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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Del “no hay alternativas” al “populismos” varios

Antonio González Viéitez

Las Palmas de Gran Canaria —

De siempre ha existido una profunda inclinación a rechazar cualquier idea o propuesta contraria a las nuestras, descalificándola con una etiqueta o designándola con una palabra que pretendemos definitiva e inapelable.

Es cierto que, a lo largo del trascurso del tiempo esa etiqueta (expresión de lo contrario a nosotros), ha ido perdiendo sus terribles consecuencias originarias. Como sabemos, en los inicios de nuestra Era, decir de una persona que era cristiana suponía condenarla a la arena de los Coliseos, porque había que erradicar cualquier propuesta social distinta a la que nos identificaba a nosotros (los romanos) y se atrevía de forma sacrílega a pugnar contra nuestra personalidad hegemónica.

También es cierto que, muchos siglos después y ya viradas las tornas, calificar a una persona de hereje, y por tanto enemiga de los Sagrados Principios de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la llevaba a la purificación sagrada de la hoguera.

Sabemos que, a medida que la civilización va asentándose y los pueblos van conquistando niveles culturales superiores, y que los principios mágicos, religiosos e identitarios, van dejando paso a un humanismo solidario, las consecuencias de etiquetar a los otros van perdiendo sus posos de barbarie y salvajismo. Sin otro ánimo que el de describir, vemos cómo aún hoy en día, en aquellos ámbitos donde la fe religiosa da paso al fundamentalismo, las consecuencias de poner determinadas etiquetas puede llevar a la lapidación pública o la horca.

Por eso, comparada con esas épocas y situaciones que hoy denominaríamos salvajes, en la actualidad el colocar etiquetas a determinadas personas, actitudes y comportamientos contrarios a nosotros, no tienen esas atroces consecuencias.

Pero se sigue etiquetando. Y, con frecuencia, con resultados aparentemente satisfactorios para quienes quieren desprestigiar a lo otro y a los otros. Aunque el hecho de etiquetar supone el abandono de la necesidad de razonar y, más importante si cabe, dimitir del intento de entender a los otros y sus razones.

Y como etiquetar supone simplificar al máximo, no nos puede extrañar la enorme tentación a usar etiquetas y aforismos en tiempos y situaciones complejas como la que estamos viviendo. Con la finalidad nada inocente que aceptemos sin discusión y con la fe del carbonero determinadas valoraciones y apreciaciones.

Todo esto viene a cuento por lo siguiente. Como ustedes recordarán, con la dichosa crisis del nunca acabar se impuso el paradigma, repetido ad nauseam, que solo se podía salir utilizando las políticas de recortes y aceptando el final de derechos y condiciones sociales conquistadas. “Porque no había alternativa”, habíamos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades y se había acabado la fiesta.

Y es que por razones difíciles de entender (no de explicar), se fue grabando a fuego en la conciencia de todos que ese mantra era verdad. Que habíamos estado viviendo en una especie de paraíso que al final se había ido desmoronando hasta perderse. Y que cualquier intento de rechazar ese hecho irrefutable era estúpido y sobre todo inútil. El resultado de aceptar esa interpretación es demoledor social, económica y políticamente. Porque si no hay alternativas posibles (recuérdese la horrible expresión del “o sí, o sí”), la voluntad y la inteligencia humana para cambiar y mejorar el mundo dejan de tener sentido. Las sociedades se rigen por leyes como las físicas y la Política es inútil. La mejor prueba es que “todos los Partidos son iguales”. Ya no hay nada que hacer, “está de dios”... A la chita callando se pretende instaurar el pensamiento único. Con lo que la razón, el conocimiento y la sabiduría tienen que ser sustituidos por el consumismo, el hedonismo, al tiempo que nos entregamos a las sectas religiosas. Y, como colofón, si la Política no solo está podrida, sino que no tiene sentido, desaparece el sentido de lo social, de lo colectivo, de lo solidario. Y el más feroz y destructivo individualismo campa a sus respetos.1984.

Así las cosas...

Pero unos pocos años después las cosas comienzan a cambiar. Porque las crisis, siempre y por definición lo mismo que empiezan también acaban. Por tanto, lo relevante no es que se acabe, sino por qué ha durado tanto, cómo se ha distribuido el sufrimiento entre los ciudadanos y, por encima de todo, cómo se sale y con qué perspectivas. Si nuestros hijos y nietos van a vivir, en todos los sentidos, mejor o peor que nosotros.

Y comienzan a cambiar porque, desde lo más profundo y vital de la condición humana va levantándose una vigorosa toma de conciencia social que va descubriendo que SÍ HAY ALTERNATIVAS. Y es que el nivel cultural de las personas (por mucho que esté alienado por la sociedad de consumo de masas), unido a las nuevas fuentes y canales de información, comienza a comprobar que no es razonable que, a lo largo de la dichosa crisis, solo se rescate a la banca privada (demasiado importante para dejarla caer) y no a las personas (que por lo visto carecen de esa cualidad). Que, como para salir de la crisis hace falta que aumentemos la competitividad y crezcan las exportaciones, resulta imprescindible que produzcamos más barato y la única forma que hay es la de bajar los salarios, abaratar el despido y eliminar la garantía y la fuerza de la negociación colectiva. Que echan al vuelo una reforma fiscal que, dicen, va a beneficiar a todos los ciudadanos, olvidando que, por definición, el sistema fiscal es un instrumento de redistribución y que lo que puede beneficiar a unos, va a perjudicar a otros, y si disminuyen los ingresos eso afectará a la calidad de los servicios públicos como la sanidad y la enseñanza. Que se atreven a improvisar con toda celeridad y urgencia nada menos que una Reforma Constitucional para dar preferencia y blindar el cobro a los tenedores de deuda y ni se les pasa por la cabeza hacerlo por ejemplo con la sanidad y la dependencia. Que sacan pecho diciendo que nos reconocen en todos sitios y que somos la admiración del mundo, al tiempo que somos el país donde la desigualdad social más ha crecido entre todos los países de la OCDE.

