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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Mis 83 abriles entre la cuna y el ataúd

Emilio Díaz Miranda

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Hace unos días he leído la triste noticia de la muerte de Sanchez Dragó. Triste porque, pese a su sorprendente e inexplicable aval del grupo neofranquista VOX, era una relevante personalidad intelectual y gran escritor literario y periodista. Recuerdo muchas de sus entrevistas y en especial la que le hizo a Santiago Carrillo en el 2007, que moriría un martes del 2012 a los 97 años de edad.

Tanto Carrillo desde la orilla eurocomunista, como Sánchez Dragó desde la orilla radical del Partido neofranquista VOX, se mantuvieron lúcidos hasta el ultimo momento. Y ambos murieron del corazón, Santiago Carrillo mientras dormía por insuficiencia cardiaca, y Fernando Sánchez Dragó por un infarto a los 86 años en querida Soria. Pero mientras Carrillo se mantuvo en la zona roja de la política, Sánchez Dragó se deslizó hacia el VOX defensor del franquismo que le había detenido, torturado y encarcelado en su juventud de los años 50.

La relación conmigo de la noticia de la Muerte del pro-voxiano Sánchez Dragó es la cercanía de su edad con la mía y que este próximo 18 de abril cumplo 83 años. No tengo miedo a la muerte, pero tampoco tengo ganas de morirme. Y la verdad es siempre que veo una esquela de la defunción de un amigo o leo la noticia de una muerte de un famoso me pregunto cuánto tiempo me queda.

Afortunadamente gozo de salud y voy 2 o 3 veces por semana al gimnasio para “mover el esqueleto”, entrenar los músculos y mantenerme algo en forma. Y duermo en mi cama.

Sánchez Dragó, según él contaba, echaba la siesta en un ataúd para recordar que somos mortales. Raras veces echo yo una siesta y en ningún caso lo haría en un ataúd, que debe ser estrecho y de lo más incómodo del mundo. En cualquier caso, si es verdad lo que decía Sánchez Dragó sobre sus siestas en ataúd, no lo entenderemos como sarcófago faraónico sino que acabaremos viendo al ataúd como algo hogareño, tanto, como puede serlo una nevera o una cafetera, pero con un sentido más filosófico y existencial.

A mí las diarias esquelas de los periódicos me recuerdan que somos mortales sin necesidad de afilar guadañas ni de comprarme un ataúd para mis siestas.

Si la prensa, la radio o la televisión que dan noticia de bodas, nacimientos y defunciones forman parte de la vida cotidiana, no resulta tan extraña la extravagante idea de dormir siestas en ataúdes, si tal costumbre nos ayuda a comprender la totalidad de la vida, y no sólo una parte del todo que es la vida. El dolor, la pena, la angustia, las alegrías, las ideas absurdas, la posesión, las carencias, la envidia, el amor, la soledad… todo eso forma la vida. Con todo lo bueno y lo malo.

Y cuando – como yo - se ha llegado a los 80, ya lejos del lejano 18 de abril de 1940 en que nací, me vienen recuerdos y memoria de lo  vivido y de lo que me contaron. Estábamos en Huelva y acabada la Guerra Civil Española, se pasaba más hambre que vergüenza. En la Península más que en las Canarias. Mi padre, empleado del entonces todavía existente Banco Hispano Americano, estaba destinado en la andaluza capital de Huelva de la que, como sabemos, partió Cristobal Colón a la gran aventura que sin saberlo supondría para los europeos el descubrimiento de un nuevo continente: América. Y en esa Huelva había tanta escasez que mis padres me daban a mí las papas machacadas como papilla y se comían las cascaras fritas después de lavarlas. Mi madre contó que una vez, yendo por la calle vio algo en el suelo que la hizo pararse en seco. Señora de buena familia, como se decía entonces, miró a su alrededor por si alguien la veía y luego con celeridad recogió el pan del suelo. Lo que la había hecho parar en seco era el milagro de un pan tirado o caído en el suelo. La escasez y el hambre eran tan grandes que superaban la vergüenza de coger pan del suelo de la calle.

