida es gesto y los gestos, gestos son.

Un año más hemos celebrado el 3 de diciembre nuestro día. Denominado por Naciones Unidas como Día Internacional y Europeo de las Personas con Discapacidad. Una buena ocasión, como cualquier otra, para visibilizar a un sector vulnerable de la sociedad que necesita apoyos y recursos. Un día señalado entorno al cual se organizan actos, galas, y demás celebraciones para hacernos oír. Un día de toque de atención que saboreo con regusto agridulce. Agridulce porque, por una parte, es necesario que en la corriente de los “días de” exista también el de los “dis”, pero que, por otra parte, dicho en román paladino, un día que, superado el triunfalismo de la jornada, pasará sin pena ni gloria, como otro más de tantos, y donde los deberes seguirán a medias, sin hacer o trazados a paso lento, lentísimo.

Se estima que alrededor de un diez por ciento de la población tiene discapacidad. Un diez por ciento de ciudadanos que sigue sufriendo una tasa de desempleo elevada, que continúa peleando por una integración social plena y por una accesibilidad universal aún deficiente. Por cierto, el 4 de diciembre se cumplió el plazo legal para que todos los bienes, servicios, productos y entornos fueran accesibles –como lo leen. ¿Accesibles? Hoy muchos ciegos siguen jugándose la vida literalmente para cruzar una vía peligrosa por carecer esta de semáforo sonoro.