Y es entonces cuando se produce una curiosa variante. Vimos cómo al principio de la crisis se impuso como dogma el aforismo que NO HABÍA ALTERNATIVA. Ahora, desde el momento que la sociedad comienza a recuperarse, que “sí se puede”, y que empiezan a aparecer, con mayor o menor ingenuidad y rigor, alternativas por todos sitios, se produce un auténtico terremoto. Porque como sí hay alternativas, lo fundamental ahora es organizarse para conquistarlas democráticamente y para imponerlas de acuerdo con los intereses generales. Y va apareciendo una nueva valoración de la Política, de sus métodos y sus instrumentos. Porque resulta que no solo es interesante tenerla presente, sino que aparece como el instrumento más poderoso para cristalizar cualquier cambio conquistado socialmente. Es el único con proyección en el Boletín Oficial y, por tanto el más potente para cambiar y mejorar el mundo.

Y vuelve a aparecer el interés y la esperanza social en la Política. Y eso hace sonar todas las alarmas en los viejos palacios enmoquetados del Poder Establecido. Porque hasta ahora, la mejor garantía que su poder era y se mantenía inexpugnable, residía en el rechazo generalizado de la política y los políticos, en especial de los jóvenes asqueados por razones de todos conocidas.

Es en esta coyuntura, justo en el momento que surgen otras políticas que se adaptan a las necesidades del común de las gentes y atraen su interés (y ya no vale aquello de que “No hay alternativa”), cuando reaparece la vieja táctica simplona del etiquetamiento. Y los asesores del Poder Establecido, acaban de reacuñar el viejo palabro POPULISTA. Y la calificación de cualquier propuesta política rompedora como populista.

Cuando uno era joven, como todos saben, la etiqueta descalificadora era la de “comunista”. Y, a medida que se iba ganando espacio de libertades democráticas y otras personas se animaban también a luchar contra la dictadura, la etiqueta definitiva y definidora que se inventaron era la de “compañeros de viaje”.

Hoy ya no pueden hablar así, porque nadie ya es compañero y porque a todos nos están empujando a ser viajeros a ninguna parte. Y por eso estamos reaccionando. Y entonces todo es populismo. Desde las propuestas más abstractas como que es necesario nacionalizar la banca, hasta las más a pie de calle como parar los desahucios y mantener en sus casas en las condiciones adecuadas a las familias golpeadas por la crisis, o la de defender una renta básica garantizada para todos los que la necesiten, son tildadas de populistas. Cuando se habla de pobreza y pobres, sean niños, viejitos o trabajadores en paro, nos encasquetan lo de populistas. Cuando pedimos la jubilación a los 60 años para, además, dar más fácil acceso a los jóvenes sin trabajo, cuando decimos que se deben eliminar los Paraísos Fiscales (pero de verdad) y las Amnistías Fiscales, cuando hablamos de prohibir las transacciones financieras sin contrapartida real (especulación pura y dura), cuando defendemos la negociación colectiva de convenios laborales, cuando rechazamos el copago farmacéutico....Todos son planteamientos populistas.

Y con etiquetar todo esto como populista, lo que se pretende es descalificar cualquier propuesta rompedora de este sistema que está amargando la vida a la inmensa mayoría de ciudadanos. Y ellos basan esa descalificación en lo absurdo, lo imposible o lo estrafalario de la propuesta. Porque ¿a quién se le ocurre desposeer de su sagrada autonomía al Banco Central Europeo?, ¿cómo piensan financiar la puesta en marcha de la renta básica para hacer desaparecer la indigencia?, ¿cómo se pueden adjudicar directamente a los Consejos Insulares Municipales los grandes parques de energías renovables para que la utilización de estos recursos de todos beneficien a todos?

Pero ya no estamos parados y se ha avanzado un montón. 1).- Ahora ya hay alternativas y la percepción de La Política como algo hediondo y aborrecible se está modificando. 2).- Sabemos que, al coexistir intereses enfrentados, es posible apostar por políticas económicas contrapuestas. Las unas para apoyar al Poder Establecido y las otras para defender las aspiraciones de la mayoría. 3).- La Política se torna como la actividad decisiva y se está pasando del cabreo y del rechazo, al interés, la participación y la esperanza. 4).- Algunos de los trepidantes cambios que se están produciendo tienen a los sabios convencionales haciéndose cruces e intentando resituarse. Pero las viejas estructuras socio-culturales están saltando hechas pedazos. 5).- Las experiencias de Podemos, Equo...y los movimientos que se están organizando en Barcelona, Córdoba...están alumbrando nuevas posibilidades. 6).- Nuevas posibilidades inéditas hasta ahora, que apuntan a procesos de confluencia muy mayoritarios, facilitados por las consecuencias negativas muy generalizadas en estos últimos años. 7).- El método de participación directa y transversal y la propuesta de elegir todos los candidatos directamente por las bases, sin ningún miedo ni reparo, facilitará mucho las cosas 8).- El pleno convencimiento de que la actitud ante la convergencia debe dejar fuera el “quiénes somos” (esa infantil necesidad de, ante todo, identificarnos y diferenciarnos ante los otros), y apostar decididamente y poner en primerísimo lugar el “qué queremos y necesitamos”. 9).- Subrayando que, además de esa imprescindible sostenibilidad social y cultural, la sostenibilidad ambiental es el signo y el mandato de los tiempos.

Y que nos sigan llamando populistas...

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