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De Andalucía a la huelga
Frente a esto, para que se aprecie la diferencia, es preciso recordar que fue la propia Junta de Andalucía quien tiró de la manta de los ERE y formuló las oportunas denuncias. No quiero decir que por eso estén exentos de responsabilidad el presidente Griñán y los dirigentes psocialistas andaluces. Esas responsabilidades existen; al menos las políticas, que las penales son cosa de jueces. Tampoco niego que tantas legislaturas de gobiernos psocialistas hayan generado corrupciones y comportamientos tan indignantes como los atribuidos al principal encartado en el asunto de los ERE. El pestazo a cachondeo y alegrías intolerables en el manejo de dineros públicos es notable, aunque no exclusiva y no es preciso salir de las islas para comprobarlo. Solo digo que no le conviene al PP escupir al cielo porque el salivazo puede caerle en la cara.
El PP, ya saben, contaba con la mayoría absoluta en Andalucía. No obtenerla no fue un descalabro cualquiera en este momento. Hay quienes dan por seguro un pacto PSOE-IU que al PP le sabría a cuerno quemado: ese nuevo Gobierno andaluz podría poner de manifiesto que no es la política de Rajoy la única posible para alcanzar los objetivos marcados por la UE; justamente el argumento principal de la derecha contra la huelga de hoy: el PP se ha cansado de advertir que, se pongan como se pongan los sindicatos, no habrá marcha atrás en las medidas ya adoptadas ni en las por adoptar, que estima imprescindibles, inevitables, obligadas y qué sé yo; aunque demore la reforma bancaria a la que le urge, ya ven, la propia UE.
En este sentido, la propuesta de Javier Arenas a los psocialistas para formar Gobierno no obedece al rito postelectoral habitual. Teme el PP que una Andalucía del PSOE-IU ponga en evidencia, como digo, la política de Rajoy que en lo esencial trata de aprovechar la crisis para crear una masa de trabajadores baratos, sumisos, sin derechos y bien sujetos a lo que alguien llamó “economía del miedo”. El Gobierno lo niega, claro, pero ese es el camino que lleva al cargar el peso de la crisis sobre los trabajadores y las clases más modestas, entre las que figura cada vez más gente de la clase media. La posibilidad de que un gobierno PSOE-IU demuestre eso, que otra política es distinta, preocupa al PP y de ahí que el ganador derrotado, Arenas, susurre a los psocialistas canciones de amor.
Quizá ande de por medio también el temor a que ese pacto en la izquierda tenga su derivación en Extremadura donde IU abrió la puerta al Gobierno de la derecha. Tenía la IU extremeña razones para desentenderse de los psocialistas, que considera derecho suyo que lo apoye la izquierda y una vez en el machito revolcarse al modo con la derecha. Que le pregunten, si no, a López Aguilar, víctima de ese modo de obrar de su propio partido. IU se cansó de desprecios y puede entenderse su cabreo en Extremadura. Pero tras las elecciones andaluzas ha ganado peso y protagonismo suficientes para plantarse y exigir. Casi estoy por decir que fue la gran ganadora del domingo pasado y que acabará replanteándose la cuestión extremeña.
La cuestión, pues, es si serán los psocialistas lo bastante lúcidos para escorarse a la izquierda y si IU adoptará la postura realista de no pedir la luna y el Palacio de Invierno. Es decir, si el PSOE se deja de frivolidades bipartidistas y si IU aprovecha su oportunidad de poner en piedras de ocho, junto a la oferta de una política distinta, la reforma electoral a la que siempre se han opuesto psocialistas y peperos, que en lo del bipartidismo sí van de acuerdo. Es justo preguntarse si el apoyo del PSOE a la huelga refleja una nueva actitud o si es simple coyunturalismo.
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