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La crueldad neuronal en la cautividad de seres sintientes

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¿Qué sentido tiene observar a un ser vivo sacado de su hábitat, triste, sin poder disfrutar su vida en toda su plenitud, sin aprender los métodos necesarios para la subsistencia ni oler el verdadero aroma de la libertad? ¿Qué educación estamos dando a nuestros hijos al llevarlos, como si de una diversión se tratara, a observar a seres cautivos encerrados en espacios pequeños que nos miran con desgana o están tumbados, abúlicos y afligidos? ¿Cómo tenemos la osadía de ver espectáculos circenses con delfines que han sido sacados del mar, encerrados en piscinas diminutas y obligados a realizar comportamientos ajenos a su especie a base de mantenerlos hambrientos? Aún la sociedad humana tiene mucho que aprender en respeto a la naturaleza y a la vida misma, en la estima a nuestra especie y a las otras, en tener empatía y romper esa barrera de las especies que siempre hemos marcado con líneas rojas y que en el siglo XXI deben ser difuminadas y convertidas en puentes verdes de comprensión y amor.

Antes se capturaba a individuos de los pueblos indígenas considerados inferiores, que eran mostrados al público en contra de su voluntad. Esclavos de una sociedad que iba conociendo otros mundos dentro del nuestro, eran arrancados de su lugar de origen y trasladados incluso a casas particulares para, presuntamente, ver otras formas de vida sin necesidad de viajar. En España, en la llamada Casa de Fieras del Parque del Retiro, en pleno centro de Madrid, en el siglo XIX se llegó a mostrar a una familia de inuits (no les gusta que se les llame esquimales, que significa “comedores de carne cruda”), vistiendo pieles en pleno verano, expuestos ante la prensa. Algunos murieron. No sucedió solo en España, también en otros países de Europa. Hoy esta práctica nos parecería abominable, como seguramente parecerá abominable a las generaciones futuras cuando estudien y comprendan lo que es un zoológico y cómo se trataba en el pasado a los seres vivos por mera diversión, bajo la cortina de la educación o de la conservación de especies, y ocultando informes científicos como el que vamos a analizar, que nos abre los ojos a la verdadera realidad de lo que significa tener a seres sintientes en cautividad.

El detallado informe -escrito por Bob Jacobs, profesor de neurociencia de Colorado College, en colaboración con la doctora Lori Marino, presidenta del Whale Santuary Project y ex profesora principal de la Universidad de Emory- determina que mantener a los grandes mamíferos en zoológicos y acuarios daña sus cerebros. La cautividad ejerce una cruel presión neuronal en ellos, y lo explican con todo lujo de detalles. Existen muchos estudios científicos al respecto, pero no interesa que sean traducidos o que lleguen a los ciudadanos, pues la cautividad de los animales esconde grandes intereses económicos.

Jacobs y Marino nos dicen que, tras décadas de estudiar el cerebro de humanos, elefantes africanos, ballenas y otros mamíferos grandes, ha notado la enorme sensibilidad del cerebro y los impactos graves en su estructura que ejerce la vida en cautividad. Muchos animales, como los elefantes, padecen artritis, obesidad o problemas cutáneos. Tanto los elefantes como las orcas suelen tener graves problemas dentales y las orcas padecen neumonía, enfermedades renales, infecciosas y gastrointestinales. Para estos científicos, muchos animales intentan hacer frente al cautiverio adoptando comportamientos anormales. Algunos desarrollan estereotipias, que son hábitos repetitivos y sin propósito concreto, como mover constantemente la cabeza, balancearse incesantemente o masticar los barrotes de sus jaulas. Otros, especialmente los grandes felinos, deambulan una y otra vez en círculos por sus recintos y desarrollan muchos otros comportamientos que no se dan en libertad. Esta investigación neurocientífica indica que vivir en un entorno cautivo empobrecido y estresante daña físicamente el cerebro.

