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Banderas a media asta

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Nunca me han gustado las banderas a media asta. Cuando las veo tengo claro que algo malo ha ocurrido y que no será la última vez que las vea. Durante mi etapa universitaria me acostumbré a ver una bandera a media asta cada vez que la demencia de un supuesto grupo de liberación atacaba al estado opresor que impedía su derecho a la independencia, según sus propias palabras.

Hoy, nada más salir, vi como todas las calles de la ciudad de Helsinki estaban presididas de enseñas finlandesas a media asta, en recuerdo a las víctimas del centro escolar de Kauhajoki, localidad cercana a Seinäjoki.

Ayer por la mañana, a la hora en la que se celebrara un examen en dicho centro, uno de sus alumnos, Matti Juhani Saari, de 22 años, entró en su clase y, en vez de sentarse para responder a las preguntas formuladas en dicho control, vació el cargador de su arma contra nueve de sus compañeros y un profesor. Hacía sólo un mes que Matti había logrado su permiso de armas y se había comprado su flamante pistola, modelo Walter ?de la misma marca que la que usa, desde hace cuatro décadas, el agente secreto 007-.

La diferencia con el literario y cinematográfico personaje es que Matti Juhani Saari no estaba salvando al mundo de ningún megalómano dispuesto a terminar con la raza humana sino que sus víctimas eran estudiantes, de su misma edad y con toda una vida por delante.

Nada más conocerse la noticia, los fantasmas de otra tragedia como ésta -acaecida hace menos de un año- sacudió a una sociedad poco acostumbrada a este tipo de sucesos.

En noviembre del pasado año, Pekka-Eric Auvinen asesinó a ocho compañeros, tras declarar en un video colgado en el portal youtube que había llegado la hora de “poner orden” en un mundo como el nuestro.

Matti Juhani Saari, al igual que Pekka-Eric Auvinen, también colgó un video en Internet y en él le declara la guerra una sociedad que consideraba digna de ser purgada.

Lo peor del caso es que, el lunes, tras la denuncia de un internauta ?el cual encontró muchas similitudes entre el video de Matti Juhani y los que colgó en su día Pekka-Eric- la policía interrogó al primero y no encontró ninguna prueba que indicara que todo iba a terminar como al final lo hizo.

Ahora se sabe que el agente que interrogó al joven fue el mismo que le concedió la licencia de armas, hace ahora un mes. Tanto el ministerio del interior como el de justicia de Finlandia han expresado su firme intención de llegar hasta el final del asunto, palabras que no se deben tomar a la ligera en un país donde son muy poco tolerantes con los errores.

La primera consecuencia de todo esto será el endurecimiento de las normas para otorgar una licencia de arma corta en el país. Hoy por hoy se calcula que 40 de cada cien finlandeses tiene un arma en casa.

La diferencia con los otros países que encabezan este ranking; es decir, EEUU y Yemen, es que se presupone que la formación de los ciudadanos finlandeses ?dado los resultados oficiales con respecto a educación y formación- es superior a la de muchos de los ciudadanos de los países antes mencionados, garantía que ha resultado, a todas vistas, del todo insuficiente.

Sin embargo, la pregunta que todo el mundo se hace en Helsinki, Espoo, Vantaa y, en breve, en todo este país escandinavo es la misma: ¿Por qué? ¿Qué impulsa un joven de 22 años a vaciar el cargador de su arma sobre un grupo de persona, las cuales ni siquiera tuvieron tiempo de ver la bala que acabó con sus vidas? ¿Qué pasó por la cabeza de un joven que vivía en uno de los países con mayor nivel vida, desarrollo tecnológico y ventajas sociales de Europa y de buena parte del mundo?

No pretendo decir que en otros lugares un acto como este pueda estar justificado, por mucho que las circunstancia lo precipiten, pero ¿Por qué aquí?

Esta mañana, entre las muchas personas que salieron en la televisión estatal finlandesa, hubo una que formuló una pregunta mucho más clara ¿Qué quieren los jóvenes finlandeses de su país? Pedir, ya saben, es gratis, pero lo que esta persona no entendía es cuál de los mecanismos del sistema había fallado para que Matti Juhani Saari decidiera asesinar a sus compañeros de clase.

Y ésa es la misma pregunta que se hacen muchas personas, sobre todo por todas las ventajas que el estado finlandés pone sobre la mesa para lograr que los jóvenes encuentren su lugar en una sociedad tan dura y competitiva como ésta.

A diferencia de nuestro país, en Finlandia un joven puede disponer de su propio dinero ?el cual tendrá que devolver a un banco, más pronto o más tarde- desde muy pronto. Esto ayuda a que la movilidad y la independencia sea una realidad diez o quince años antes que en España. Por otra parte, el gasto en educación y formación profesional por parte del gobierno finlandés es astronómico, si se lo compara con lo que se gasta el estado español en esa misma área.

La suma de ambos factores da, como resultado, que el sistema educativo finlandés sea una de las joyas de la corona de un país que sabe que, sin la formación de las nuevas generaciones no lograría salir adelante.

Por otro lado, las empresas también se gastan ingentes cantidades de dinero en pagar becas y planes de estudios para asegurarse los mejores profesionales posibles. En una sociedad como ésta no hay lugar para la improvisación ni enchufismos varios. Recomendados los hay, como en el resto del mundo, pero, si no están a la altura, el propio sistema laboral acaba por dejarlos en evidencia.

Todo esto, sumado a las ventajas que el estado aporta en cuestión de vivienda, bajas por maternidad y otros asuntos, libera de muchas de las presiones que los jóvenes españoles deben soportar cuando quieren estudiar, lejos de casa de sus padres o simplemente, para independizarse y vivir su propia vida.

Tampoco se crean que esto es el paraíso y todo funciona a las mil maravillas. El finlandés es una persona amante de los excesos, sobre todo la bebida y la consecuencia de su consumo en la sociedad siguen siendo uno de los caballos de batalla de los sucesivos gobiernos.

Si a todo ello se le suma la excesiva tecnificación de esta sociedad ?ya plenamente adaptada al siglo XXI- y un clima que es todo menos benigno, se puede llegar a entender que otro de los problemas de esta sociedad sea la depresión.

Aún así, todo ello no acaba de justificar que Matti Juhani Saari, al igual que Pekka-Eric Auvinen, decidieran declarar la guerra a una sociedad que, por experiencia personal, trata de poner lo mejor que tiene para lograr que las personas vivan todo lo bien que es posible.

Puede que el gusto de ambos por los textos de ideología nazi y todo lo que ello conlleva explique el desenlace que decidieron ambos para sus vidas. Por otra parte, una cosa es decir cualquier barbaridad ante una cámara, haciendo prácticas de tiro y otra muy distinta, disparar contra personas desarmadas, sin mediar la más mínima provocación.

Puede que sólo se trate de la cuota de desequilibrados que, al vivir en una sociedad como la nuestra, debemos soportar, sin poder hacer nada para evitarlo.

No lo sé, aunque coincido con el académico Matti Lehti, del Instituto de Derecho Político, en que otros jóvenes copiarán estas tragedias en el futuro y que, lamentablemente, siempre quedarán cosas por hacer para evitarlas.

Ahora, cuando vuelva a salir a la calle, la sombra de las banderas a media asta me recordarán que, una vez más, el espíritu humano y su afán por la destrucción, han vuelto a ganarle la partida a la cordura.

Y no me salgan con que las armas las carga el diablo y majaderías por el estilo. El demonio no carga ningún arma. Son los hombres quienes las cargan y quienes las utilizan. Eso sí que lo tienen claro en este país.

Eduardo Serradilla Sanchis

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