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Cómo hacer panellets, las pastas catalanas que llena de dulzor el otoño

Adrián Roque

1 de noviembre de 2025 09:00 h

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En otoño, Cataluña huele a castañas, boniatos y almendra. Es la época de la Castanyada, una de las fiestas más queridas del calendario catalán, donde el fuego, la familia y los dulces se convierten en el eje de la celebración. Entre todos ellos, hay uno que se lleva el protagonismo: los panellets, esas pequeñas pastas redondas que anuncian la llegada del frío y el Día de Todos los Santos.

El origen de los panellets: de ofrenda religiosa a símbolo de otoño

Los panellets son mucho más que un postre. Su historia se remonta al siglo XVIII, cuando se preparaban como comida bendecida para compartir tras las celebraciones religiosas de San Marcos y la Santa Cruz. En aquella época, los fieles velaban a los difuntos durante toda la noche, y estos dulces energéticos —a base de almendra, azúcar y huevo— servían para soportar las largas horas de vigilia.

Se cree que su origen proviene de la repostería árabe, por su base de mazapán, un ingrediente común también en otros clásicos como los huesos de santo o el pan de Cádiz. Con el tiempo, el panellet se popularizó en toda la zona mediterránea, especialmente en Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares, convirtiéndose en una auténtica tradición catalana.

Ya en el siglo XIX, el Barón de Maldà mencionaba en sus crónicas cómo se vendían en las calles de Barcelona durante el otoño. Hoy, las pastelerías los exhiben en sus vitrinas desde mediados de octubre, con precios que oscilan entre los 35 y 45 euros el kilo. Aun así, cada año se consumen cerca de un millón de kilos solo en Cataluña.

Ingredientes y preparación: el secreto está en la masa

Hacer panellets en casa no es difícil, pero sí requiere paciencia y mimo. La base es un mazapán elaborado con almendra molida (500gr), azúcar (400gr), una clara de huevo y un toque de ralladura de limón, que se mezcla hasta formar una masa densa y brillante. Esa masa se deja reposar en la nevera unas horas para que gane consistencia, y después se moldea en pequeñas bolitas del tamaño de una nuez.

Los más clásicos son los panellets de piñones, aunque también los hay de coco (normalmente se hacen solo con coco rallado, zanahoria y azúcar a partes iguales, sin almendra molida), café, chocolate, naranja o membrillo. Para los tradicionales, los piñones se mezclan con yema de huevo y un poco de almíbar, y luego se adhieren a la superficie de cada bolita. Finalmente, se hornean unos minutos a alta temperatura —240 °C bastan— hasta que los piñones se doran y desprenden ese aroma irresistible que inunda toda la casa.

La receta original se hacía solo con almendra, pero hoy en muchos hogares se añade boniato o patata cocida para abaratar costes y dar una textura más suave. Esta variante, eso sí, sigue generando debate entre los más puristas, que defienden que los auténticos panellets catalanes deben hacerse únicamente con almendra y azúcar.

Un bocado dulce que sabe a hogar y a otoño

El resultado son pequeñas joyas doradas, crujientes por fuera y tiernas por dentro. Se sirven tradicionalmente con un vino dulce —moscatel, mistela o Pedro Ximénez— y se disfrutan en familia, entre risas, recuerdos y el chisporroteo de las castañas.

En la tradición catalana, los panellets son mucho más que un postre estacional: son parte de la identidad culinaria del país, un símbolo de unión y de celebración que une generaciones cada otoño. Cada bocado lleva consigo una historia de herencia, de devoción y de gusto por lo sencillo.

Por eso, cuando las hojas empiezan a caer y los escaparates se llenan de piñones, los catalanes saben que ha llegado su momento favorito del año: el de hornear panellets, encender el fuego y dejar que el otoño sepa —y huela— a hogar.