La excelencia de la investigación en femenino

Un 28 % de los investigadores existentes en el mundo son mujeres. Es un dato de la UNESCO que deja clara una idea: ser mujer, además de una condición, a veces es un condicionante. Si el pasado año, con motivo del Día Internacional de la Mujer, hablábamos de la escasa presencia de mujeres deportistas en medios de comunicación, vemos que es algo extensible a todos los ámbitos.

Datos más cercanos. En España, las mujeres representan un 54 % frente al 46 % de los hombres; sin embargo, la cuota desciende a medida que se avanza en el escalafón educativo. El 48 % de estudiantes de doctorado son mujeres frente al 52 % de hombres, y las mujeres investigadoras en España son el 39 %.

Es cierto que el compromiso social con la igualdad de mujeres y hombres cada vez es mayor, pero es innegable que aún queda camino por recorrer. Por eso el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, reivindica un año más que es necesario trabajar para que, además de compromiso, hablemos de realidad. Porque la escasa presencia de mujeres en la carrera científica no es, desde luego, por falta de talento. Ni de valentía.

Un buen ejemplo es Laura Roa, una de las investigadoras en Ingeniería Biomédica más reputadas de España. Cuando inició su carrera en los años 80 supo que no sería fácil, pero no renunció a su sueño. “Yo quería tener mi propia personalidad científica. A pesar de ser mujer”, cuenta. Hoy, desde la Universidad de Sevilla, centra su trabajo en el desarrollo de dispositivos inteligentes para hacer posible un concepto como la telemedicina. Y cuenta con una larga lista de méritos a sus espaldas; por ejemplo, es asesora al gobierno estadounidense y fue la fundadora de la Sociedad Española de Ingeniería Biomédica.

El techo de cristal, esa barrera invisible pero que, sin embargo, ahoga en multitud de ocasiones el talento femenino, tampoco pudo con Carmen Maroto, una investigadora incansable del antídoto contra el sida. Hoy catedrática de la Universidad de Granada, fue la primera mujer en ingresar en la Real Academia Nacional de Medicina (y la única hasta 2013). O con Agnès Gruart, quien investiga el cerebro humano para descifrar las bases fisiológicas del aprendizaje. Una de sus investigaciones fue considerada uno de los avances científicos más importantes del mundo en 2006 por Science. Hoy preside la Sociedad Española de Neurociencia.

Mercedes Alcalde, jefa de Dermatología del Hospital Torrecárdenas de Almería, es otro ejemplo de cómo el talento femenino lidera el progreso. Y también de que el aprendizaje es, y debe ser, continuo en cualquier disciplina: ha convertido el centro en referente nacional del estudio de pieles de diferentes colores.

Inconformismo es lo que caracteriza el trabajo de Francisca Molina, una de las grandes especialistas en Medicina Fetal de España. “Existe el sueño de que se puede cambiar la historia de las enfermedades fetales, y para ello no hay que ser conformista”, dice. Igual pasa con Verónica Ayllón, quien, en su caso con la leucemia infantil, también está dispuesta a cambiar la historia. Con una extensa carrera internacional, y con la excelencia como máxima, la UNESCO ha sabido valorar su trabajo.

Pero no solo triunfan las mujeres en la investigación en torno a la salud. Pilar Manchón, sevillana, triunfa en el ámbito de la inteligencia artificial. Desde que Intel comprase Indisys, la spin-off que fundó en 2003, está considerada una de los veinte latinos más influyentes de Silicon Valley. “El progreso, la humanidad, siempre se ha definido por esas personas que dan ese tirón adicional, que se arriesgan, y dan un paso adelante”, dice Manchón. Y todas estas mujeres son, desde luego, buenos ejemplos de que el progreso también puede, y debe, escribirse en femenino.