Ad id bellum videri posset

0

Cuando en el año 221 a.C. el general cartaginés Aníbal decidió invadir la ciudad hispana de Sagunto, no lo hacía simplemente por un puro deseo de expansión imperialista. No se trataba simplemente de una conquista más en el proceso expansivo que los cartagineses habían iniciado en la Península Ibérica, cuando en el 236 a.C. su padre, Amílcar Barca, desembarcó sus tropas en las costas peninsulares. La toma de Sagunto era un episodio puntual dentro de un conflicto de mayor espectro en el que los saguntinos se convertían en una pieza estratégica entre el pulso que desde hacía más de cincuenta años llevaba enfrentando a las dos grandes potencias económicas y militares del Mediterráneo en esos momentos: Cartago y Roma. La lucha por controlar las áreas de influencia respectivas y el dominio económico de Sicilia había desembocado en lo que se conoce como la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), en la que romanos y púnicos (cartagineses) se enfrentaron cruentamente por controlar el Mediterráneo Central y que tuvo como resultado un armisticio que fortaleció el poderío de Roma en la región y la necesidad para Cartago de buscar nuevos territorios donde poder reconstruir su economía para pagar las enormes indemnizaciones de guerra y recuperar su influencia política. Ese nuevo espacio fue Iberia (la Península Ibérica) que quedaba, además, fuera del área de interés que Roma tenía en esos momentos en las regiones más occidentales del Mediterráneo. 

En los siguientes años, Cartago se hizo fuerte en el sur peninsular, mientras Roma se implicaba en su expansión hacia Oriente. Parecía que se había llegado a una “paz caliente”, en la que Cartago reconstruía su antigua fortaleza y recuperaba su capacidad de gran potencia. Mientras tanto, Roma había salido definitivamente de Italia para empezar a sentar las bases de un imperio mediterráneo, contralando Sicilia, Córcega y Cerdeña, además de intervenir en Grecia y en Asia Menor. Si Roma se había embarcado en esta expansión territorial en su periferia, se debía a que tenían el convencimiento de que Cartago había quedado suficientemente escarmentado y tocado en su capacidad militar y económica tras la finalización de la guerra. De tal modo que las noticias que llegaban sobre la expansión del territorio púnico en Iberia no eran consideradas como algo alarmante. Cuando tan solo diez años después del armisticio, Cartago saldó las deudas contraídas por Roma gracias a la riqueza obtenida en la península, empezaron las preocupaciones en el senado romano. Sabemos que se enviaron delegaciones a supervisar lo que Cartago estaba haciendo por esas remotas tierras. No solo eso, Roma empezó a establecer acuerdos de amistad con algunos estados vecinos a las tierras que Cartago había conquistado. Y finalmente, en calidad de vencedor de la guerra anterior, impuso a los púnicos lo que se conoce como el “Tratado del Ebro” (226 a.C.) en el que Cartago se comprometía a no expandirse hacia el norte del río Ebro, mientras Roma no lo hiciera hacia el sur. El temor de los romanos a que Cartago recuperase su antiguo poderío los había llevado a intervenir en un territorio que les era totalmente ajeno y en el que hasta ese momento no tenían intereses ningunos. No está claro si el Ebro que se menciona en las fuentes es el actual Ebro o podría corresponder a alguno más al sur (Júcar, Segura), puesto que cuando se desate el episodio de Sagunto, ambas partes aducirán que el tratado ha sido violado.

Volviendo al inicio de esta historia, las fuentes romanas (que son las que nos han llegado) nos presentan a Aníbal como un general movido por un afán de venganza irracional contra Roma y todo lo que significaba ser romano y, por supuesto, único culpable del inicio de la Segunda Guerra Púnica. Sin embargo, cuando Tito Livio (XXI.5) narra los momentos iniciales de la toma de Sagunto, describe una dinámica fría y calculada en la que previamente fue haciendo maniobras que asegurasen que el ataque a Sagunto era el resultado de unas circunstancias que inevitablemente le habían abocado a ello. Como escribe el escritor romano “quiso hacer creer que Sagunto no era su objetivo inmediato, sino que se vio obligado a una guerra con ella por la fuerza de las circunstancias (ad id bellum videri posset)”. 

Podemos imaginar el sufrimiento que vivió la población saguntina que se vio envuelta en un sitio que duró ocho meses. Durante ese tiempo hicieron llamamientos a sus vecinos y a Roma para que acudieran en su auxilio. Nadie asistió en su ayuda. Los pueblos de alrededor ya habían sido dominados por Cartago o no tenían capacidad de enfrentarse a la maquinaria bélica cartaginesa. Roma, la otra gran potencia que había puesto a Sagunto en el punto de mira de Cartago al haber establecido un acuerdo de amistad tras la firma del tratado del Ebro, tampoco apareció. Cuando los saguntinos fueron conscientes de que nadie acudiría en su ayuda decidieron inmolarse entre ellos, antes que convertirse en prisioneros y esclavos de los cartagineses y rechazando la oferta de rendición que habían recibido. Solo después de que llegaron las noticias de la caída de la ciudad y el suicidio de su población, Roma tomó la decisión de intervenir y declarar la guerra a Cartago. Se iniciaba así la Segunda Guerra Púnica, que se prolongó otros 18 años y que, aunque por momentos pudo suponer la derrota de Roma, finalmente provocó la caída de Cartago y su reducción a la insignificancia política e histórica. 

La historia nos ofrece multitud de ejemplos de conflictos militares que han marcado la evolución de las sociedades humanas. Las causas nunca están claras del todo, los responsables únicos tampoco se reducen a un maniqueo “buenos y malos”. Antes de que hablen las armas, sabemos que intervienen múltiples elementos que nos ayudarían a entender el por qué se llegó al estallido de las hostilidades. Una vez iniciadas, solo podemos desear que acaben lo antes posible y que produzcan el menor número de víctimas. Aníbal ha quedado marcado por ser el único responsable de la guerra que llevó al declive de Cartago. Pero Aníbal no era un personaje aislado de sus circunstancias. Sus decisiones estaban condicionadas por la historia recientemente vivida y por las maniobras que Roma tomó para interferir en la política exterior púnica. Cuanto mejor conozcamos el contexto en el que se cuecen los conflictos, mejor podremos entender por qué se producen. Pero, además, estaremos también en una mejor posición para, aún condenando cualquier tipo de guerra donde los principales perjudicados serán siempre los inocentes, entender que en la lucha por los grandes intereses, la verdad no es única ni está solo de una parte. 

Etiquetas
stats