En el norte de Japón, cada invierno las laderas del Monte Zao se transforman en un paisaje de otro mundo. Los abetos cubiertos de escarcha y nieve adoptan formas espectaculares conocidas como juhyo o “monstruos de nieve”: gigantes helados que parecen criaturas fantasmales esculpidas por el viento. Este fenómeno casi exclusivo de la cordillera que separa las prefecturas de Yamagata y Miyagi es un reclamo turístico y natural único.
Los juhyo no son árboles normales bajo la nieve: se forman cuando el viento invernal del oeste, cargado de gotas de agua superenfriada, golpea los abetos Aomori todomatsu y hace que la escarcha se acumule en capas cada vez más gruesas. Con el tiempo, esas acumulaciones adoptan crestas superpuestas conocidas como “colas de camarón” que, agrupadas, crean las figuras fantásticas que atraen a decenas de miles de visitantes cada año.
Pero esta maravilla natural está en retroceso. En agosto de 2025, un equipo liderado por el profesor emérito Fumitaka Yanagisawa de la Universidad de Yamagata analizó fotografías del Monte Zao tomadas desde la misma posición desde 1933. El estudio observa una disminución clara en el grosor de los monstruos a lo largo de las décadas: mientras que en los años 30 podían alcanzar entre cinco y seis metros de ancho, muchas formaciones desde 2019 no superan medio metro o incluso son apenas columnas estrechas.
¿Qué está pasando?
La causa del adelgazamiento de los juhyo es doble. Por un lado está el calentamiento global, que ha elevado las temperaturas medias en los inviernos de la zona (un fenómeno documentado en diversos estudios que señalan incrementos de temperatura en regiones montañosas como Japón mucho mayores que la media global) y que ha desplazado hacia altitudes más altas la franja climática adecuada para la formación de estas esculturas de hielo.
Por otro lado, los propios árboles que sostienen los monstruos están bajo ataque. Desde 2013, una plaga de polillas ha despojado de acículas a muchos abetos, debilitando su capacidad para sostener las capas de hielo. Posteriormente, escarabajos de la corteza han atacado a estos árboles ya debilitados, provocando la muerte de alrededor de 23.000 abetos (aproximadamente una quinta parte de los bosques en la prefectura) según informes oficiales. Con menos ramas y hojas, hay menos superficie donde la nieve y la escarcha puedan adherirse para formar los enormes monstruos que hicieron famosa a la región.
Si la tendencia continúa, los expertos advierten que en inviernos cada vez más cálidos el fenómeno de los juhyo podría dejar de formarse por completo hacia finales de este siglo, un símbolo de cómo el cambio climático está afectando no solo a especies o eventos meteorológicos, sino a paisajes naturales que durante décadas fueron fiables y espectaculares.
Frente a esta amenaza, las autoridades de Yamagata han impulsado la Conferencia de Reactivación de Juhyo (Juhyo Revival Conference), un consejo permanente que reúne a investigadores, residentes, empresas locales y gobiernos para coordinar esfuerzos a largo plazo para restaurar los bosques de abetos y preservar el fenómeno. Desde 2019, se han trasplantado más de 190 árboles regenerados naturalmente en zonas elevadas, aunque estos tardan entre 50 y 70 años en madurar y recuperar su capacidad de generar juhyo.
La pérdida de los monstruos de nieve tendría también un impacto económico y social profundo. Son un pilar del turismo invernal en la región de Zao, atrayendo a visitantes no solo por el esquí, sino por la oportunidad de ver un paisaje único. “Si los juhyo desaparecieran, sería un duro golpe para la economía local”, afirma un responsable de la juhyo Asociación de Turismo de Zao Onsen.
Además de los esfuerzos oficiales, estudiantes y científicos se han sumado a la lucha: en Murayama, jóvenes de escuelas técnicas trabajan cultivando abetos Aomori todomatsu y experimentando con métodos de propagación para asegurar que, en décadas venideras, haya más árboles capaces de sostener estas figuras heladas.
Hoy, los “monstruos de nieve” de Japón no solo son un espectáculo natural fascinante: son un recordatorio visible de cómo la delicada interacción entre clima, bosques y viento puede verse alterada por el calentamiento global. Protegerlos es un desafío de generaciones, y su futuro está íntimamente ligado al de los bosques que los sostienen.