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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La brecha pegajosa

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En la anterior y reciente crisis económica, en las relaciones laborales de Canarias, se produjo un curioso proceso estadístico y es que la tasa relativa de desempleo de la mujer mejoraba ostensiblemente, mientras que la del hombre no, situándose en una situación de acelerada decadencia. Al ser un dato no muy recurrente hay que volver a las hemerotecas estadísticas y rememorar que, en el último trimestre de 2009, prácticamente en todo 2010, en plena recuperación a partir del segundo semestre de 2013, y, para sorpresa, en el segundo trimestre de 2020, la tasa de paro femenina era inferior a la masculina. Desde la perspectiva de otros análisis se podría decir que se empeoraba menos y no por eso se mentiría. El resto de trimestre, la acostumbrada realidad.

Y es que eso no tiene nada que ver con ninguna crisis, como es que la tasa de actividad de la mujer en el Archipiélago es tradicionalmente superior a la media nacional. Y dicha tendencia se mantiene en aquellos territorios con salarios relativamente bajos, lo que origina que las personas acudan a buscar activamente empleo con la finalidad de obtener recursos económicos complementarios para la unidad familiar.

Claro está que, como factor proliferante, nuestra estructura económica, donde los servicios toman un especial protagonismo, que no son procedentes de ningún castigo bíblico, se nutre de funciones de producción intensivas en trabajo de limitado valor añadido y productividad. Este hecho origina que los salarios, que terminan por retribuir dicha productividad, no se ubiquen en la zona alta de la tabla. Así y todo, la parte social que accede están en las capas medias bajas de la estructura salarial existente, lo que provoca que la brecha no pueda cerrarse de forma determinante, superando así la grieta salarial existente, tanto a niveles nacional como europeo. Y el PIB per cápita da muestras de ello.

En la actualidad, si tenemos en cuenta que estamos en medio de la crisis de nuestras vidas en donde la mujer se ha visto más afectada, la brecha no solo no se ha cerrado, sino que se ha incrementado, debido a que no solo le afecta el hecho de acceder a empleos de diferente naturaleza, sino que los contratos que las vinculan tienen una duración parcial o de mayor temporalidad.

Así que la evolución en el crecimiento de las rentas salariales es dispar, por las diferencias que se establecen en el campo de la promoción, porque, cuando se analiza la estructura de plantillas, se comprueba que, en muchas de ellas, los puestos de trabajo de categorías inferiores hay más mujeres que hombres, sucediendo todo lo contrario en lo alto del escalafón. Entonces, ¿estamos ante un techo de cristal o en un suelo pegajoso? El debate es innecesario. Tal vez por lo que se ha de apostar es que hay que normalizar lo normal. Es decir, que cada persona tenga las mismas oportunidades según sean sus capacidades, independientemente de cómo, dónde y de quién nazca.

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