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EFE/Kai Försterling

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Tras la reflexión acusación de Pedro Sánchez contra la mentira de determinados medios de comunicación, muchos -menos de los que deberían verse retratados-, se han sentido aludidos, incluso ofendidos. Destacados sacerdotes de la comunicación, un sacerdocio de dudosa ordenación, han clamado por la libertad de expresión.

Diría que tienen razón en que la libertad de expresión es un bien inestimable en toda democracia, de hecho se sostiene desde el pensamiento democrático que en dicha libertad descansa el ejercicio de otras libertades. Sin embargo, desde la arrogancia, algunos periodistas y medios creen que la libertad de expresión es suya y no de la ciudadanía. Se equivocan.

El oficio de escribir debería ir íntimamente ligado a la exigencia de la lectura. En ese menester conviene leer y releer la Constitución española, u otras; el texto es claro, se defiende como derecho comunicar y recibir información, pero ahí se detienen los perezosos sin que ortográficamente haya señal que así lo recomiende. Después de información, la Constitución es tajante: veraz. Es decir, la libertad de informar es para contar la verdad y no para mentir.

Los nazis allí, como la extrema derecha y su matriz de la derecha franquistas aquí, aprovechan de manera consciente la mentira que funcionan como píldoras que envenenan el debate público y lo enferman

Víctor Kemplerer, lingüista alemán judío, caló a la perfección el juego y papel de la mentira en el advenimiento y posterior consolidación del nazismo en la Alemania de Hitler. Las leyes democráticas alemanas concedían una amplia libertad de expresión y opinión, y la extrema derecha alemana se jactaba abiertamente de aprovechar solamente los derechos otorgados por la Constitución alemana, la libertad de expresión entre otros, para atacar sin miramientos a las instituciones del Estado y a sus representantes legítimos.

A la posteridad ha pasado como ejemplo, Goebbels. Los nazis allí, como la extrema derecha y su matriz de la derecha franquistas aquí, aprovechan de manera consciente la mentira que en dosis a veces imperceptibles, cada día menos, funcionan como píldoras que envenenan el debate público y lo enferman. El punto más álgido se encuentra cuando los propios mentirosos se creen y se mienten a ellos o ellas mismas en un ejercicio de cinismo sin parangón.

Pero, ¿cómo se desintoxica el necesario debate democrático? Desde luego, no con una dieta de alcauciles por mucho que se orine. El Estado democrático debe protegerse a sí mismo y aprender de la historia, de la alemana y de la propia. La clave para solucionar esta gangrena no es una dieta milagrosa, es la aplicación y uso de la ley. La Constitución es clara, información veraz, esa es la gran palanca para legislar. El legislador español y los titulares, el Gobierno, de la iniciativa legislativa no deben tardar.

Determinados medios, tanto privados como públicos, están convirtiendo el legítimo debate político, la crítica, el ejercicio de una oposición leal aunque dura, en un estercolero

Determinados medios, tanto privados como públicos, están convirtiendo el legítimo debate político, la crítica, el ejercicio de una oposición leal aunque dura, en un estercolero. A través de muchas herramientas, clásicas o novedosas, entre ellas, desde luego, la información parcial y sesgada, también ciertas tertulias, auténticas armas de manipulación masiva. 

El propio Kemplerer cuenta su experiencia con respecto a  la reacción del complaciente pueblo alemán ante las burdas mentiras de Goebbels amplificadas por la prensa concertada, o su experiencia como docente en la Universidad de Nápoles. La gente, decía, reaccionaba con ira cuando se sentía víctima de una mentira burda, gritando a ciertos periodistas o medios, è pagato, es decir, el pueblo sabía que no solo se mentía sino que se mentía por encargo, y no es solo, como se dice por estos tiempos, por la precariedad. Son mentiras ideológicas y de burdos manipuladores, traficantes de influencias mediáticas al servicio de un fin ilegítimo e ilícito, tumbar un Gobierno, desacreditar si no eliminar a un oponente político.

Hay problemas en la democracia, este es grave, y no nos vale que esté ocurriendo a escala global, en cierto sentido los que insisten en ampliar el campo, demuestran una cierta debilidad e impotencia. Empecemos por lo nuestro, lo de fuera se nos escapa. Otros problemas en mente los pueden resolver en la teoría, filósofos, sociólogos, psiquiatras, antropólogos, los educadores, y en la práctica ser evitados cuando toque votar por la ciudadanía, responsable también de lo que nos pasa. Pero la responsabilidad de los que nos gobiernan es la más grave, la que no perdonarán ni los demócratas ni la historia. 

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