La historia y el paisaje urbano cambian y se olvidan

Mis padres regresaron a Canarias donde vivimos durante bastante tiempo en la calle Buenos Aires n° 28, junto a mi tío Luis Hernandez, casado con Lucía Miranda, hermana de mi madre, también allí sus hijos, mi prima Silvia y mi primo Luis. Asimismo mi abuelo Luis Miranda Pérez y mi tío Isidro Miranda de la Nuez, soltero y hermano mayor de mi madre. La casa terrera era enorme y tenía un jardín que daba a la parte trasera del Cabildo. Hoy esa casa ha desaparecido convertida en terreno absorbido o anexionado por el Cabildo.  

Es curioso que se haya transformado en normalidad la desaparición de paisajes urbanos, tanto es así que a mí me cuesta reconocer algunas calles cuyo nombre continua siendo el mismo, pero cuyo paisaje urbano se ha transformado por completo. Por ejemplo, el Parque San Telmo y la Iglesia siguen allí, pero ya no lindan al mar rompiente como entonces. Ahora se ha ganado terreno al mar y una nueva carretera pasa por allí, entre el Parque y el mar, la carretera que une el Puerto de la Luz con el turístico Sur. Los menores de 50 años no tienen ni idea de tales cambios excepto que hayan podido verlos en fotos. ¿Quién sabe o recuerda que el pequeño muelle del Parque San Telmo que entraba en el mar tenía la estatua de don Benito Pérez Galdós? No es la que ahora está frente al Teatro que lleva su nombre.

Aquella escultura de Benito Pérez Galdós, obra de Victorio Macho, se conserva en la Casa-Museo de Galdós en Las Palmas. Fue la segunda de nuestro escritor que esculpió Victorio Macho. Hecha en piedra caliza en 1922 se instaló originalmente frente al océano en el muelle San Telmo pasando luego a la Casa-Museo Pérez Galdós en Las Palmas. Según algún comentarista era un prudente acto de traición al escultor castellano cuyo deseo, en sus propias palabras, fue: “...yo sueño que 'mi Galdós' llegue a confundirse con el paisaje y parezca una roca...”.

Y si la gente nueva no sabe de los paisajes urbanos desaparecidos y también ignora por dejadez o desinterés o por los silencios de las clases de Bachillerato, yo quiero recordar la etapa de la Dictadura franquista que empezó precisamente en Canarias al triunfar el golpe militar en las Islas, pero no en las capitales peninsulares. Y algo de la juventud de los que pasamos de los 70. Por ejemplo, la Plaza de las Ranas que fue en los años 50 y 60 del pasado siglo lugar de reunión del grupo de jóvenes que no estaba de acuerdo con la Dictadura ni con una Iglesia Católica que bendecía al Régimen fascista y permitía al Caudillo pasear bajo palio, como a una imagen sagrada, en los días de fiesta religiosa.

Estoy hablando de la Iglesia Cubana. Este grupo juvenil no era ninguna iglesia ni secta herética, sino que no era religioso y sí crítico radical con la doctrina oficial del nacionalcatolicismo que tenia como generalísimo ideológico al dictador Franco. Yo entré a formar parte de aquel grupo después de largas discusiones con mi entrenador de natación, Arturo Cantero Sarmiento. De la Iglesia Cubana saldría un núcleo que junto al abogado Fernando Sagaseta formaría el movimiento de Canarias Libre. Y quién sabe si fueron las anticlericales opiniones o la fuerza de mis brazadas las que me hicieron formar parte de los campeones de Natación de España y parte del equipo nacional en dos Olimpiadas.

Después de las Olimpiadas y del servicio militar obligatorio, ya la Gestapo Española había detenido a mis amigos de Canarias Libre. Y tiempo más tarde vendrían los Hechos de Sardina del Norte en que detuvieron a miembros del Partido Comunista y de Comisiones Obreras y donde el comandante Díaz Otero de la Guardia Civil dispararía hiriendo a dos de los manifestante, uno a mi derecha y otro a mi izquierda. Yo pude escaparme por el mar de la playa.