Los investigadores afirman que subsistir en cuartos confinados y estériles que carecen de estimulación intelectual o de un contacto social apropiado parece adelgazar la corteza cerebral, la parte del cerebro involucrada en el movimiento voluntario y la función cognitiva superior, incluidas la memoria, la planificación y la toma de decisiones. De igual forma, los capilares se encogen, privando al cerebro de la sangre rica en oxígeno que necesita para sobrevivir. Las neuronas se vuelven más pequeñas y sus dendritas, las ramas que forman conexiones con otras neuronas, se vuelven menos complejas, lo que afecta a la comunicación dentro del cerebro. Como resultado, las neuronas corticales de los animales cautivos procesan la información de forma menos eficaz que las que viven en entornos enriquecidos y más naturales.

Debido a estas anomalías cerebrales, en ocasiones su comportamiento puede volverse violento y, tal como nos indica el informe, muchos accidentes que se originan en la industria del “entretenimiento animal” son producidos precisamente por las alteraciones neuronales que la cautividad produce a ciertas especies, sobre todo a los grandes mamíferos, entre los que se incluye a los grandes simios.

La salud del cerebro también se ve afectada por vivir en lugares pequeños que no permiten el ejercicio necesario. La actividad física aumenta el flujo de sangre al cerebro, que requiere grandes cantidades de oxígeno. El ejercicio aumenta la producción de nuevas conexiones y mejora las habilidades cognitivas. En sus hábitos nativos, estos animales deben moverse para sobrevivir, recorriendo grandes distancias para alimentarse o encontrar pareja. Los elefantes viajan generalmente entre 15 y 120 millas por día. En un zoológico, tienen un promedio de 3 millas diarias, a menudo caminando de un lado a otro en pequeños recintos. Una orca libre estudiada en Canadá nadó hasta 156 millas por día; mientras tanto, un tanque de orca promedio es aproximadamente 10.000 veces más pequeño que su área de distribución natural.

Respecto a los grandes simios, no solo necesitan entretenimiento, sino poder interactuar subiendo a los árboles, buscando comida y haciendo sus nidos nocturnos, patrullando su territorio y en contacto permanente con su familia, con su cultura, solucionando problemas y jerarquías, buscando nuevos territorios de asentamiento, como lo hacían los humanos prehistóricos. La cautividad en los grandes simios afecta su salud y a su cerebro de igual forma que le puede afectar a un ser humano, dada la completa semejanza de nuestros organismos al tener un mismo ancestro común. La tristeza, el dolor por las separaciones familiares y muchas otras capacidades cognitivas son iguales a las nuestras. ¿Cómo estaría cualquiera de nosotros encerrado de por vida, en jaulas durante la noche y durante los días de cierre del establecimiento, compartiendo durante el día un espacio reducido y triste, por muy bonito que nos lo quieran pintar?

Jacobs y Marino lo tienen claro. Vivir en recintos que restringen o impiden el comportamiento normal genera frustración y aburrimiento crónicos. En la naturaleza, el sistema de respuesta al estrés de un animal lo ayuda a escapar del peligro. Pero el cautiverio atrapa a animales que casi no tienen control sobre su entorno. Estas situaciones fomentan la indefensión aprendida, impactando negativamente el hipocampo, que maneja las funciones de la memoria, y la amígdala, que procesa las emociones. La frustración prolongada eleva las hormonas del estrés y daña y mata neuronas en ambas regiones del cerebro. También altera el delicado equilibrio de la serotonina, un neurotransmisor que estabiliza el estado de ánimo, entre otras funciones. En los seres humanos, la privación de libertad puede desencadenar problemas psiquiátricos como depresión, ansiedad, trastornos del estado de ánimo o trastorno de estrés postraumático. Es probable que los elefantes, las orcas y otros animales con cerebros grandes reaccionen de manera similar a la vida en un entorno muy estresante.

En su estudio, los neurocientíficos advierten de que la corteza cerebral, el hipocampo y la amígdala se alteran físicamente por el cautiverio, junto con los circuitos cerebrales que involucran los ganglios basales. La evolución ha construido cerebros animales para que respondan exquisitamente a su entorno. Esas reacciones pueden afectar la función neuronal activando o desactivando diferentes genes. Vivir en circunstancias inapropiadas o abusivas altera los procesos bioquímicos: Interrumpe la síntesis de las proteínas que construyen conexiones entre las células cerebrales y los neurotransmisores que facilitan la comunicación entre ellas.

