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'Bullying' otra vez

José María García Linares

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El pasado día dos de mayo, con motivo del Día contra el Acoso Escolar, se publicó en diferentes medios de comunicación que, según los últimos estudios realizados, uno de cada tres estudiantes reconoce que en su clase hay acoso escolar, lo cual no es lo mismo que decir que uno de cada tres discentes sufre maltrato en las aulas (la cuestión de la percepción no habría que dejarla de lado, habida cuenta de que la expresión se ha generalizado y popularizado hasta tal punto de que, en muchas ocasiones, se confunde una agresión puntual con bullying, y no tiene que ver una cosa con la otra). Aun así, no deja de ser preocupante que el índice de violencia en las escuelas e institutos de educación secundaria siga creciendo o se haya convertido en un elemento más del día a día de nuestro sistema educativo. Como no podía ser de otra manera, durante estas jornadas se ha hablado y se seguirá hablando largo y tendido, así que un servidor expondrá aquí algunas cuestiones que, para quienes nos dedicamos a la enseñanza, resultan básicas y que se obvian, consciente o inconscientemente, en los medios de comunicación.

En primer lugar, ya va siendo hora de que aceptemos que el acoso escolar no es una causa, sino una consecuencia. Es uno de los efectos del modelo de vida y de educación en el que nos desenvolvemos desde hace algunas décadas. En ningún contexto la violencia se genera de repente. La expresión violenta es una respuesta, una vía de salida, una manera de afrontar los problemas motivada por una serie de circunstancias altamente desfavorables para los sujetos que así responden, es decir, que se están comportando violentamente por algo y, aunque es evidente, parece cada día más importante recordarlo. No se combate el acoso escolar desde un teléfono atendido por “psicólogos en precario”, tal y como nos informaba Pilar Álvarez en el diario El País el 25 de mayo de 2017, ni siquiera desde los protocolos anti-acoso de los centros educativos. Estas medidas solamente parchean el problema. Se combate yendo a la raíz, lo que pasa es que esa raíz es la misma con la que se alimenta nuestro modelo de vida, para el que la única prioridad es el crecimiento económico. Para crecer hay que trabajar sea como sea, es decir, en las circunstancias que sean, lo cual motiva que hoy no se trabaje para vivir, sino que se viva para trabajar, y eso supone que la mayor parte del tiempo las familias tienen que dedicarse a sus obligaciones laborales, con unos horarios que imposibilitan la conciliación familiar. ¿Consecuencias? Los niños se crían con extraños, pasan más tiempo fuera que dentro de sus hogares, ni siquiera comen con sus padres, no reconocen ni en cuidadores ni en profesores la figura de la autoridad, etc. No voy a insistir en esto. Añádasele a lo dicho que las leyes consideran al niño/adolescente como una víctima del contexto en el que vive, es decir, no lo responsabiliza de sus actos como debiera, lo cual es un ingrediente decisivo en lo que estamos aquí contando. Nadie dice que sea fácil arreglarlo, ni mucho menos barato. Y sin embargo es necesario afrontarlo desde el origen. A los niños hay que ponerles normas desde pequeños, acompañarlos en el proceso de aprendizaje, inculcarles valores y estar con ellos, y a esto no se puede renunciar. Y estas cosas, aunque moleste decirlas, se aprenden en casa. Claro, dirán muchos, es que hoy en casa no hay nadie. Pues habrá que ver por qué y qué hacemos para que estén quienes allí tienen que estar.

En segundo lugar, y dado que la primera cuestión llevará su tiempo, si es que se afronta, se hace necesario contar en los centros escolares con una figura que está en peligro de extinción en nuestro sistema educativo: los especialistas. No los acreditados por las consejerías de educación con cursillos de 50 o 100 horas, no. Personas que han dedicado años de su vida a tratar trastornos de conducta, comportamientos violentos, respuestas disruptivas ante frustraciones o ansiedades varias. Los profesores no pueden valer tanto para un roto como para un descosido, como decimos en mi pueblo. No se puede apelar a la buena voluntad o a la suerte para atajar situaciones de acoso. ¿Qué ocurre aquí? Que los especialistas en este tipo de cuestiones cuestan dinero y es mucho más fácil, y barato, echarle el muerto a los equipos directivos, que mientras andan hundidos en papeles y en problemas de todo tipo, tienen que hacerle frente a situaciones graves de violencia escolar para las que no están preparados. Los burócratas irredentos dirán que si las órdenes de mediación, que si los proyectos de convivencia, que si esto y que si lo otro. El papel lo aguanta todo, y sin embargo aquí estamos y así estamos. Las partidas presupuestarias para TIC’s están muy bien (estas como cualquier otras), pero es preferible aprender en paz con una libreta que escondiéndose tras una pantalla para que no te llegue el escupitajo.

Hace dos años publiqué en este mismo medio un artículo en el que profundizaba en otros aspectos sobre el acoso escolar. Que tiempo después sigamos hablando de lo mismo, que la medida más importante del Ministerio de Educación haya sido poner un número de teléfono a disposición de las víctimas y que sigamos año tras año dando datos y opinando sobre esto sin atajar de forma seria el problema no sólo es sorprendente sino profundamente triste. Síntoma de una sociedad que ha perdido la perspectiva.

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