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Juicios en línea

Ylka

Ylka Tapia

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A los nueve años, la mayoría de las niñas empiezan a sentir desconfianza sobre sí mismas, especialmente sobre su imagen corporal. El desarrollo físico es evidente, pero la percepción personal está condicionada por los factores externos, tales como la familia, la escuela, los amigos, los matones, los medios de comunicación y, por supuesto, no podían faltar a la cita, las redes sociales.

La inexperiencia y la limitada capacidad de autorregulación de los adolescentes les hace creer que internet es algo más que un recreo: albergan un sentimiento de pertenencia al que se ven obligados a estar permanentemente conectados para evitar la ansiedad. Mantienen conversaciones con familiares, amigos y desconocidos que no tienen fin, y nunca están del todo solos -siempre publican una actualización contando qué hacen o dónde están-, cuando es una necesidad básica la intimidad y la desconexión para el autoconocimiento.

En referencia a esto último, la constante conexión a las comunidades de egos expone a estos jóvenes a retazos de perfección alejados completamente de la realidad, fotografías y vídeos plásticos de mujeres y hombres idealizados y sexualizados (esto último es una reproducción de los géneros que perviven en los medios de comunicación convencionales). Es más, los juicios en línea, como el tristemente popular desde hace varios años en YouTube Am I Pretty? (¿Soy bonita?), solo son otro ejemplo de cómo caracteres aún en desarrollo se someten voluntariamente a comparaciones con extraños, llevándolos a situaciones extremas, algunas muy desagradables e incluso traumáticas. La sociedad solo se rasga las vestiduras cuando los medios recogen casos de ciberacoso que han acabado en tragedia (los cibermatones los acompañan a casa). La norma es publicar vacuos artículos sobre las hermanas Jenner y la adicción de una de ellas (consecuencia de los crueles comentarios que ha recibido desde su niñez), desde los 17 años, a la cirugía plástica. El culto al clic inútil.

El número de me gustas o de seguidores que tanto preocupa a los menores -y, claro, a los adultos- oculta la pregunta “¿por qué no soy lo suficientemente bueno?”, como un síntoma más de la extensa lista de problemas que la adicción a la web potencia. Además, los adolescentes buscan referencias, modelos a seguir, y los famosetes solo exhiben una inexistente perfección, algunos de ellos escudados con un “sé tú mismo” (si hay un filtro de Instagram de por medio). Es una gran mentira que los conduce a la depresión y a una profunda insatisfacción; condiciona el comportamiento público y una auténtica distorsión del sentido de sus vidas.

No obstante, a muchas personas de mi generación internet nos ha dado/enseñado mucho. Quizá más de lo que esperábamos cuando nos conectamos por primera vez con nuestros módems de 56k, como inexpertos estudiantes de instituto; reconozco que tengo mucho que agradecerle. De hecho, soy su firme defensora como instrumento para contribuir al cambio social, pero también soy testigo de cómo algo tan nimio como los ajustes de privacidad pueden generar problemas de futuro en un menor. Por lo tanto, debemos ser quienes contribuyamos a la alfabetización digital, ya que conocemos sus entresijos; también es hora de desterrar la errónea creencia de que un niño que sabe configurar el móvil sabrá desenvolverse en las interacciones virtuales: hay que enseñarlos a poseer un pensamiento crítico frente a la locura de la información.

Sería inadecuado finalizar este texto sin mencionar algunos aspectos positivos que tiene la red para los más jóvenes. La pubertad y la adolescencia son etapas que todos conocemos de sobra, algunos de forma más dramática que otros, pero que nos moldea como adultos. Las redes sociales, en un entorno, digamos, controlado, los ayuda a superar la timidez, a sentirse más extrovertidos y confiados, a mostrar simpatía y a sentir que la popularidad también los ayuda con su autoestima. Si antes la balanza estaba equilibrada entre una desconexión y una vigilada conexión (¡si te llamaban a casa, adiós red!), ahora toca propiciar que las nuevas generaciones aprendan a navegar de la mano de unas sociedades más comprometidas con su bienestar emocional.

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