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Domingo

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Román Delgado

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-Bueno..., mujer, que te dejo...; me tengo que adecentar y fíjate qué hora es ya, que tengo que estar para el aperitivo de domingo, que luego ya sabes, modorra, siesta, igual hasta con amoríos, y la tarde de domingo que se estrecha y ya empieza a avisar el lunes, y como sabes, vuelta a empezar; así que te dejo, ¿vale?, y de verdad, Mercedes, lo siento mucho, muchísimo, porque es que hablamos tan poco y, por una vez que llamas, jo…, qué pena, se me echa la hora encima; perdóname, Mercedes, pero no sé si sabes que me separé, que este fin de semana estoy sin niños, sin Jonás y sin Manuela, y ayer salí, me sentí estupenda y creo que ligué, al fin ligué; por esto mismo, por el cosquilleo de barriga, es por lo que seguro que me habrás notado tan alterada, y lo siento mucho, muchísimo, que ya sabes que hace tanto tiempo que no hablamos, pero me tengo que ir, me tengo que ir…, que me espera y hoy tengo hambre de esa persona, que me encanta, me encanta y me apasiona esa persona, tan distinta, tan cercana, con tan buenas sensaciones, algo tan diferente de lo de antes; si tú supieras, Mercedes, lo difícil que ha sido todo y lo sencillo y agradable que me pareció todo anoche: pura felicidad, mi querida hermana, pura felicidad, algo que casi no conocía desde que cometí la tremenda equivocación de casarme por amor con ese bergante, sí, y no digo mal, Mercedes, no digo mal…, y lo dejamos aquí, porfa…, que me esperan en diez minutos, aún no me he preparado y además no le puedo fallar, no, ni me apetece; hoy esta cita repetida es mi felicidad, mi verdadera felicidad, y así la voy a vivir, con plena e inmensa felicidad, y espero que lo entiendas, Mercedes, aunque avanzo que seguro que no te será fácil, que conozco bien tus manías, verdades, placeres, complejos e hipocresías, y esto es lo que me sigue uniendo a ti desde aquel primer día, el del resbalón en el patio del colegio y ¡zas! al charco de lleno, del que me sacaste y luego me atendiste con cariño y humildad; aquello, ese remojón, creo que ya nos unirá para siempre, por mucho que tú no entiendas un montón de cosas, y lo sé que así será; … así que ya hablamos de esto y te pongo al día; ¡es que estoy muy nerviosa…!; hoy esta Esperanza, tu Espe, está muy nerviosa y lo debes entender; Jesús, que se va el tiempo volando; adiós, adiós, ¡guapa!; qué feliz soy hoy y fui ayer, y espero que más días. Ya te contaré..., hermosura, hermosura. Adiós, Mercedes, que ella me espera, que me espera María; María, que es un sol... ¡Uyyyy...!

-María. ¿Has dicho María? -resuena el interrogante como un ronquido atroz en el auricular de Esperanza.

-Sí, Mercedes, María. He dicho María, nombre de mujer, que se te ha cambiado la voz y ahora estás en silencio, y creo que esto no te ha gustado nada...; ahora vas y actúas como esperaba, aunque también pensé que igual ya habrías cambiado y no colgarías el teléfono; ahora sí creo de verdad que igual he perdido a una amiga que quizá no querré recuperar, y estoy segura de que esta vez no me he metido en un charco; soy feliz y, con un poco de suerte, llego a tiempo al aperitivo, seguro que el inicio de un magnífico día, de otra vida: ¡ojalá…!

Ring, ring...

-Ya voy, María; voy, perdona...

Cuelga el telefonillo y deja caer una lágrima gorda, que pringa el parqué. Camino del baño, grita: “¡Al carajo, Mercedes!, que no aguanto más. Quiero ser feliz y lo voy a conseguir porque me da la real gana. A mí no me basta con un maniquí, ¡tonta...! ¡Ojalá…!”.

Cierra la puerta con una única vuelta de llave y, al salir del bloque, ya la encuentra allí: luminosa y sincera.

-¡Ojalá!, ¡ojalá! -repitió al cruzar la calle.

-¡Hola, Esperanza! -dijo ella desde el coche.

-¡Hola, María! -respondió nada más estar dentro.

Y se dan un beso premonitorio en la boca, delante de todos los que pasan por allí.

Pieza publicada en el libro de cuentos y otros textos llamado Policromía.

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