La lucha por la democracia y las libertades continuaron siendo mi horizonte, lo que me hizo huir clandestinamente con documentación falsa a Madrid, donde tiempo más tarde, al dar Franco el indulto a sus estafadores amigos de los Telares MATESA pude ver reducida mi condena y presentarme al juzgado. Como se puede ver mi vida no era un arroyo de serenas aguas. Y tengo que saltarme muchas aventuras, alegrías y adversidades en la lucha por la libertad. Pero si mi vanidad no queda satisfecha por mi modesta participación sí puedo sentirme orgulloso de no haberme tragado las mentiras del Franquismo y sus correligionarios y de no haberme doblegado.

Vine a Alemania hace unos 42 años, me casé y tengo dos hijos, una hija y nietos y nietas que tienen que aguantar mis historias. He sido y soy profesor de español y de alemán, el español para los alemanes y el alemán para los refugiados y migrantes.

El 18 de abril de la vida, de la muerte

Y este 18 de abril cumplo 83 años.  Y como todo ser humano estoy entre la cuna y el ataúd. Estoy entre la vida y la muerte, pero más cerca de la muerte que de la vida, que se acaba. Y como escritor y lector recuerdo aquella novela del escritor norteamericano, William Faulkner, que sería Premio Nobel de Literatura, que lleva el título en castellano de “Mientras agonizo” y en original “As I Lay Dying”.

As I Lay Dying es una deslumbrante muestra del virtuosismo de Faulkner con la lengua inglesa, así como un extraordinario examen de la soledad esencial en el núcleo de una familia de Mississippi. Mientras agonizo fue publicada en 1930. Y fue un verdadero “tour de force”, pues la escribió en “seis frenéticas semanas”, mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno en la central eléctrica de la Universidad de Misisipi. El libro está narrado mediante la técnica del flujo de conciencia  y es la historia de la muerte de Addie Bundren, la mujer de un humilde granjero, y la búsqueda de la familia, noble o egoísta, que quiere honrar su deseo de ser enterrada con «su gente» en el pueblo New Hope de Jefferson.

Sánchez Dragó dormía las siestas en un ataúd en la realidad de Soria. En la ficción de Faulkner la agonizante madre y esposa es trasladada en su ataúd al lugar del descanso definitivo. Yo no tengo el talento de Faulkner ni aquí el espacio para contar, y desde mi soledad frente al ordenador, espero seguir el arduo combate frente a las corrientes imperiales de la mentira y de la Guerra.

Algo más sobre la vida y la muerte

Escribía Krishnamurti en su obra Sobre la vida y la muerte: «Hay tres cosas que debemos entender a fondo si queremos captar el movimiento total de la vida: el tiempo, el dolor y la muerte. Comprender esto requiere la claridad del amor. El amor no es una teoría ni es un ideal. El amor no puede enseñarse.

Voy a reproducir pensamientos de Krishnamurti como momentos de meditación sin necesidad de dormir en ataúdes ni de hacer una confesión última porque solo nosotros mismos nos absolvernos de nuestras faltas.

La muerte debe ser algo extraordinario, como lo es la vida. La vida es algo total.

Y para comprender la muerte tenemos que comprender la totalidad de la vida, no tomar solo un fragmento de ella y vivir con ese fragmento, como lo hace la mayoría de nosotros. En la comprensión misma de la vida está la comprensión de la muerte, porque ambas no están separadas. […]

De hecho, la muerte no está en alguna parte lejos de aquí; está aquí y ahora. Está aquí cuando hablamos, cuando nos divertimos, cuando escuchamos, cuando vamos a la oficina. Está aquí en cada instante de la vida, como lo está el amor. Una vez que perciban ese hecho, encontrarán que no temen en absoluto la muerte.

Uno tiene miedo no a lo desconocido, sino a perder lo conocido.

Lo importante es cómo vivir el tiempo que nos queda.

Y para los que hemos conocido muchas derrotas, un pensamiento final de Saramago: “La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”, José Saramago.

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