El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Lagunilla, la planta invasora que pone en alerta al Guadalquivir
El estuario del Guadalquivir es un lugar de encuentro y desencuentro entre flora y fauna autóctonas y especies provenientes de otras partes del mundo, que llegan adheridas a las embarcaciones o en sus aguas de lastre. Solo unas pocas sobreviven y, aún así, actualmente el numero de especies exóticas/invasoras del Guadalquivir ya casi iguala al de especies nativas. Algunos ejemplos conocidos son la tortuga de florida, el pez gato, el cangrejo azul o el temido siluro.
Una de las especies que más nos preocupa como investigadores es la lagunilla (Alternanthera philoxeroides), una planta de la familia de las Amarantáceas originaria de la Sudamérica templada (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay). Su vector de dispersión es mal conocido —las vías de entrada parecen ser el agua de los depósitos de lastre de los barcos o el alimento para aves (sus semillas se han encontrado en algunos preparados)— pero, de lo que no cabe duda, es de que se trata de una planta que, fuera de su área nativa de distribución, es extremadamente invasora. De hecho, se considera una de las peores especies invasoras del mundo.
La lagunilla crece tanto en tierra firme como flotante y se desarrolla de forma vigorosa, formando rodales tan densos que impiden la entrada de luz en el agua y dificultan el intercambio de oxígeno, provocando una grave reducción de la biodiversidad y modificando el hábitat. Fuera de control puede tapizar grandes superficies acuáticas, afectando a la navegación, las actividades recreativas y el turismo (algo similar a lo que estamos viendo en el río Guadiana con el camalote y el nenúfar mexicano). Además, la lagunilla es capaz de enraizar en tierra y competir exitosamente con los cultivos, provocando enormes pérdidas económicas.
Por si todo esto fuera poco, la planta puede llegar a convertirse en un verdadero quebradero de cabeza en salud pública, ya que favorece el crecimiento de mosquitos vectores de patógenos, que encuentran un lugar idóneo para reproducirse en el agua estancada de las alfombras flotantes que forma la lagunilla.
Su erradicación, una vez que la invasión está muy extendida, es prácticamente imposible, y su control sumamente costoso (de hecho, en países como China, Australia y Estados Unidos, el control de la lagunilla asciende a más de 250 millones de dólares cada año), por lo que debe evitarse a toda costa su entrada, y en caso de aparecer, eliminarse de forma inmediata.
Cinco años de invasión silenciosa
La lagunilla se detectó por primera vez en la dársena del Guadalquivir en el año 2021, la primera aparición de esta especie en Andalucía (en España, se conoce también su presencia La Coruña, Barcelona y Navarra). Desde entonces se ha expandido a gran velocidad, y puede encontrarse en ambas márgenes de la dársena, desde el Puente de las Delicias hasta San Jerónimo.
Aunque no existen aún estudios exhaustivos al respecto, los datos indican que la lagunilla está afectando negativamente a la fauna acuática y a la flora autóctona del Guadalquivir, compitiendo con ella por el espacio. En algunas zonas de la dársena está empezando además a dificultar las actividades náuticas recreativas.
Desde su aparición, investigadores de la Universidad de Sevilla y la Estación Biológica de Doñana estamos alertando de la peligrosidad de la especie, sin que haya existido una respuesta contundente a la altura del problema por parte de las administraciones competentes, que son varias.
Y es que la dársena del Guadalquivir es un espacio en el que tienen competencia numerosas administraciones, entre las que pueden existir solapamientos —o, al contrario, vacíos— cuando no se ponen de acuerdo.
Por un lado, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir se ocupa del dominio público hidráulico, incluyendo las propias márgenes del río; su función es velar por el buen estado ecológico e hidrológico del rio, por lo que la prevención y control de especies exóticas invasoras debería ser una de sus prioridades. Por su parte, la Autoridad Portuaria se encarga de toda la dimensión recreativa e industrial que implica tráfico fluvial. Y por supuesto, la Junta de Andalucía, a través de la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul, que tiene un papel clave en la conservación de la biodiversidad y el control de especies exóticas invasoras.
Sin embargo, a pesar del interés común de unas y otras administraciones, y el riesgo que esta especie supone para la biodiversidad, la economía y la salud pública, ninguna toma las riendas del problema de forma eficaz. Como dice el refrán, “yo por ti, tú por mí, y la casa sin barrer”.
Doñana y los arrozales del Guadalquivir, en el punto de mira
Si no queremos que la dársena se convierta en otra cosa muy diferente a lo que ha venido siendo hasta ahora, es necesario pasar a la acción. Sin control, la lagunilla podría acabar tapizando la superficie del agua, creando un paisaje más propio del Pantanal de Brasil que de un río andaluz, y con unas consecuencias dramáticas para el ecosistema, la economía y la imagen de Sevilla como ciudad fluvial (y para la de la dársena como zona de encuentro y disfrute de su ciudadanía).
Además, cuanto mayor es la expansión de la lagunilla en la dársena, más probabilidades hay de que la planta llegue al estuario del Guadalquivir, y al Parque Nacional de Doñana, ya de por sí gravemente afectado por otros problemas. Y es que aunque la lagunilla no suele producir semillas en las zonas invadidas, se reproduce y dispersa fácilmente por fragmentación de sus tallos huecos flotantes, de manera que las mismas olas de los barcos causan desprendimientos de trozos de la planta que se desplazan flotando hasta alcanzar otro punto de la orilla para formar un nuevo rodal.
No sólo preocupa su llegada a Doñana, sino también a enclaves como los arrozales del Guadalquivir, donde su impacto como “mala hierba” podría ser desastroso. Sabemos que en China y otros países productores de arroz, la planta ha llegado a reducir la producción en más de un 60%. No hay que olvidar que, en Sevilla, varios municipios viven del cultivo del arroz (especialmente Isla Mayor), contribuyendo con más de la mitad de la producción estatal.
Ante este panorama, urge realizar estudios científicos que aborden la problemática de forma rigurosa y evalúen la dimensión del impacto ecológico, económico y social de la lagunilla. Es fundamental que la comunidad científica y las administraciones competentes se sienten en la misma mesa y acuerden una estrategia de acción conjunta. Sólo así podremos frenar la invasión de la lagunilla en el Guadalquivir, que amenaza con convertirse en irreversible.