En Italia llaman 'pan de España' a esta delicia casera que todos hemos comido alguna vez en la vida

Adrián Roque

8 de noviembre de 2025 10:30 h

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Hay dulces que nacen del lujo, y otros que conquistan el mundo con tres ingredientes y una buena batidora. El pan de España, o pan di Spagna en italiano, pertenece a este segundo grupo. Sí, señoras y señores, hablamos del bizcocho más simple del mundo. El de toda la vida. El que hace tu abuela los domingos por la tarde. El que se acompaña con un trocito de chocolate con leche a bocados.

Pero no por ello sabe a poco, es también el bizcocho más viajero: cruzó océanos, cambió de nombre varias veces y terminó inspirando postres en medio planeta. En Japón lo llaman kasutera, en Portugal pão de ló, y en Italia, donde se hizo célebre, lo siguen recordando como un tributo a España.

Pero ¿por qué los italianos llaman “pan de España” a un bizcocho que parece suyo? La respuesta, como siempre en gastronomía, está en la historia y en el aire que encierra cada bocado.

Del convento a la corte: el nacimiento del pan de Castilla

Todo empezó con una mezcla sencilla: huevos, harina y azúcar. En tiempos en que la levadura química no existía, los cocineros aprendieron a batir los huevos con energía hasta crear una espuma ligera capaz de dar volumen al bizcocho. De esa técnica nacieron los primeros “panes dulces” que hoy reconocemos como el origen del bizcocho moderno.

Su cuna está en la repostería conventual española y portuguesa, donde las monjas transformaban los excedentes de huevos en dulces celestiales. En Castilla se preparaba el llamado “pan de Castilla”, un bizcocho ligero que pronto viajó a través de las rutas comerciales hacia Italia y Asia.

A los portugueses les fascinó tanto que lo convirtieron en su famoso pão de ló, y los comerciantes lusos lo llevaron hasta Japón en el siglo XVI. Allí, los japoneses lo adaptaron al gusto local, añadiendo sirope de glucosa —el mizuame— y dándole un nombre propio: kasutera, una deformación fonética de “Castella”. Ese “pan de Castilla” se convirtió, con el tiempo, en uno de los dulces más populares del país nipón.

Giobatta Cabona y la leyenda del pan di Spagna

Sigamos el rastro europeo. En el siglo XVIII, un pastelero genovés llamado Giovan Battista Cabona, conocido como Giobatta, presentó en la corte española un bizcocho tan ligero y aireado que impresionó a todos. La receta, perfeccionada en su ciudad natal, dio lugar a la génoise francesa, base de tantos pasteles europeos.

En Italia, la versión más simple y esponjosa de aquel bizcocho adoptó el nombre de “pan di Spagna” —literalmente, “pan de España”— como homenaje al país que había inspirado su textura etérea. Con el tiempo, el término se extendió por todo el continente: en Francia se llamó pain d’Espagne, en Turquía pandispanya, y en Rumanía pandiÈ™pan.

En realidad, todos comparten el mismo principio: una masa ligera sin levadura, montada solo con aire, que se convierte en la base de tartas, brazos gitanos y postres de celebración.

De Castilla a Nagasaki: un viaje de siglos

Pocas recetas simbolizan tan bien el intercambio cultural como este bizcocho. En Japón, el kasutera se consolidó en la ciudad portuaria de Nagasaki, donde todavía hoy se elabora de forma artesanal en moldes rectangulares. Se distingue por su color dorado, su miga húmeda y su corteza caramelizada, y suele servirse cortado en porciones perfectas, con una estética casi zen.

Mientras tanto, en Italia, el pan di Spagna se convirtió en un pilar de la repostería clásica. Es el corazón de tiramisús, zuccotti, pasteles rellenos de crema o nata… y también el protagonista silencioso de cumpleaños, comuniones y celebraciones familiares. No hay horno casero que no haya olido alguna vez a este bizcocho tibio y dorado.

Y lo mejor: sigue siendo tan simple como siempre. Solo huevos, azúcar y harina. Nada más. Ni mantequilla, ni leche, ni levadura. Solo técnica, paciencia y aire.

Un pedazo de historia en cada bocado

Hoy, cada país lo llama a su manera, pero todos reconocen su esencia. En España lo seguimos preparando como el bizcocho de toda la vida; en Portugal lo bañan en vino dulce; en Italia lo rellenan de crema pastelera; y en Japón lo venden envuelto con mimo, como si fuera un regalo.

El pan de España no solo endulza desayunos y meriendas, sino que también nos recuerda algo importante: que la cocina es el viaje más largo del mundo, y que un simple bizcocho puede unir siglos, culturas y continentes.

Porque al final, detrás de cada trozo de pan di Spagna, late una historia compartida —y un aroma universal a hogar.