“La masa de extrema derecha la forman trabajadores”: cómo aplicar memoria y democracia contra la ola de fascismo

Rubens Casara, durante la jornada

Juan Miguel Baquero

Sevilla —

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Contra la epidemia de fascismo aplique altas dosis de memoria. Y que la cultura democrática sirva de medicina contra el veneno ultra. A modo de recetario, estos enunciados aspiran a frenar el mal bipolar que inocula la extrema derecha: discurso de odio y retroceso social. Un diagnóstico general, y sanador, que resume el debate que un grupo de expertos de América Latina y España ha mantenido en Sevilla durante el Seminario Internacional de Teoría Crítica en Derechos Humanos bajo el título ‘Justicia de transición como antídoto para tiempos de negación’.

“Hay que pensar en una cura colectiva”, inyecta el procurador de Justicia del Ministerio Público del Estado de Minas Gerais (Brasil), Antonio Joaquim Schellenberger. E impulsar “un proceso terapéutico” que cuide a la clase obrera y vigile las crisis periódicas que soporta. “Porque la masa de extrema derecha la forman trabajadores” y el bálsamo para “combatir” esa realidad pasa “por darles futuro, trabajo”, esperanza, en palabras del juez del Tribunal Regional del Trabajo Luiz Alberto Vargas.

Ahí entran en juego las utopías, no solo como placebo, avisan. “Hay que recuperar la capacidad de pensar un mundo mejor, volver a imaginar que otro mundo es posible”, sintetiza la socióloga de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) Juliana Neuenschwander. El remedio, al cabo, enfrenta el “fenómeno global del negacionismo” que ataca como “una estrategia de alta destrucción social” con mecanismos como “las fake news o la apología y nostalgia de la dictadura”, alerta.

“El proyecto de futuro son la democracia y los derechos humanos”, dice, mientras el discurso ultra desestima “el compromiso con la verdad y la memoria”. Sirvan ejemplos como los saludos fascistas en Roma o la reunión de la ultraderecha alemana con nazis, que ha provocado manifestaciones masivas, y paradigmas como el asalto al Capitolio en EEUU o a la réplica en Brasilia de seguidores bolsonaristas.

“Vivimos el renacimiento de nuevos fascismos que están acabando con la democracia en todo el mundo”, resume Prudente José Siveira, del Instituto Joaquín Herrera Flores y miembro de la Comisión de Amnistía de Brasil. La justicia transicional alivia entonces ese “mal del fascismo” desde la verdad, reparación y garantías de no repetición. Las heridas, mientras, supuran en medio mundo, según la analítica del encuentro, donde el juez Baltasar Garzón ha afirmado que en “España hay ‘lawfare”, organizado por el Máster en Derechos Humanos, Interculturalidad y Desarrollo de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) y la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) junto al Instituto Joaquín Herrera Flores.

Crear jóvenes ultras

“Se está enseñando a los jóvenes cómo ser de extrema derecha, intolerantes”, señala Ana María de Oliveira, consejera de la Comisión de Amnistía del ministerio de Derechos Humanos y Ciudadanía brasileño. “Un joven no tiene empleo, no ve futuro, los salarios son bajos… si no hay una narrativa clara y la construcción del pasado sirve para levantar el futuro, no tenemos salida”, insiste el juez Vargas.

El veneno ultra genera fragmentación social usando el “bombardeo de mensajes” y el poder de la “emoción negativa”, aclara Schellenberger. Es la “biopolítica” como agente polarizador que fabrica “personas encarceladas” en esas ideas ultras. El antídoto llega desde la comunicación, la memoria, la democracia, los derechos. Y por educar y “contar la historia”, porque de lo contrario la justicia de transición “no existe en la sociedad”, alivia De Oliveira.

“El negacionismo construye una realidad alternativa, una trama completa” que nace “de la racionalidad neoliberal” y “trata todo como un objeto negociable, incluso la verdad, la democracia, la política, el pasado… y eso produce un grave empobrecimiento del imaginario colectivo”, aporta el juez del Tribunal de Justicia de Río de Janeiro (UFRJ) y miembro de la Asociación de Jueces para la Democracia (AJD) Rubens Casara.

Por esa herida abierta se cuela el “capitalismo neoliberal”. Porque la historia “está funcionando extremadamente bien” para el sistema imperante. Aunque, alguna vez, habrá contraveneno: “No tengo dudas de que el capitalismo acaba, lo que sí tengo dudas es de si acaba antes con la humanidad”, apuesta.

Un objetivo del “capitalismo financiero” es por tanto “redirigir la rabia de las personas, en particular de la clase media, baja y trabajadora, en contra del Estado, y de este modo se les distrae de la lucha por los derechos económicos”, explica el profesor colombiano en la Universidad de Londres (Reino Unido) Óscar Guardiola-Rivera. Una arenga bajo la que subyace la “aplicación de la violencia originaria” colonial que visibiliza esta “injusticia histórica”.

Laboratorio de autoritarismo

“América Latina es un laboratorio de experiencias autoritarias, desde Pinochet a Bolsonaro pasando ahora por Milei”, recapitula la profesora de la Facultad Nacional de Derecho carioca Sayonara Grillo. Frente a la “violación sistemática de los derechos humanos” que practica un extremo está la “responsabilidad de combatir el fascismo”. Y debajo, latiendo, la lucha de clases: “Hay que pensar quién se beneficia, el capital, y quién sale perdiendo, los trabajadores”, subraya la también abogada del Tribunal Regional del Trabajo.

“La violación de los derechos laborales es una de las ofensivas de la extrema derecha para romper la relación entre el capital y la mano de obra”, coincide la politóloga y activista hispanoecuatoriana por los Derechos Humanos Adoración Guamán. Un ataque que en España está “alineado con el fascismo clásico” y deja ver cómo el partido de extrema derecha Vox copia el “discurso del franquismo”, como demuestra “en los lugares donde ocupa cargos públicos”.

Más que una “una lucha partidaria o ideológica”, la enfermedad ultra somatiza en “una deshumanización de las personas, una sociedad dividida en la que el odio ha sido inoculado”, según el abogado del Instituto de Garantías Penales brasileño Antonio Carlos de Almeida.

Y, contra el mal, medicamento. “La memoria tiene que ser activada” como agente “que abre los espacios para que se conozca la verdad” y permita incorporar la justicia transicional al relato envenenado por el discurso de extrema derecha donde, además, las “violencias activadas” se ceban “en las periferias, las minorías” la profesora Rosángela Lunardelli.

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