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Almacenar el crudo

Juan Jesús Bermúdez / Juan Jesús Bermúdez

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Efectivamente, en esos días, tras la decisión de los países árabes productores de limitar el flujo de petroleros hacia Europa y Estados Unidos, como respuesta al apoyo occidental a Israel en la Guerra de Yom Kippur, se prodigaron las colas en gasolineras y se tomó conciencia popular, probablemente por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial, de la fragilidad del sistema en su conjunto si fallaba el suministro energético.

La reacción a este evento por parte de los grandes países consumidores fue el de la creación de las reservas estratégicas de crudo, aunque algunas de ellas ya se estaban constituyendo, sirviendo de referencia la “Strategic petroleum reserve” de los EE.UU., implantada a partir de 1975, y que hoy almacena el equivalente a algo más de un mes de consumo de petróleo del país, teniendo en cuenta que este país ya importa casi dos de cada tres barriles de los que consume.

El incremento de la volatilidad del precio del petróleo en los últimos años ha llevado a cuestionar el modelo de abastecimiento a la carta y en flujos ininterrumpidos de este recurso energético a los países consumidores del Norte, principales demandantes del mismo. Tras el colapso de los precios del oro negro en julio de 2008, y la debacle económica mundial, se han reproducido escenas de almacenamiento en alta mar del petróleo, a falta de demanda para su consumo, y se han tomado decisiones, en el marco de la OPEP, de reducción de la extracción, lo que no ha sido óbice para que inclusive en esos países, que obtienen la mayor parte de sus ingresos de la exportación de este recurso, se estén tomando también decisiones de almacenaje.

Este fenómeno, aparentemente inocuo, nos muestra un aspecto realmente trascendente de los cambios que estamos viviendo en la escena geopolítica y económica mundial. El acaparamiento es un primer síntoma de falta de confianza en el vigor y continuidad del sistema, como ya se viviera en las crisis energéticas anteriores. Es, indudablemente, también un negocio en ciernes, porque pone en posición de salida al acaparador, que sirve al mejor postor, en una transacción entre adictos (productores y consumidores) donde el intermediario puede alcanzar mejores pujas, consciente como es el gran negocio que la inestabilidad de suministro será un factor de importancia creciente en el futuro.

El modelo de abastecimiento ha funcionado hasta ahora con relativa normalidad, dentro de un escenario de constante crecimiento, únicamente interrumpido por breves episodios recesivos. Los países que extraían cada vez más petróleo eran la gran mayoría; como en los productos agrícolas, la abundancia de oferta creaba tensiones a la baja en los contratos, lo que no daba margen excesivo a los tratantes; había un ritmo siempre de ampliación de la demanda ? el parque móvil mundial se ha multiplicado por varios enteros en las tres últimas décadas -, y las infraestructuras de almacenamiento y distribución tenían reciente creación o estaban en proceso de renovación más o menos gradual.

Hoy están mostrando serios síntomas de fragilidad varias piezas de este engranaje: ya hay casi tantos yacimientos de países en declive petrolero como los que aún incrementan su extracción, lo que nos trae a la recurrente meseta de producción del petróleo convencional ? el más fácil de extraer y, por tanto, más barato ? que vivimos desde el año 2005; este episodio histórico ? pese a la enorme demanda mundial, no había capacidad para incrementar sustancialmente la producción desde ese año -, contribuyó a la espiral alcista de los precios que culminó el 11 de julio de 2008 ? una fecha a recordar -, y dio paso a un descalabro importante de la economía financiera, insostenible por otro lado en su propósito de convertir todo lo que tocaba en burbuja. El efecto cascada de la falta de confianza en el crecimiento está reduciendo de forma insólita la demanda, en medio de unas oscilaciones con pocos precedentes en la Historia del petróleo, lo que crea un exceso de capacidad que aterroriza a los nuevos inversores, tanto en nuevos yacimientos de combustibles fósiles, como en proyectos de ampliación de la capacidad eléctrica, de otros recursos energéticos, etc. Ya se están cuantificando en millones de barriles al día las cancelaciones de nuevas exploraciones e iniciativas de expansión de este sector, lo que agravaría, además, un factor de crucial importancia a medio plazo, y que no es otro que la necesaria y progresiva sustitución ? por obsolescencia ? de los pesados elementos de la cadena de abastecimiento energético y eléctrico, desde la extracción hasta el transporte, refinado y abastecimiento final.

La extensión de la práctica de almacenar crudo es, en ese escenario, una maniobra de reserva de combustible para las contingencias extraordinarias, que tienen todas las cartas para prodigarse en esta nueva era, y una protección contra las oscilaciones del precio del crudo, inevitables a partir de ahora por el creciente hueco entre oferta y demanda. Es una señal de que “no hay para todos” y que la subasta al mejor precio será la que logre sacar los barriles de sus almacenes para servirlo al cliente mejor situado. También, como no, una oportunidad para los oportunistas, como en todos los ríos que llegan revueltos. Está por ver, sin embargo, que estas maneras sirvan a la función de mantener el modelo de crecimiento que ha alimentado nuestras economías en las últimas décadas.

Juan Jesús Bermúdez

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