El informe científico finaliza afirmando que algunas personas defienden mantener animales en cautiverio argumentando que ayuda a conservar especies en peligro de extinción u ofrece beneficios educativos para los visitantes de zoológicos y acuarios. Estas justificaciones son cuestionables, especialmente para los grandes mamíferos. Como muestra su propia investigación y el trabajo de muchos otros científicos, enjaular grandes mamíferos y exhibirlos es innegablemente cruel desde una perspectiva neuronal. Causa daño cerebral. Los autores señalan también que para aquellos animales que no pueden ser libres existen hoy día los santuarios.

Sin duda, la ciudadanía es la única que puede acabar con esta forma de ver a los animales en el siglo XXI. ¿De qué forma? En primer lugar, mediante la educación a los más pequeños, para hacerles ver que los animales que viven encerrados, o realizando cabriolas impropias de su especie, están sufriendo y son meros cromos sin vida a los que se arrebata su existencia como individuos que sufren y sienten. En segundo lugar, apelando a los adultos para que no visiten las cárceles de animales, donde sus vidas no tienen sentido y mueren poco a poco de aburrimiento y de soledad.

Mientras haya cientos de personas que sigan visitando los zoológicos o los circos con animales, estos van a continuar con el negocio, por mucho que nos pongamos en sus puertas con pancartas para que la gente no entre o se conciencie. A veces, incluso, estas protestas generan rechazo entre los visitantes y los medios de comunicación, y se convierten en un golpe de efecto contra los defensores de los animales y en beneficio de la industria.

La educación es la herramienta principal e imprescindible para poder combatir la cautividad y el maltrato a los animales. Una educación que debería empezar en los propios padres y madres a sus hijos, y ser impartida en colegios, institutos y universidades. Para que cuando ellos mismos sean padres o madres sepan que en ese lugar donde se encuentra un elefante, un chimpancé, un delfín o un lobo, detrás de unas instalaciones que nos la quieren pintar muy bonitas, existe una cautividad y un maltrato psicológico continuado, seres que han perdido todo sus instintos, obligados a ser dependientes de los humanos, seres tristes que deambulan de un lado a otro con estereotipos profundamente marcados, seres tumbados esperando la comida y a los que, cuando llega el cierre al público, se encierra en pequeños habitáculos, muy alejados de lo idílico que se pretende mostrar en las instalaciones exteriores. Educación en todos los ámbitos de la sociedad. Contra el poder económico es difícil luchar. Contra la ineptitud de los políticos es difícil luchar. Pero con nuestras acciones conjuntas podemos derrotar esta forma de ver la vida salvaje, unida al sufrimiento, cerrar sus verjas y dejar las jaulas vacías para siempre.

No se trata de impedir que los pequeños desconozcan que fuera de las ciudades, en las selvas y ecosistemas, existen animales sorprendentes, como el león, el gorila  o la jirafa, que tanto les han acompañado de bebés en sus peluches y juguetes. Se puede viajar a verlos en su hábitat y, en caso de no poder hacerlo, hay otras formas de ver a los animales en libertad sin necesidad de tener que conocerlos en un zoológico. Por ejemplo, los documentales. O entrar en su mundo mediante espacios virtuales y hologramas, como propone el proyecto ZOOXXI. De hecho, ya existen en la red numerosos vídeos de estos impresionantes hologramas, como los realizados en Japón, con los que se puede experimentar cómo salta una ballena jorobada o cómo se acerca a ti un dinosaurio o un enorme oso polar.

Los zoológicos actuales deberían reconvertirse y quedar solo para las especies autóctonas de la zona con intención de reintroducción, y disponer de espacios en los que ponernos nuestras gafas virtuales para entrar en la selva, ver a los animales de cerca hasta casi poder tocarlos, sentir y escuchar el sonido de la selva, sus cantos, el ruido de los ríos. O sumergirte en un submarino y ver la fauna marina, nadar junto a los delfines, ver de cerca a las ballenas y a los bancos de peces. Seguramente, en esta clase de zoológico del futuro, niños y adultos disfrutarían mucho más que viendo a un pobre bulto tumbado en el suelo o un tigre dando vueltas de forma constante.

