Los grupos humanos que permanecen apartados del mundo exterior suelen enfrentarse a una paradoja. Su decisión de aislarse les protege de la violencia o de las epidemias, pero también los deja expuestos ante cualquier intromisión. Esa fragilidad aumenta cuando su entorno natural se ve alterado por actividades externas.
En esas condiciones, los pueblos aislados se convierten en los más vulnerables del planeta, y su destino depende de decisiones políticas y económicas que ellos no controlan. Esta tensión se refleja de forma muy evidente en la selva amazónica del sureste de Perú, donde la vida de los mashco piro se desarrolla bajo un riesgo permanente.
Los mashco piro viven bajo la amenaza del avance humano
Un informe de la organización Survival International señala que existen al menos 196 pueblos indígenas no contactados en el mundo, y que la mitad podría desaparecer en la próxima década si los gobiernos no actúan con mayor firmeza. Según el mismo documento, el grupo más numeroso sería el de los mashco piro.
Los peligros provienen de la tala, la minería y la exploración petrolera, pero también de la presencia de misioneros y de personas que buscan notoriedad en redes sociales. Survival International advierte que la invasión de los territorios donde viven estos pueblos está acelerando su desplazamiento hacia zonas habitadas.
La política de no contacto aplicada por el Gobierno peruano se inspira en el modelo brasileño y prohíbe toda interacción con los grupos aislados. La medida se adoptó tras constatar que el primer contacto suele acabar en epidemias y pérdida de comunidades enteras. Issrail Aquisse, de Femanad, explicó a la BBC que “los pueblos indígenas aislados son muy vulnerables; cualquier contacto podría transmitir enfermedades, e incluso las más simples podrían exterminarlos”. Las autoridades mantienen esta estrategia para evitar repeticiones de tragedias ocurridas en los años 80 y 90, cuando comunidades como los nahua o los muruhanua sufrieron graves pérdidas tras sus primeros encuentros con forasteros.
Los habitantes de Nueva Oceanía, un pequeño asentamiento a orillas del río Tauhamanu, viven en una situación de tensión constante. El pueblo está formado por siete u ocho familias dedicadas a la pesca y situado a unas diez horas en barco del núcleo urbano más cercano. Allí no hay reconocimiento oficial como reserva para pueblos no contactados, y operan empresas madereras. Los vecinos oyen el ruido de la maquinaria incluso de noche y temen que la destrucción del bosque empuje a los mashco piro hacia sus viviendas. La joven Letitia Rodríguez López relató a la periodista Stephanie Meyer, de la BBC, que “oímos gritos, llantos de mucha gente. Como si fuera un grupo entero gritando”.
Los puestos de control intentan contener los encuentros y evitar contagios
En otra zona más al sur, el puesto de control Nomole, gestionado por el Ministerio de Cultura y la Fenamad, intenta reducir los riesgos de enfrentamiento. Antonio Trigoso Ydalgo, jefe del destacamento, describió que los mashco piro “siempre salen por el mismo lado. Desde allí comienzan a gritar. Piden plátano, yuca o caña de azúcar”. Los agentes han observado la presencia de unas cuarenta personas que se acercan con frecuencia. Han identificado a líderes como Kamotolo, Tkotko y a una joven llamada Yomako, reconocida por su carácter alegre. Les atrae la ropa de colores vivos y suelen acercarse a los guardas con curiosidad.
Los registros del puesto muestran que este grupo nómada pertenece a una rama distinta de los mashco piro que viven cerca de Nueva Oceanía. Su modo de vida se basa en la caza, la pesca y la recolección. Cuando se agotan los recursos de una zona, desmontan sus campamentos y avanzan hacia otro punto del bosque. Los investigadores creen que descienden de indígenas que escaparon en el siglo XIX de los barones del caucho, responsables de una de las mayores explotaciones de la selva peruana. Muchos huyeron para evitar la esclavitud y los castigos, y se adentraron en zonas inaccesibles.
En Nueva Oceanía, Tomás Áñez Dos Santos convivió durante años cerca de este pueblo nómada sin tener contacto directo. Un día escuchó pasos mientras trabajaba en un claro y descubrió que varios mashco piro lo observaban con arcos tensados. “Uno estaba de pie, apuntando con una flecha”, contó a Stephanie Meyer. “Yo les decía: Nomole (hermano)”. Decidió alejarse corriendo hacia el río. Con el tiempo ha aprendido a mantener distancia y respeto. Siembra plátanos para que ellos los recojan sin conflicto. “Déjenlos vivir como quieren vivir”, añadió.
Las organizaciones indígenas reclaman una protección real del territorio
El territorio mashco piro cuenta con una reserva forestal que se creó en 2002, aunque solo protege una parte de su hábitat. Survival International documentó que la empresa Canales Tahuamanu SAC mantiene concesiones madereras con certificación de sostenibilidad pese a operar en terrenos de presencia indígena. Más de 200 kilómetros de caminos facilitan la entrada de madereros y colonos. Un líder yine recordó al mismo medio que “los hombres que visten de naranja son mala gente”, en alusión a los trabajadores de esas compañías.
Las organizaciones FENAMAD y AIDESEP piden desde hace años que se amplíe la reserva mashco piro, una medida aprobada en 2016 pero que sigue pendiente de promulgación. Tomás insiste en la urgencia de esa protección: “Necesitamos que sean libres como nosotros. Sabemos que vivieron en paz durante años y ahora sus bosques están siendo destruidos”. La continuidad de su territorio decidirá si estos pueblos pueden seguir viviendo con independencia o si el ruido de las motosierras acaba borrando su modo de vida.