Lucre: luminosa, cálida y decidida

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Conocí a Lucre hace 23 años, en la redacción de 20 Minutos. Ella llegó a Sevilla desde Madrid, huyendo de algo, buscando un cambio de aires. Y vaya si lo encontró. La ciudad ocupó su vida como un huracán, como un tsunami. Se hizo más sevillana que nadie y como mejor hay que serlo. Con conciencia crítica y un espíritu permanentemente constructivo y de mejora. Con una idea clara de cómo debería configurarse la sociedad local para ser más justa, más humana y más habitable.

Era maravillosa, buena gente, sonriente y alegre. A pesar de lo difícil que es esta ciudad para hacer amigos cuando eres una recién llegada, ella no tardó en hacerlos. No ha parado de hacerlos durante más de 20 años, hasta el último momento. Entre los compañeros de redacción, en los otros medios de comunicación, en organizaciones sociales de todo tipo, entre los padres y madres del colegio. Allá donde se metía, aportaba su alegría y sus ganas de hacer cosas. Imposible no quererla. Era un ciclón.

Al poco de aterrizar en la ciudad, empezamos a quedar por ahí de vez en cuando. Mi amigo Héctor, que siempre tuvo buen ojo y que era más pesado que un político en campaña, rápidamente se arrancó a pedirme que la invitara a venirse con nosotros a los planes de fin de semana. La suerte de Lucre estaba echada. En unas semanas empezaron a salir y hasta hoy.

Formamos nuestras parejas, ellos dos y Cristina y yo, casi a la vez. Y siempre hemos hecho vida de familia. El mismo grupo de amigos y muchos recuerdos juntos. Aquel verano mítico en Pontevedra (el Tour de Pontecaldelas), con Genaro, Bobe y Luis. Algunos fines de semana en Matalascañas. Los viernes eternos con punto de partida en el Vizcaino.

Tenía una cosa divertidísima. Era una de las mentes más sucias de la ciudad. En la redacción de 20 Minutos nuestros puestos de trabajo estaban en los extremos, separados por el resto de mesas. Y siempre que alguien hacía un comentario al que se le podía sacar punta, verle un posible doble sentido o darle un premio, ni me hablaba. Levantaba la vista, nos mirábamos, y nos hartábamos de reír.

Lucre tenía muchas aficiones. Unas más convencionales, como la lectura (incansable), el cine o los viajes. Y otras más curiosas. Como el porno inmobiliario, compartido con mi mujer. A las dos les encantaba navegar por portales de venta y alquiler de casas e imaginar compras y reformas imposibles. Se intercambiaban anuncios y disfrutaban especialmente con los que tenían plano y vídeo. Su cabecera periodística de referencia era la revista El Mueble.

Yo tengo muchas cosas que agradecerle a Lucre. La primera, la buena pareja que formó con mi amigo y las dos hijas tan estupendas que le ha dejado. La segunda, que siempre tenía ganas de vernos. Cristina y yo vivimos 20 años en Madrid y cuando veníamos a Sevilla, Héctor y Lucre siempre estaban disponibles. Nunca tenían otro plan ni estaban comprometidos. Son, de lejos, los amigos a los que más hemos visto, con los que más hemos salido a cenar y con los que más hemos disfrutado y reído en estas dos décadas de diáspora. Menos mal que nos volvimos a la ciudad a tiempo de ayudarla y acompañarla en todo este penoso y difícil proceso.

La tercera, que me permitió volver a escribir. Cuando regresamos, hace justo ahora dos años, le propuse colaborar con la edición local del diario y no lo dudo en aceptarme como columnista. Espero que no llegara a arrepentirse de ello. Y sirvan estas líneas como eterno agradecimiento.

Era una persona amable, cálida y cariñosa. Pero firme en sus convicciones. Progresista, ecologista y, sobre todo, feminista. Se enfadaba cada día con tantas y tantas injusticias con las que convivimos y que ella tenía que conocer, contar y denunciar junto a los compañeros de elDiario.es/Andalucía. Firme también en la toma de decisiones. Y así levanto, consolidó y sostuvo en el tiempo el proyecto editorial que lideró.

Ahora, después de año y medio tras el diagnóstico, el cáncer se la ha llevado por delante. No hay consuelo para este dolor. Ni fe que nos ofrezca consuelo. Nos deja un vacío enorme, un agujero negro emocional, humano e intelectual. Un hueco que tendremos que intentar llenar con su recuerdo. La memoria de una mujer luminosa, cálida y decidida; optimista a pesar de las circunstancias. Siempre luchadora.

Según una vieja leyenda africana, las personas mueren tres veces. La primera, cuando su cuerpo deja de vivir, la muerte natural biológica. La segunda, cuando fallece la última persona que la conoció. Y la tercera, cuando ya nadie conserva su recuerdo. Lucre y su recuerdo siguen presentes y vivos entre nosotros y lo harán durante muchas décadas. Su ejemplo es pura inspiración. Y su huella es imborrable.