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Voy a hablar de aquello que no se puede hablar

La independencia de Cataluña, el principal problema de España tras el paro, según el  CIS

Ana I. Bernal Triviño

Voy a hablar de aquello que, por activa o pasiva, me han callado estos días. Desde el mismo 1 de octubre cuando publiqué un asesinato machista y me dijeron que lo retirara porque “no era el momento”. Vivimos en la tensión diaria, en la incertidumbre, y en una crisis política grave. Pero también en una crisis social que sigue, que perdura, de la que cada vez se habla menos porque se ha normalizado más, y más, y más.  

Voy a hablar de todo aquello que se habla bajito y queda en segundo lugar. De la Gürtel, Púnica, Aguirre, Rato o Lezo, del 3%, de los 40.000 millones de euros perdidos por el rescate bancario, del CETA, de que lo político se resuelva por lo penal, o que el jefe de la UDEF confirme que Rajoy cobró en B y no pase nada.

Voy a hablar de muertes, de asesinatos. Voy a hablar de mujeres embarazadas que han subido a pateras, a punta de fusil, para ser prostituidas en Europa como esclavas por la trata, y ser separadas de sus hijos e hijas. Voy a hablar de quienes cruzan y sobreviven en el desierto para traspasar la frontera y ser devueltos en caliente,  de quienes huyen de la guerra y de la pobreza por mar, y de hombres, mujeres y bebés que llegan muertos a las costas. Voy a hablar de la infancia adoctrinada por el ISIS, que estudia en sus libros cómo usar un chaleco bomba y de quienes se les ha parado la vida en un campo de refugiados donde no avanza el tiempo. Voy a hablar de quienes llevan flores a la tumba de sus muertos por suicidios en desahucios o por los recortes y, también, de aquellos que solo pueden dejarlas en cunetas.

Voy a hablar de más de 80 feminicidios en España este año y de las 13.500 mujeres que denuncian violencia machista cada mes. Voy a hablar de despidos, de más de 300 muertes en el trabajo, de gente en la cola del paro, de derechos laborales perdidos en una reforma, de quienes trabajan por horas y no ven ni mil euros, de quien ya no tiene ayudas y de quienes se dedican a cuidar sin retribución ni reconocimiento. Voy a hablar de gente que se duerme aún con un agujero en el estómago por hambre en lo que se vende como una sociedad avanzada, y de aquellos que duermen en la calle con temperaturas que hielan por dentro. Voy a hablar del crecimiento del fascismo y de cómo se silencia su presencia, sus palizas en la calle y sus efectos.

Hablo de todo esto porque mientras el tema de Cataluña pasa por delante, por detrás, sin apenas verlo, la vida sigue. Para algunos a salvo, para otros al borde del precipicio y otros, siendo olvidados. Para esos, sus días tienen la angustia de si hoy te despiden, de si pasado te llega el embargo, de la mirada de quien te maltrata, del miedo por si te golpea, de estirar el sueldo y de mirar los productos caducados del súper, de contar los macarrones del paquete para que lleguen a todos los de la mesa, de sellar el paro y darse media vuelta sin nada nuevo, de pedir ayudas, de ir a hablar con el banco, de reclamar la estafa de la hipoteca y sus productos, de pensar cómo pagar la cuota del autónomo, de que la subida de la luz signifique encenderla menos, de buscar la justicia bajo las alfombras, de esperar que gestionen la dependencia, de cubrir la falta de investigaciones con voluntarios y maratones, de preparar las maletas para dejar la casa, de llorar porque sientes que te han dejado sin ser nada, de mirarte al espejo y no saber si tu vida se arreglará mañana…

Y también puedo hablar de otra parte del conflicto de Cataluña. De escuchar a compañeras preguntar qué será de sus hijos, de que otra cuente que casi le da una taquicardia en uno de los días clave, o una amiga que recibía su primera sesión de quimio el día de la declaración de independencia. Y que ya no sabía qué le importaba más, si saber si se salvaba del cáncer o cómo acabaría todo esto y si afectaría a su tratamiento.

Ya lo sé. He hablado de todo aquello que no llega ni al 1% de los problemas de la ciudadanía española en el CIS. De aquello que se reduce en las cifras del 0%.

Pero me da miedo no hablar de aquello que se habla bajito o de aquello que no se habla.

Pero me da miedo que, cuando pase el tiempo, pese sobre mí la culpa de haber ignorado lo que sucedía a mi alrededor.

Pero me da miedo sentir que el silencio nos haga cómplices.

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