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Con decirte, lector querido, que ayer mismo, domingo, me enteré de que lluvia había impedido la salida de los tronos en ciudades como Málaga o Sevilla y de que la famosa Madrugá tendrá que esperar al próximo año para lucirse en la noche de Andalucía. Sí, lo has adivinido.
Tampoco he visto la tele, salvo el Miercóles Santo, con M de Mourinho. Me alegré sobre todo por aquellos que silbaron al himno español y a las instituciones. No soy monárquico, pero educado sí. Si alguien a quien no soportas te invita a cenar a su casa, no vayas, porque si lo haces habrás de comportarte de manera correcta. Pues eso, no hay mucho más que decir. Qué faltita está la gente de buena educación.
Así que he aprovechado, salvo este sobresalto bendito y madridista, para leer sosegadamente. El sábado fue el día del libro, por lo menos en Barcelona, con esas Ramblas llenas de capullos, porque en el resto de España, salvo excepciones, se ha postpuesto para el próximo miércoles. Si en condiciones normales, dicen las estadísticas, a los españoles la lectura ni les va ni les viene, en vacaciones no hace falta ser muy listos para intuir cómo sería esta celebración mercantilista. Preocupa sobre todo el futuro, nos dicen en la prensa, del libro y de las librerías, con ese tsunami que parece ser la edición digital. La mayor parte de las librerías desaparecerá, evidentemente, como lo hicieron los pequeños ultramarinos y droguerías por obra y gracia del capitalismo atroz y de sus grandes superficies. Es cierto que existen casos esperanzadores, países de la UE que tienen leyes para proteger a la librería de toda la vida... Aquí, que no se preocupe nadie, ni existen ni existirán leyes semejantes, así que calma. Igualmente, la discusión en los medios gira en torno a esas descargas que se denominan ilegales y que amenazan al sector, dicen, casi apocalípticamente. Sólo un ejemplo. Una novela recién salida está a 20 euros en papel. Su versión digitalizada lo está a 17. ¿No nos decían que la edición, maquetación y el uso de algunos materiales eran los causantes de los desorbitados precios de algunos libros? De todas maneras no es lo mismo leer en papel que hacerlo en una pantalla, aunque sea de las más modernas, táctiles y todo. Son experiencias absolutamente distintas. En fin, que lo que realmente está encima de la mesa en nuestra España iletrada es si se saca o no una buena tajada de todo esto. Mientras, nuestros niños van cumpliendo años sin saber leer ni escribir. ¿Qué ocurrirá dentro de 20 años, cuando estos pobres apaleados por los informes PISA lleguen a la edad madura? Las librerías parecerán iglesias. Llenas todas de personas mayores.
José MarÃa GarcÃa Linares
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