En este zoo virtual del futuro podríamos tener información de cada especie, sus características, disfrutar de un paseo virtual a los ecosistemas del mundo. Sería un sistema sería más rentable que el actual, en el que miles de animales padecen en cautividad con un sufrimiento como el que nosotros experimentaríamos si nos ponen de por vida encerrados en un espacio diminuto. Además sería con toda seguridad más económico de mantener y con mucho más beneficio para la industria del entretenimiento. No se pretende cerrar los zoológicos de golpe, ni que desaparezcan, ni que sus trabajadores se queden sin trabajo. Se trata de reconvertirse, de hacer un mundo animal más justo, de respetar la vida, de crear nuevas formas de entretenimiento virtual más divertida para los visitantes y los niños, más educativa e informativa, con menos riesgos y de más fácil mantenimiento. Diseñar parques temáticos virtuales, ecosistemas visitables con gafas tridimensionales, todo un mundo animal volcado en hologramas. ¿No sería mejor esto que ver a un león tumbado en la hierba sin ganas de hacer nada, a un chimpancé, hermano nuestro, cautivo, a un elefante triste o a unos delfines en una piscina diminuta?

Cometimos un error al mantener a pueblos indígenas cautivos como si fueran seres extraños de otro mundo para verlos sin tener que viajar a tierras lejanas. No cometamos el mismo error con los seres vivos que hoy están cautivos en muchos centros. Las generaciones futuras sin duda nos juzgarán por el daño que hoy estamos infligiendo a los seres vivos al mantenerlos en cautividad para el disfrute de nuestro ego.

¿Qué sentido tiene observar a un ser vivo sacado de su hábitat, triste, sin poder disfrutar su vida en toda su plenitud, sin aprender los métodos necesarios para la subsistencia ni oler el verdadero aroma de la libertad? ¿Qué educación estamos dando a nuestros hijos al llevarlos, como si de una diversión se tratara, a observar a seres cautivos encerrados en espacios pequeños que nos miran con desgana o están tumbados, abúlicos y afligidos? ¿Cómo tenemos la osadía de ver espectáculos circenses con delfines que han sido sacados del mar, encerrados en piscinas diminutas y obligados a realizar comportamientos ajenos a su especie a base de mantenerlos hambrientos? Aún la sociedad humana tiene mucho que aprender en respeto a la naturaleza y a la vida misma, en la estima a nuestra especie y a las otras, en tener empatía y romper esa barrera de las especies que siempre hemos marcado con líneas rojas y que en el siglo XXI deben ser difuminadas y convertidas en puentes verdes de comprensión y amor.

Antes se capturaba a individuos de los pueblos indígenas considerados inferiores, que eran mostrados al público en contra de su voluntad. Esclavos de una sociedad que iba conociendo otros mundos dentro del nuestro, eran arrancados de su lugar de origen y trasladados incluso a casas particulares para, presuntamente, ver otras formas de vida sin necesidad de viajar. En España, en la llamada Casa de Fieras del Parque del Retiro, en pleno centro de Madrid, en el siglo XIX se llegó a mostrar a una familia de inuits (no les gusta que se les llame esquimales, que significa “comedores de carne cruda”), vistiendo pieles en pleno verano, expuestos ante la prensa. Algunos murieron. No sucedió solo en España, también en otros países de Europa. Hoy esta práctica nos parecería abominable, como seguramente parecerá abominable a las generaciones futuras cuando estudien y comprendan lo que es un zoológico y cómo se trataba en el pasado a los seres vivos por mera diversión, bajo la cortina de la educación o de la conservación de especies, y ocultando informes científicos como el que vamos a analizar, que nos abre los ojos a la verdadera realidad de lo que significa tener a seres sintientes en cautividad.