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La evolución del paisaje en el Pirineo aragonés: cuando se cambiaron las personas por pinos

Candela Canales

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El paisaje pirenaico ha cambiado profundamente en el último siglo. La deforestación, el abandono de las actividades primarias, la terciarización de la economía o las construcciones hidráulicas han modificado el entorno pirenaico.

Sergio Sánchez Lanaspa habla de todos estos cambios y rechaza la idea de una “arcadia feliz, una situación perfecta en la que el paisaje y la naturaleza fueran paraísos. En el siglo XX la deforestación es tremenda, el consumo de leña en los pueblos hace que las fotos de principios de siglo sean terrenos áridos sin árboles y el cambio de los usos provocó unas modificaciones que desde el punto de vista del paisaje son muy relevantes, aunque no lo sean tanto para el ecosistema”, explica el coordinador del libro ‘Paisajes, la patria emocional’, la segunda entrega de la colección de monográficos de Almanaque de los Pirineos.

Estos cambios han provocado que el Pirineo esté lleno de bosques de repoblación “en los que no se puede entrar, hemos perdido la cultura forestal, se matorralizan los pastos, se pierden las cañadas… pienso que ese es el cambio fundamental, además del aumento del paisaje urbano”, expone Sánchez.

Tal y como se explica en el libro, en un texto de Carlos Tarazona, las repoblaciones forestales “pretendían el fomento y desarrollo de un país en el que el sector forestal, al igual que sucedía en otros sectores de su economía, dependía en buena forma de sus importaciones. Con las repoblaciones planteadas se pretendía alcanzar, al menos a medio y largo plazo, esa anhelada autonomía forestal que garantizara la madera necesaria para las abundantes obras civiles iniciadas en un país inmerso en pleno periodo de recuperación tras una cruenta y destructiva Guerra Civil”.

Para llevar a cabo estas repoblaciones forestales fue necesaria una herramienta con capacidad de intervención en todo el territorio nacional. Así fue como en 1941 se creó el Patrimonio Forestal del Estado (PFE), un organismo perteneciente al Ministerio de Agricultura pero con autonomía para tomar decisiones. Su misión era “repoblar de forma masiva para ampliar al máximo las carencias mencionadas”, relata Tarazona.

Sin embargo, el Estado apenas poseía terrenos forestales, por lo que se recurrió a la compra directa a los propietarios, a la firma de consorcios y, si ninguna de estas opciones resultaba viable, la expropiación. Finalmente, a pesar de las dudas que podían tener, los propietarios de las casas afectadas acabaron firmando la venta de sus haciendas, bien por compra directa o bien por expropiación.

Durante los primeros años este organismo llegó a declarar como terrenos de interés forestal 245.000 hectáreas, de las que solo se llegaron a repoblar con coníferas 120.000 desde 1941 a 1971. “El resto quedaron sin ser repobladas debido a su escaso potencial forestal o bien por estar ya cubiertas de boques autóctonos de pinos y robles. Estas cifras colocaron a Huesca en el tercer puesto de las provincias más afectadas a nivel nacional, tan solo por detrás de Jaén y Guadalajara”, cuenta Tarazona en el libro. Esto supone 94 pueblos y pardinas, repartidas por la provincia, se vieron afectados por aquella política forestal y quedarían deshabitados.

“Durante los años de actuación del PFE se cambiaron las personas por los pinos sin que nadie reparara en la despoblación que se fomentaba o en sus consecuencias. En aquella época se favoreció la marcha de las gentes de los pueblos para que se asentaran en las grandes ciudades y sus entornos. De esta forma se satisfacía gran parte de la demanda de mano de obra necesaria en los núcleos industriales y urbanos”, asegura el autor del texto que forma parte del libro 'Paisajes. La patria emocional'.

La venta de los terrenos provocó un cambio en el paisaje. Por una parte, los habitantes de amplias zonas del Prepirineo dejaron sus hogares, lo que tuvo como consecuencia “una ruptura total y radical del modo de vida en las áreas adquiridas. Ya no pastarían esas zonas ni vacas, ni ovejas, ni cabras. Nadie aplicaría fuego para mejorar unos pastos en desuso. Tampoco se haría más leña en las casas cerradas y sus habitantes no roturarían más superficie al bosque, pues ya no iban a cultivar ni una sola fanega más. Los mismos pueblos abandonados sufrieron una desfiguración importante. Antes o después, los pesados tejados de losa cedieron al paso del tiempo, a las goteras, al peso de la nieve o a cualquier otra adversidad”, concluye Tarazona.

Las centrales hidroeléctricas como parte del patrimonio

No solo los cambios en el entorno natural propiamente dicho, hay fenómenos o construcciones históricas que contribuyeron a cambiar el paisaje, como la construcción del Canfranc, el parque de Ordesa o el Monasterio de San Juan de la Peña. “Ayudaron a defender y conservar paisajes en el caso de los parques y en el caso de la estación o las centrales hidroeléctricas modificaron en paisaje, pero también lo hicieron nuestro. El altoaragonés se identifica con la línea del Canfranc, pienso que cuando se construyó fue un cambio sin precedentes para aquella sociedad”.

Precisamente sobre las centrales hidroeléctricas Sánchez hace una reflexión. Esta energía “llegó a cambiar el paisaje del Pirineo, no solo porque construyó carreteras o pueblos, sino diferenciar lo que han sido las centrales hidroeléctricas”. Establece una diferencia entre “esos tubos forzados de aprovechamiento de lagos o ríos que fueron unas obras épicas y ejemplo de ingeniería en España y que no modificaron sustancialmente el paisaje y se han convertido en patrimonio más del Pirineo” con los grandes embalses “que sí alteraron profundamente el paisaje y no respetaron la cultura existente”.

Considera que las centrales hidroeléctricas forman parte de un patrimonio “derivado de la evolución y la aplicación de la ingeniería en el aprovechamiento del medio. No todo fue de la misma manera, quizá hay centrales que se han convertido en patrimonio, pero es difícil que los habitantes del Pirineo consideren al gran pantano como parte del paisaje, ahí hay una huella que no coincide con la idea de paisaje o de comunidad”.

'Paisajes. La patria emocional'

La elección de esta temática para el libro reside en la importancia del paisaje para la sociedad pirenaica, “el entorno de nuestro alrededor, el de nuestra infancia o nuestros padres”. Es una obra coral, “hay muchos autores de esta tierra que han escrito mucho sobre paisajes y pensaba que debía segundo libro coral porque el paisaje solo se entiende desde la mirada del sujeto, una mirada cultural, desde ese punto de vista me parecía interesante que hubiera distintas voces y perspectivas para abordar los cambios en el paisaje a lo largo del siglo XX”.

Las fotografías también son protagonistas del libro, que cuenta con más de 250 imágenes que han querido ser una selección “desde los primeros pirineístas que contribuyeron a construir la idea de paisaje a los grandes fotógrafos aragoneses, como Francisco de las Heras a Ricardo Compairé. A través de las fotos y las postales es como se dio a conocer este paisaje del Pirineo Aragonés”.

Para concluir, Sergio Sánchez Lanaspa destaca que el libro cuenta con apoyos del territorio: el ayuntamiento de Sabiñánigo, Energías de Panticosa y la Comarca de la Jacetania y que ha recibido el Premio Félix de Azara 2020 de ayuda a la edición que otorga la Diputación Provincial de Huesca. El primer libro de la colección, ‘Mujeres, migración a la modernidad’ fue elegido por el Gobierno de Aragón “Mejor libro editado en Aragón en 2020”.