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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Ay, mi requetequeridísimo Federico…

Poetas de España y América reivindican las "lecciones" de Lorca en el 80 aniversario de su asesinato

Ana I. Bernal Triviño

Aquí estamos. De nuevo, tú y yo. Y eso que no te iba a volver a escribir. Pero tú sabes cuándo me publican, y los dos sabemos qué día es hoy. Siento como si me dijeras: “¡Primor, que me tienes tres años abandonado y no me dices nada!”. Y sabes bien que he intentado esquivarte. Que no he ido a tu casa, ni donde te asesinaron, ni he abierto tus libros… pero tampoco me has dado mucha escapatoria.  Porque es inevitable que, a pesar de los pesares, siempre estés plegadito en mi memoria y en mi corazón. Y porque tú mismo te has empeñado en estar presente estos años, a través de muchos momentos, para que supiera que siempre debo sonreír.

Han ocurrido tantas cosas feas desde entonces…

Pero hoy quiero hablar contigo de lo feliz que soy gracias a ti. De aquella carta que tantas alegrías me dio y que tan buenas personas me ha regalado. Todos me han ilusionado. Lara me envió uno de sus discos donde canta tus poemas. Norberto me mandó un sobre cargado con recortes en prensa de tu visita a Nueva York. Me escribieron profesores de instituto que recomendaban la carta a sus alumnos para conocerte mejor, y otro me aseguró que el texto se estudiaba en la Universidad de Baja California. Alfonso comparte la carta cada semana para no olvidarte.  Cuando Teresa o Noelia viajan por el mundo, me mandan fotos como tu mesita del café Tortoni en Buenos Aires, o el teatro de La Habana con tu nombre. Con ese texto, hice algunas cositas y han ido a parar a México, a Polonia o a Nueva York. Desde allí, Isaías me mandó hace poco una de las fotos más bonitas que recibí, donde el dibujo que hice de ti divisaba la gran ciudad. También a Cuba, donde Irene se la entregó a la hija de Alberti.

Y nuestra carta, además, está presente en el escaparate de una librería de español en Suiza. Su encantadora dueña, Fátima, me regaló un librito sobre ti. No vas a creer lo que narra una de sus páginas: el relato de cómo José Luis Cano te conoció en mi Málaga. ¡Sí! Cuando te saludó en la plaza de la Marina y os fuisteis al merendero de El Palo, donde pediste un vino con chanquetes. Y casi se me saltan las lágrimas con el relato que Cano realiza de ti, cuando simulaste lo que ocurría cuando cogías a tu madre en brazos, y reproducías cómo ella exclamaba: “¡Federico, por Dios, que me matas!” Y todos se morían a carcajadas. También menciona cuando hablabas con amor puro de tu madre. Qué dolor te produciría no poder despedirte de ella… También conocí a Elena, una mujer encantadora. Su marido, El Cabrero, canta el flamenco que te gustaría. Toda la familia te adora.

En este tiempo he tenido encuentros maravillosos, porque así los convertías con tu presencia. Como aquel acompañante de viaje argentino, que en el trayecto Granada-Málaga no paraba de recitarme tus poemas. O mi nuevo jefe, cuya familia es de Fuente Vaqueros, ¡y su abuela vivía unas casas más arriba de la tuya! O cuando hice el reportaje sobre los olivos Lucio, de tu Granada… y resulta que son los mismos bajo los que escribías tus poemas.

“Buenos días, Federico”

Tengo que contarte otra cosa mágica para mí. ¿Te imaginas en qué universidad he impartido clases este año? ¡En Granada! ¡Y aún hay más! Salía de mi hospedaje, desde donde veía el amanecer de Sierra Nevada, cruzaba la calle y lo primero que veía… ¡era a ti! Estabas representado en una estatua de bronce, sentado en un banquito, con un librito. Y todas las mañanas, cuando me iba a trabajar, pasaba por delante y te decía: “¡Buenos días, Federico!” Y la vuelta: “¡Hasta mañana, Federico!” Claro, todo esto en voz baja y para dentro, que tampoco quería que la gente me tomase por loca. Y si tenía algo más de tiempo, me sentaba un rato a tu lado. Y aparecía un gorrioncillo que picoteaba en el suelo y que me recordaba al que vi en tu huerta. E, irremediablemente, imaginaba que eras tú, y que con el canto me recitabas tus versos.

Aún debo contarte algo más. Entrevisté a un actor de Málaga, Fran Perea. Te ha interpretado en una película sobre tu estreno de Mariana Pineda en Barcelona, con tu Xirgu. Te prometo que tuve la sensación de verte en la piel de ese muchacho. Sí, sé que actuaba, pero eras tan tú, Federico… Con tu alegría y tu pena, con el mismo arrojo por todo, con las mismas ganas y con tu maravillosa sonrisa. Y debes saber que adora el teatro tanto como tú. Que él es de los que deja el ramo de azucenas y se mete en el fango. De los que intenta salvar de la agonía esos teatros que han terminado convertidos en tiendas gigantes. Y lo mejor fue el 24 de diciembre. Cuando publiqué un textito y esa persona que siempre admiré, porque parte de ti vive en él, me dijo que escribía desde donde sale la “oscura raíz del grito”. Sería un cumplido, pero lo sentí como un regalo de Nochebuena que también me realizabas tú para seguir en mi lucha.

