El Paseo de la Fama de Hollywood exhibe en la actualidad miles de placas incrustadas en el suelo, hasta el punto de que el homenaje se ha convertido en un distintivo accesible para centenares de profesionales del espectáculo. La proliferación de estrellas responde a la voluntad de la Cámara de Comercio de Los Ángeles de ampliar el escaparate turístico, lo que provoca que actores de televisión, presentadores de programas y figuras secundarias convivan en el mismo recorrido que nombres legendarios de la industria.
Este contexto masificado hace más llamativa la hazaña de un catalán que logró allí cuatro estrellas en una época en que aquel paseo aún se reservaba para gigantes de la música y del cine. Ningún otro español ha conseguido tener tantas.
Chaplin, Sinatra y la mafia impulsaron su carrera en los años dorados del espectáculo
Xavier Cugat había nacido el 1 de enero de 1900 en Girona, dentro de una familia humilde que emigró a Cuba. El niño vivió en La Habana frente al taller de un luthier valenciano y a los 12 años ya era el primer violín de la sinfónica local. En sus memorias, tituladas Yo, Cugat y prologadas por Frank Sinatra, explicó que si aquel vecino hubiera fabricado embutidos él habría seguido ese oficio.
Años después, tras tocar para Enrico Caruso en pantalón corto, partió rumbo a Nueva York en 1915, donde al principio tuvo que dormir en bancos de Central Park antes de encontrar trabajo en locales de música.
Hollywood fue el territorio que le dio visibilidad internacional. Charles Chaplin lo invitó a su mansión de Beverly Hills para interpretar melodías en el rodaje de Luces de la ciudad y quedó fascinado con La violetera. En el documental Sexo, maracas y chihuahuas de Diego Mas se recuerda también que Cugat dirigió en 1928 Cugat y sus gigolós, considerado el primer corto sonoro de la historia.
En paralelo, comenzó a introducir los ritmos latinos en Estados Unidos, lo que le permitió convertirse en director de la orquesta residente del Waldorf Astoria de Nueva York.
Su relación con la mafia marcó parte de su carrera. En el programa Rasgos de RTVE declaró: “Todo artista que actuaba en Las Vegas lo hacía para la mafia, eran como empresarios”. Al Capone lo contrató durante tres años en el Chez Paris de Chicago, donde también actuó Maurice Chevalier, y Bugsy Siegel lo llamó para inaugurar el Flamingo.
En aquel ambiente conoció a Frank Sinatra, a quien ofreció grabar su primer disco, y a un joven Woody Allen, que debutó como humorista en la apertura del Caesars Palace.
El éxito musical se mezcló con matrimonios sonados y una orquesta marcada por la sensualidad
La lista de estrellas que trabajaron con él incluyó a Dean Martin, Jerry Lewis o Bing Crosby. Cugat relató en Rasgos que tanto Chaplin como Rodolfo Valentino eran admiradores de Raquel Meyer y que incluso viajaron cuatro días en tren hasta Nueva York para asistir a su debut. Esa capacidad para mover contactos explica cómo llegó a ser el rey de la rumba en Estados Unidos, con 48 millones de discos vendidos y presencia en 25 películas.
Su vida sentimental acaparó numerosos titulares. Se casó cinco veces: primero con Rita Montaner, luego con Carmen Castillo, después con Lorraine Allen, más tarde con Abbe Lane y finalmente con Charo Baeza.
Lane, con la que Allen le había pillado en la cama provocando su separación, se convirtió en la imagen de su orquesta durante los 50 y su sensualidad llamaba la atención incluso del papa Juan XXIII, que le aconsejaba vestir de forma más recatada.
La relación terminó en divorcio a raíz del éxito de ella y en Madrid encontró a una joven murciana con guitarra y melena rubia que pronto sería conocida como Charo. Ella misma explicó en Rasgos: “Cugat se casó conmigo sabiendo que nunca sería su mujer oficial”.
Su retiro en Barcelona cerró una carrera legendaria
El regreso definitivo a Barcelona se produjo en 1978, cuando se instaló en el hotel Ritz, acompañado de sus chihuahuas y de sus caricaturas, que publicó incluso en Los Angeles Times. Allí descubrió a Nina, a quien presentó en el concurso Un, dos, tres... en 1987. Falleció tres años más tarde, el 27 de octubre de 1990, a los 90 años, y fue enterrado en Girona. Ese mismo año la Generalitat le concedió la Creu de Sant Jordi como reconocimiento a su trayectoria.
Su legado musical sigue presente en películas como Kika de Almodóvar o 2046 de Wong Kar-Wai, que usaron grabaciones suyas. Incluso Woody Allen, con el que acabó en malos términos, lo homenajeó en Días de radio con un personaje inspirado en su figura. Hoy su tumba recuerda: “Cugat, que vivió”.
Hoy queda en la memoria como el catalán que puso ritmo a Hollywood, el que dirigía con un chihuahua en brazos y que, pese a haber vendido millones de discos, terminó alojado en un hotel barcelonés y prácticamente cayendo en el olvido. No es poca ironía que en un Paseo de la Fama hoy abarrotado de estrellas, su nombre aún destaque por haber brillado cuando aquello sí tenía valor.