Ni el hambre ni el miedo al mar frenan hoy a quienes cruzan desde África con la idea de encontrar una vida mejor en Europa. Cada año, miles de personas parten desde costas como las de Túnez, Libia o Marruecos, impulsadas por conflictos, pobreza o falta de oportunidades. El riesgo de morir en la travesía no frena ese impulso porque la vida al otro lado parece ofrecer más que lo que han dejado atrás.
Esa determinación contrasta con la realidad de hace decenas de miles de años, cuando África no era una tierra de partida, sino un lugar en el que Homo sapiens encontraba todo lo necesario para quedarse.
Una combinación de entornos diversos permitió una vida estable y autosuficiente
El continente africano ofrecía tal variedad de entornos que nuestros antepasados apenas sintieron la necesidad de abandonar su lugar de origen. Selvas tropicales, sabanas fértiles, bosques y desiertos formaban un mosaico de hábitats donde podían cazar, recolectar y establecer asentamientos con cierta estabilidad.
Según un estudio publicado en Nature y elaborado por el Instituto Max Planck de Geoantropología, el Museo de Historia Natural de Londres y la Universidad de Cambridge, esta riqueza ambiental favoreció una permanencia prolongada que solo cambió cuando, hacia el año 70.000 a.C., comenzó una expansión progresiva hacia entornos más extremos.
Los autores del estudio reunieron pruebas arqueológicas de diferentes puntos del continente con dataciones entre 120.000 y 14.000 años, y las cruzaron con datos paleoclimáticos para reconstruir los ecosistemas disponibles. A partir de esa comparación, concluyeron que, durante buena parte de la prehistoria, Homo sapiens encontró recursos suficientes dentro de África como para no plantearse salidas masivas. Solo cuando empezaron a colonizar zonas especialmente áridas o frías, lo que implicaba un cambio importante en sus hábitos, se produjo el salto real hacia Eurasia.
Según explicó la bióloga evolutiva Michela Leonardi, autora principal del trabajo y miembro del Museo de Historia Natural de Londres, la capacidad de adaptarse a entornos difíciles fue decisiva para ese proceso de expansión: “Nuestros resultados mostraron que el nicho ecológico humano empezó a ampliarse de forma considerable hace 70.000 años, y que esta expansión fue impulsada por un uso más diverso de tipos de hábitat, desde bosques hasta desiertos áridos”.
Hasta entonces, aunque hubo salidas puntuales hacia otras regiones, las evidencias genéticas indican que no dejaron descendencia entre las poblaciones actuales. La clave no fue una mejora tecnológica ni un cambio climático favorable, sino la capacidad de vivir en condiciones que antes se evitaban. Esto incluyó entornos de frío extremo, zonas sin vegetación abundante o espacios sin acceso continuo a agua, lo que exigió nuevas estrategias para sobrevivir.
En este sentido, la investigadora Eleanor Scerri, del Instituto Max Planck de Geoantropología, explicó que los grupos humanos que salieron del continente hacia Eurasia a partir de hace unos 60.000 años lo hicieron tras haber desarrollado una flexibilidad ecológica distinta: “A diferencia de los humanos anteriores que se dispersaron fuera de África, esos grupos estaban preparados para afrontar hábitats con condiciones climáticas muy exigentes, lo que probablemente facilitó el éxito adaptativo de nuestra especie más allá de su lugar de origen”.
El éxito adaptativo surgió de una evolución cultural y social profunda
El trabajo apunta a que esa transición no fue resultado de un único avance, sino de una serie de interacciones sociales, culturales y ambientales. Mayor contacto entre grupos, intercambio de conocimientos y un territorio compartido cada vez más amplio aumentaron las probabilidades de mantener innovaciones y transmitirlas a otros.
En palabras de la bióloga Michela Leonardi, esa red de relaciones pudo ser la base de un cambio más profundo: “Parece más bien la interacción compleja de muchos factores, como que las poblaciones humanas ocuparan rangos más amplios, vivieran en contacto más frecuente y mantuvieran innovaciones con mayor probabilidad”.
Así, la salida masiva de África no fue fruto de una huida ni de una necesidad imperiosa inmediata. Fue consecuencia de una transformación lenta que permitió a los Homo sapiens pasar de ser especialistas en climas templados a auténticos expertos en adaptarse a casi cualquier entorno del planeta.