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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cuando Arzalluz tuvo razón

Arzalluz: lo que ha hecho Cataluña es admirable, pero no habrá referéndum

Javier Arteta

Hay que reconocer que quien fue presidente del PNV tenía a veces sus momentos de lucidez. Lo tuvo al menos al preguntarse retóricamente si queríamos la independencia “para plantar berzas”. La pregunta, que en sí misma encerraba ya una afirmación, se formuló en un contexto muy especial: cuando el PNV, perdedor de unas elecciones autonómicas, gobernaba en coalición con el Partido Socialista de Euskadi y sentía la necesidad de imponerse un poco de moderación y ser condescendiente con sus adversarios electorales más directos, hasta el punto de otorgarles fugazmente la condición de vascos (seguramente equivocados, pero vascos al fin).

Ha llovido mucho desde entonces. El PNV de ahora ya no ve la autodeterminación como una “virguería marxista” (Egibar y sus compañeros de Guipúzcoa se han marxistizado bastante). Y los que llegaron a ser admitidos como “también vascos” vuelven ahora a ser “españoles” y “unionistas”, como reiteran Otegi y la Televisión Nacionalista Vasca (ETB). Pero, intenciones y coyunturas al margen, lo cierto es que la advertencia de Arzalluz resultó profética, a la vista del berzal en que puede quedar convertido Cataluña por la huida de sus empresas, tras el supuesto referéndum para la independencia del pasado 1 de octubre. El dato debería contribuir a atenuar ese entusiasmo autodeterminista que se ha reactivado entre los del “derecho a decidir”; esa estelada mental que se ha instalado entre quienes, por aquí, saludan la Cataluña de Puigdemont como la antesala de la Euskadi independiente del futuro.

Parece claro que el independentismo que nos viene a ritmo de sardana ejerce su atractivo sobre un abertzalismo nostálgico de pasadas glorias político-militares. ¡Ahí es nada! Haber puesto en su sitio a los enemigos nacionales, para que los representantes legítimos del pueblo catalán puedan ahora reunirse en su Parlament (el de Forcadell) y cantar Els Segadors cuantas veces les venga en gana. ¿Quién puede resistirse a planazos colectivos de tal entidad?

Hay, sin embargo, un pequeño problema: y es que el efecto llamada del independentismo ofrece a su vez otros efectos llamada no menos inquietantes. ¿Quién puede asegurar, por ejemplo, que los empresarios vascos no se vean afectados por el contagio ambiental de un miedo que es libre, hasta el punto de adelantar, como ya sugirió Borrell, lo que ocurriría en una Euskadi con pretensiones independentistas?

Si así fuera, tal vez más de uno y más de dos empezarían a tentarse la ropa en este país. Y a lo mejor un diputado general como Unai Rementeria, tan sensible al bienestar fiscal de los “inversores”, sería todavía más sensible con respecto a su seguridad jurídica y se lo pensaría mejor antes de secundar esas manifestaciones pintorescas en favor del derecho a decidir; como las que, inasequible al desaliento, convoca periódicamente Gure Eusku Dago. Y digo “pintorescas”, porque, al día de hoy, se da por hecho en este país que tales manifestaciones no pasan de ser un elemento folklórico (algo así como la trikititxa) sin mayor trascendencia ni riesgo objetivo.

En cualquier caso, el aviso, el serio aviso, que nos viene desde Cataluña está ya dado: que la desconexión con España incluye también la desconexión de las fuerzas económicas con quien se quiere desconectar. Razón por la cual no creo descabellado afirmar que, también aquí, la vía independentista (o del “derecho a decidir”) ha quedado pinchada y tiene muy poco futuro, por no decir ninguno. No parece ser un aliciente para la buena marcha de la economía ni para el bienestar de los trabajadores.

Ni sería tampoco un buen negocio para quienes con más fervor defienden aquí la “vía catalana”, si tuvieran los votos suficientes para intentarla. No me imagino, ya puestos a malas, a los dirigentes de EH Bildu/Sortu aguantando las tarascadas de un Estado que no se anda con bromas en materia de integridad territorial. Con lo que les costó legalizarse para poder estar en el Parlamento Vasco, al precio de volverse constitucionalistas, ¡como si fueran españoles!

En cualquier caso, es mejor no enredar. Quizá ha llegado el momento de que alguien -el Lehendakari Urkullu, por ejemplo- refuerce la pedagogía política en la que se viene empeñando Idoia Mendia, para decirle al president Puigdemont, mirándole a los ojos: “Yo amo a Cataluña, pero así, no, Carles. Así, no”. Tal vez no valdría de mucho, teniendo en cuenta que ese amor de nuestro Lehendakari no siempre se ve correspondido por el mandatario catalán. Pero sería un aviso con label político de calidad.

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