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El día que Ramón y Cajal gritó “maricón” a Pío del Río Hortega

Imagen de Cajal junto a un grupo de sus colaboradores publicada en la revista Nuevo Mundo meses antes de la expulsión de Río Hortega.

Elena Lázaro Real

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Hace más de cien años que ocurrió y todavía hay quien formula su propia teoría sobre lo que pasó. La bronca que terminó con la expulsión del neurocientífico vallisoletano Pío del Río Hortega de las instalaciones del laboratorio de Ramón y Cajal en el otoño de 1920 ha sido objeto de elucubraciones durante décadas.

Se conoce a los protagonistas. Por un lado, Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906, director del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de la Junta de Ampliación de Estudios (hoy, Instituto Cajal del CSIC) y, en el momento de la bronca, con un pie en la jubilación. Por otro, Pío del Río Hortega, descubridor de la microglía, dos veces candidato al Premio Nobel y, por aquel entonces, joven director del Laboratorio de Histopatología, otro de los centros de investigación internacionalmente reconocido en aquellos años de la Edad de Plata de la ciencia española. Y para terminar de cerrar el triángulo escaleno que se formó, Tomás García de la Torre, el conserje que había trabajado para Cajal desde la creación del Laboratorio en 1900; un peculiar personaje, encargado, entre otras tareas, de procurar animales para la experimentación a los laboratorios.  

La versión reducida de la historia es que el conserje calentó la cabeza a Cajal con falsas historias, según las cuales Río Hortega andaba criticando al maestro, hasta que Cajal se hartó y acabó expulsando al vallisoletano de las instalaciones que compartían en la Calle de la Infanta Isabel. Pero ¿de verdad podía un conserje influir así en un científico como Cajal? 

Lo que cuentan las cartas

Por las cartas que se conservan en el epistolario de éste, se sabe que la relación de Pío del Río Hortega con el conserje eran tensas desde hacía tiempo. A García de la Torre no le hacía gracia tener que atender a dos laboratorios por el mismo sueldo y Río Hortega, que no aprobaba los trapicheos del conserje –cobraba comisiones por cada animal que llevaba al laboratorio–, mostró sus quejas a Cajal en varias ocasiones. Y así estuvieron un par de años: el conserje atrancando la rueda de don Pío y mimando a don Santiago y Río Hortega quejándose de su comportamiento.

Del relato de Río Hortega en el libro El maestro y yo se deduce que la historia no fue triangular y que la bronca tuvo muchos más lados y aristas. Para entenderlos hay que tener en cuenta que para cuando Cajal decide poner de patitas en la calle a Pío del Río Hortega y a todo su equipo, éste había logrado completar el mapa del sistema nervioso y describir lo que Cajal llamó “el tercer elemento”, es decir la neuroglia, entendida hasta entonces como una especie de “pegamento” de las neuronas, que sin embargo se reveló como una estructura fundamental del sistema nervioso por cuanto se ocupa de controlar el correcto funcionamiento de las neuronas y señalar los procesos patológicos. Para obtener semejante descubrimiento, Río Hortega mejoró el sistema de tinción de los tejidos para poder observarlos con mucho más detalle bajo el microscopio óptico. El método de Camilo Golgi, con el que Cajal compartió el Premio Nobel, no permitía distinguir correctamente la microglía -conocida hoy como células de Hortega- y mucho menos explicar su funcionamiento. El de Río Hortega, sí. Y así lo publicó en 1919, un año antes de la bronca.

El discípulo superaba al maestro, lo que provocó no pocos recelos, como narró el sobrino nieto de Río Hortega ante la Sociedad Española de Neurología en 2012. Una reveladora narración de los acontecimientos basada en las memorias de Río Hortega, pero sobre todo en el devenir histórico de los hallazgos científicos de los protagonistas.

Así, pues, en 1920 tenemos a un conserje cabreado y a un Cajal y a sus discípulos celosos de los avances de Río Hortega, lo que hace más creíble que el calentón de Cajal no fuese provocado sólo por el primero. El caso es que siempre según la versión del epistolario y de las memorias de Río Hortega, su expulsión fue comunicada en una carta especialmente dura en la que Cajal le acusaba de haberle traicionado hablando mal a sus espaldas. Una carta que fue colocada a la vista de todos en el laboratorio.

Pues bien, según ha revelado un nuevo documento, el asunto no quedó ahí. El escarnio público de Río Hortega fue aún más duro de lo que estos relatos ya barruntaban.