Por todas esas cosas sigo escribiendo, aunque a veces quiera tirar todo por la borda. Y sabes que, como tú, si no escribimos, nos pudrimos por dentro. Por eso podemos dejar de comer, pero no de hacer esto que nos alimenta. Quiero seguir juntando letras toda mi vida y que los textos, como tú bien decías, pasen a ser de la gente. Estos tres años apenas me salía ni la voz ni las letras. Como si el dolor, con un gancho, me las hubiese arrancado una a una.  Pero este año… ¿quieres creer que empecé a escribir poesía? Bueno, no me gusta llamarla así porque yo las veo ridículas, pero cuando escribo me acuerdo de ti. Porque me has desembocado en ellas, porque me hace sentir libre y echar mis demonios fuera. Y como, a veces, veo el futuro tan incierto y sabes al dedillo lo que me gusta escribir, he creado un proyectito donde la gente me cuenta su vida y, de ello, les hago un libro. Te confieso que es donde mayores alegrías he encontrado.  Y al fin me siento periodista, de las de verdad… que ya era hora.

 

¿Recuerdas cuando te dije que por aquí todo estaba putrefacto? Ahora, aún más… Me pregunto qué escribirías hoy, cuando el drama persiste en cada esquina. Cuando se cierran fronteras y desaparecen niños en busca de refugio, cuando las armas trepan por encima del amor, cuando las guerras y conflictos hormiguean, cuando quienes buscan un mejor futuro mueren en el mar, cuando se agranda el rechazo al otro… Cuando el mundo, como tú pedías, no gira en torno a la espiga; ni el campo da su fruto para todos. Cuando el hambre sigue marcando las costillas, y se retira el agua al sediento. No me gusta lo que veo.  Y, a ratos, siento miedo ante el futuro. Nuestro país está muy turbio. Muy sucio. Hace pocas semanas, una concejal de tu Granada llamaba “glorioso alzamiento nacional” al mismo golpe de Estado que firmó tu sentencia de muerte. Somos un país sin memoria y la cultura se reduce a cenizas. Evaporan los estudios de Humanidades entre los jóvenes porque no producen rentabilidad. La sensibilidad de la poesía, la comprensión del verso, el amor, la empatía… Todo eso que moldea la esencia del ser humano, apenas existe. Será un error que pagarán generaciones enteras. En esta época haría mucha falta tu Barraca, aunque todavía quedan algunos luchadores entre las tablas que intentan acercar el teatro al pueblo.  

 

Ay, Federico… si pudieses entender una mínima parte de lo que te echo de menos. Te sigo haciendo preguntas y yo sé que me respondes en tus textos.  Como cuando decías que no creías en nadie. Me ha ocurrido en estos tres años, cargado de personas con preocupaciones falsas y palabras huecas. Pero después leía que tú mismo saliste con fuerza cuando estuviste convaleciente de una gran batalla, donde pusiste en orden tu corazón. Y me dije… ¿por qué yo no? Y donde antes sufría cuando los amigos te dejaban, aprendí que después viene la primavera, donde todo se impregna de brotes y de hojas nuevas. Y que, aunque sean menos, siempre hay amigos que se preocupan desde el corazón.

 ¿Mereció la pena tu muerte, Federico?

En mi última despedida aseguré que mereció le pena todo lo que hiciste, pero debo ser sincera. Ahora lo pongo en duda. Porque los que ganan siguen siendo los mismos. Sacrificaste tu vida por unas ideas que perduran en la utopía, porque otros se esfuerzan en impedirlas. ¿Mereció la pena tu muerte, Federico? No. Por eso, cuando yo me veo entre la espada y la pared, pienso en ti. Y me pregunto... ¿merece la pena exponerse, denunciar, dar tu nombre y apellidos, el peso de la defensa y responder ante el grito? Más aún cuando hasta los que considerabas afines a tus ideas se alejan, te marcan y se callan.

Entonces, para seguir escribiendo, encuentro lo que me responderías entre tus líneas. Cuando asumes que nunca serías político, pero siempre serías un revolucionario. La revolución de un ejército de letras disparadas a los corazones de los inhumanos. Eso era lo que buscabas, ¿verdad? Veo tanta crítica, tanta pelea y  tanto rechazo, que pienso en tu muerte… y, con el alma rota, sé que la historia se repetiría.  Te volverían a asesinar. Qué importante es la memoria y reivindicarla. Para recordar quiénes fueron. Para recordarnos quiénes fuimos. Para no renegar de ello y no traicionarnos. Para no repetir los mismos errores. Era claro que este mundo no estaba hecho para ti, que tenías un corazón que sobresalía del pecho hacia el universo.

