El apocalipsis
No sé si será por la edad, pero cada vez creo menos en las visiones apocalípticas de la realidad. Es cierto que, por ejemplo, al igual que como muchas otras fuentes de energía, el Sol no es eterno. De hecho, como si de la obsolescencia programada se tratara, el astro ya tiene 4,5 mil millones de años y ha utilizado casi la mitad del hidrógeno de su núcleo, por lo que se agotará en unos cinco mil millones de años, pasando el helio a ser su combustible principal. A partir de ahí, se hará más grande, alcanzando casi 100 veces su tamaño actual, por lo que nos absorberá, aparte de otra serie de planetas. Más tarde, arderá como una gigante roja durante otros mil millones de años y luego estallará en una enana blanca. Y entonces, ¿qué hacemos? Pues ponernos protector SPF +50, por lo menos y, así y todo, no creo que surta efecto alguno. Y es que hay eventos inexorables que pasarán sí o sí y no por ello debemos entrar en pánico, porque es justamente la receta contraria a la toma de decisiones cuerda y efectiva. No obstante, normalmente se anuncian catástrofes con la finalidad de eso, de que se entre en una situación de angustia exacerbada para irracionalizar las actuaciones o para justificar otras, ya sea, por ejemplo, cuando se hable del cambio climático o del sistema de pensiones.
Y que se mencionan, sobre el primero, es cierto que el calentamiento global ya está aquí, teniendo como principal variable explicativa la acción humana donde se daña la salud a través de la contaminación, los fenómenos meteorológicos extremos, los desplazamientos forzados, las presiones en la salud mental, así como un aumento del hambre y la desnutrición en lugares donde las personas no pueden producir o encontrar alimentos. El negarlo es inútil. Ahora bien, la culpabilización o victimización también. En este caso hay que analizar la dimensión y la capacidad de nuestras actuaciones, sabiendo que nos preocupa la gota de un grifo mal cerrado mientras que hay piscinas que cambian su agua cada cuarenta y ocho horas, donde Canarias es la gota mientras que, principalmente Asia, la piscina. Así y todo, en este caso, hay que llevar actuaciones locales, pero sin perder la perspectiva de la inutilidad de estas si la acción global no se instaura, ya sea a base de zanahorias o de palos.
Sobre el sistema de pensiones pasa algo similar. Se nos repite de forma incesante que está en crisis perpetua. Ahora bien, todos los sistemas de aportación definida, como es el nuestro, entra en crisis si la tasa de crecimiento de los cotizantes es inferior a la de la población perceptora, entrando a jugar la evolución demográfica y la propia tasa de empleo. Así y todo, a las generaciones que actualmente trabajan se les incorpora una presión adicional para sufragar la incompetencia de la gestión y la falta de madurez para la toma de decisiones, algunas de ellas impopulares.
Aparte de estas, visiones apocalípticas hemos tenido muchas: el diluvio universal, el impacto de un meteorito, la guerra termonuclear, el día del juicio final, los diferentes advenimientos, que ahora lo tendrán más fácil con la exención fiscal para la todas las religiones reconocidas por el Estado y, ahora, la implementación de la inteligencia artificial. En definitiva, siempre encontraremos un evento por el que preocuparnos. Sin embargo, siempre he oído que, si el problema tiene solución, no es un problema y, si no la tiene, tampoco. Así que, o nos compramos una túnica junto a una campana que iremos vamos blandiendo por la calle mientras gritamos que se acerca el fin del mundo o nos dedicamos a vivir en modo carpe diem. Todo es ponerse.
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