Santiago Ramón y Cajal que, además de un enorme talento científico, debía tener un carácter tremendo –no confundir al científico con el siempre pausado y calmado actor Adolfo Marsillach que interpretó el papel en la serie de TVE en los ochenta–, no se limitó a echar a Río Hortega por escrito, sino que lo hizo personalmente y a grito pelado en el propio laboratorio.

Así lo describió el neuropsiquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora en una carta enviada en 1966 al periodista Marino Gómez Santos, fallecido en 2020 y cuyo fondo documental custodia ahora la Universidad Rey Juan Carlos. La carta fue localizada por Martí Pumarola, catedrático de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el transcurso de una investigación sobre historia veterinaria, y dice textualmente: “Informado falsamente Cajal, se presentó una tarde de improviso en el laboratorio, ya irritado por los chismes del borrachín de su conserje. La escena, que nunca olvidaré, fue impresionante. El gran Maestro, descompuesto por lo que creía una injusticia de Del Río a su inmensa labor de descubrimientos, expulsó a Del Río violentamente, empleando epítetos como el de ”maricón“ y otros por el estilo, que jamás le oí emplear después. Del Río salió llorando de aquella brutal escena y no volvió más por el Instituto Cajal”.

La lealtad de Lafora

En la carta, Rodríguez Lafora detalla además las comisiones que el conserje se llevaba por cada animal capturado para el laboratorio, revelando una nueva razón para la inquina de éste hacia Río Hortega: “Un venenoso conserje del viejo Instituto del Museo Velasco (allí se ubicaba el laboratorio), resentido porque Del Río no le dejaba ganarse una comisión: de una peseta por conejo; 2 por gato y 3 por perro, de los que traía el Tío Ranero, personaje de novela barojiana (...), Del Río, entendiéndose directamente con el Tío Ranero, conseguía más baratos los animales. Entonces, el conserje borrachín para vengarse de Del Río le fue envenenando el alma a Cajal...”.

El asunto y el adjetivo utilizado por Cajal para echar a Del Río (maricón y otros por el estilo) no es baladí. Hasta 2020, los escasos intentos de recuperar y popularizar su figura habían pasado de puntillas por su condición homosexual, aun cuando Río Hortega normalizó su vida en común con el empresario Nicolás Gómez del Moral que, según contó Severo Ochoa, fue precisamente quien le cuidó tras enfermar por el berrinche de su expulsión y escarnio, iniciando a partir de aquel año, 1920, una vida juntos que sólo acabó con la muerte de Río Hortega en Buenos Aires en 1945, donde compraron su primera casa juntos. 

Desde la publicación de Un científico en el armario (Nextdoor Publisher), y la reivindicación de la figura de Río Hortega como uno de los referentes científicos para la comunidad LGTBIQ+ por parte de organizaciones como la Asociación Prisma, su trayectoria es revisada poniendo el foco en la homofobia que pudo añadir más leña al fuego de los celos científicos y las envidias personales no sólo en capítulos como el de la bronca con Cajal, sino en otros asuntos como el del rechazo de la Academia de Medicina a incluirle como miembro.

Fallecido Cajal, Río Hortega se presentaba como el más digno heredero intelectual de su puesto en la Academia de Medicina en 1934. Al fin y al cabo había logrado completar el mapa del sistema nervioso, mejorar la técnica de tinción de tejidos que le valió el Nobel a Cajal y describir con detalle las funciones de la microglía. Sin embargo, las influencias de Jorge Francisco Tello, mano derecha de Cajal y su sucesor al frente del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, y el ultracatólico y neuropsiquiatra José María Villaverde consiguieron que fuera este último quien sustituyera al Premio Nobel en la institución y no Río Hortega. 

Cuando se hizo pública la decisión, Gonzalo Rodríguez Lafora, que sí era académico, interpretó aquella votación como un verdadero atropello a la ciencia y presentó su renuncia. En el homenaje que ofrecieron escritores e intelectuales a Rodríguez Lafora y a Río Hortega tras el episodio aparecieron nombres como Pio Baroja, Valle Inclán, Federico García Lorca, además de una larga nómina de investigadores y médicos. 

No existe un documento que pruebe que en aquella decisión de los académicos de excluir a uno de los científicos más reconocidos internacionalmente tuviera algo que ver su homosexualidad. Nadie aludió a ella. No que sepamos hasta ahora.

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