 Esos detalles sobre ti antes no los veía. Los leía y los pasaba de puntillas. Será que la experiencia nos cambia la vida. Como me la cambió elegir letras puras, aquella clase  de Literatura en el instituto Litoral y aquel libro con tu foto, tu nombre y tu Bernarda. Yo leía y devoraba cada una de tus frases. Y me quedé cabizbaja para evitar que mis compañeros viesen mis ojos húmedos por tanta hermosura en letras, pero también por tanta injusticia y tanta rabia. Quienes te fusilaron, tan necios, no sabían que seguirías vivo y eterno entre las hojas de los libros, en el verde, en el trigo, en los arroyos y en los olivos.  Pienso cómo seguiría la vida después de tu muerte. Y supongo que se paralizó. Que cuando se escuchara aquel disparo, los chopos, cuyas ramas al viento decías que te nombraban, gritaron tu nombre con un lamento por última vez. La luna lloró. Las estrellas temblaron y se apagaron para dejar el cielo en el mayor de los lutos. Las fuentes dejaron de brotar agua. Los ríos se convirtieron en charcos. Los pájaros enmudecieron su canto. Y el sol ardió con un abrasivo llanto hasta secar tu sangre, entre la tierra donde te ocultaron. Y pienso en tu agonía, como la de los pececillos del copo que se asfixian, con la certeza de que acababan de matarte. Y qué última palabra e imagen pasaría por tu mente...

 

Y ahí es cuando noto cómo se me clavan los vidrios en la garganta.  Porque contigo no hubo ley de vida. Que te escribo, hablo y recuerdo, como hago con mis muertos, sólo por la necesidad de encontrar un consuelo. Asumo que todo es real. Que no te vi envejecer, como a Dalí o Alberti. Que no te pude seguir leyendo. Que abandonaste este mundo cuando no te correspondía, sino cuando te obligaron, con humillaciones y desamparado. Te mataron a ti, a la vida pura, a la poesía y al teatro. Así que respóndeme... ¿Dónde os vais los muertos, Federico? ¿Hay alguna entrada por el cielo? Si excavase con mis propias uñas en la tierra, ¿llegaría dónde estáis? ¿Nos escucháis? ¿Nos veis en algún momento? Si es así, da abrazos apretaos a los míos.  Di a mi tía Mari que la echo mucho de menos, muchísimo… y que al irse me dejó sin tía con quien hablar de teatro, ni de libros ni poesía. Que guardo alguno de sus libros, los que pude. Y le das un beso eterno de mi parte. (Te aviso. Te va a responder con un “osú, osú, osú…” y cuando le vayas a dar el beso, intentará que se lo des en la cabeza. No. Tú insiste. Dile que es un beso de su sobrina. Y luego cántale algo al piano, para provocarle una sonrisa. A ella le gustaría. Escuchaba mucho a Bach, como tú.)  Ayúdame, si puedes, para que no se vaya nadie más de aquí en un tiempo, que quiero vivir una tregua con alegría. Por cierto, ¿sabes que a mi abuela, de 97 años, le hablo de ti y aún te recuerda? Ahí puedes comprobar que eres imposible de olvidar, Federico.

Me cuesta decir adiós, como siempre. Soy muy mala en las despedidas. Vuelve cuando quieras. Aparece cuando me tengas que decir algo, que yo así lo interpretaré. Federico, que te quiero mucho, mucho, mucho… como de aquí, ¡a Fuente Vaqueros! ¡Qué digo! Como de aquí, ¡a Cadaqués! ¡Más aún! ¡Te quiero como de aquí a la Argentina! (Esto es para que te rías con mis bobadas, y porque necesito un poco de respiro entre estas líneas). Ay... si estuvieras vivo a mi lado, te pediría ahora mismo que me abraces fuerte, como rogaba La Novia. Tú responderías que me abrazarías cuarenta años seguidos. Yo suspiraría. Y ahí me quedaría contigo, agarradita, la más feliz, en tu mundo…

Qué cosas. No estás y, sin embargo, te siento. Ahora mismo, muchísimo.

No porque no se vean, las estrellas dejan de existir durante el día.

No porque no se vea, el sol deja de existir durante la noche.

No porque no estés, has dejado de existir.

En verdad, te quiero desde la punta de estos dedos que te escriben hasta donde brotan los latidos de mi corazón. Y ahí te guardo, donde siempre. En un rinconcito pequeñito donde están todos los míos, con cuyo recuerdo me dais el aliento que necesito. Os prometo vivir con ganas, por vosotros. Y no olvidaros jamás. 

Te mando besos a borbotones y sin fin,

Ana

PD: A diferencia de aquella vez, hoy no se escucha el piano. Tampoco aparece ningún gorrioncillo… Pero hay un sol que se marcha y que recibo como el calor de tu abrazo. Y justo ahora, cuando el ambiente era tan denso que necesitaba respirar a pulmón lleno, ha llegado una suave e imprevista brisa. Como una caricia, como un alivio. Y me levanto e intento alcanzarte. Sé que eres tú, Federico. ¿Quién sino? Porque sólo tú conoces mi oculta y auténtica verdad: que… “no hay minuto del día /que estar contigo no quiera,/porque me arrastras y voy,/ y me dices que me vuelva /y te sigo por el aire /como una brizna de hierba”.

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