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Aquellas mañanas de miedo y pan tostado

José María García Linares

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Aunque ya nos hemos acostumbrado a levantarnos y a tostar el pan con alguna noticia sobre corrupción del PP, hubo un tiempo en que las mañanas amanecían tiritando de frío y de pavor y en la radio sólo se oían sirenas y voces balbucientes de personas que eran incapaces de comprender tanta violencia a sangre fría, tanta sinrazón. Esas mañanas etarras cargadas de bombas lapas, de tiros en la nuca, de ataques a cuartelillos de la guardia civil, de tiros en portales y de hijos llorando. Quién me iba a decir a mí, que bebía asustado mi café con leche con mi madre, que treinta años después iba a ser testigo de la disolución de la banda terrorista ETA como si de un funeral de estado se tratara. Cómo es posible que quienes sudábamos horror en esa calurosa tarde de verano pidiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco no estemos hoy celebrando con decidida alegría el fin de la banda armada (lo cual es un indicativo del modo de vida que padecemos, obsesionados únicamente por el crecimiento económico, priorizando sólo lo material, lo tangible, lo utilitario).

Pareciera que el PP nos arrebatara no sólo el presupuesto en sanidad o en educación, sino también en lo sentimental. A través de los medios están condicionando nuestro sentir, aplacando la satisfacción, como si liberarla pudiera desembocar en mares no deseados. Es verdad que en el Partido Popular no están para tirar muchos cohetes, pero desde luego tampoco como para convertir una magnífica noticia, una noticia deseada por millones de personas durante décadas, en un detalle circunstancial que apenas tiene relevancia, en un discurso avinagrado cercano, casi, a la pataleta. Se ve (se confirma, más bien) que la cuestión etarra le ha rentado al PP muchos votos durante todo este tiempo y ahora la cosa se pone regular. En fin, una muestra más de la poca inteligencia en la gestión de la identidad nacional, porque si algo une a esta diversidad de identidades que se llama España es el deseo de paz y de convivencia. Otra oportunidad perdida para unir. Debe de ser que en la confrontación se está más cómodo. O eso o que se es, verdaderamente, un inepto y un incapaz para gestionar cualquier cosa.

Y sorprende, al menos a mí, que no quiero olvidar, sino ser consciente de esos años de miedo e impotencia, porque son parte de mi vida y de nuestra historia común, que la noticia de la disolución de la banda armada haya quedado sepultada ante cuestiones verdaderamente secundarias. Una de ellas vuelve cada dos por tres a escenas. Soraya y Cospedal no se llevan bien. Vaya por Dios. Mire usted, mire usted qué pena, piensa uno mientras unta de mantequilla su tostada posmoderna. ¿Qué más da que estas dos se lleven mal? Un drama sí que fue que La Pantoja y Rocío Jurado no se soportaran y nos impidieran verlas cantar juntas en la Expo 92, pero esto… No se está en política para hacer amigos, y menos en el PP (que se lo digan a Cifuentes). Cospedal quiere más protagonismo, porque eso de comprar cada vez más armas no la motiva, y Soraya es la que tiene el poder, como si de un Master del Universo se tratara. Y no olvidemos que ambas señoras están trabajando (risas aceptadas) y que uno no va a su trabajo en plan buen rollo súperguay para irnos luego todos juntos a nuestra clase de pilates. El tema, lectores queridos, es estúpido y no tiene mucho más recorrido y aquí la dejo.

La segunda de las cuestiones de las hablaba es el famoso “os jodéis” que tanta polémica ha generado en estos días, como si fuera la primera vez que esta gentuza se mofara de sus conciudadanos y, sobre todo, de sus votantes. ¿A alguien le puede sorprender, viendo cómo están los hospitales llenos de camas por los pasillos, por ejemplo, que cierta clase política piense estas cosas? Se me está enfriando el café y no me queda mucho tiempo. Evidentemente lo escandaloso, por ordinario, es que se diga, que se emita, dirán algunos, pero eso es sintomático también de una sociedad que bajó los brazos hace mucho tiempo. Hombre, no está bien robar, pero si lo hacen, que no nos demos cuenta. Escandalizarnos por esto, es decir, por las imágenes de la cenutria esa muerta de la risa y no por nuestros niños hacinados en barracones, nuestros mayores calentándose con mantas en lugar de con calefacción y alumbrándose con velas para ahorrar luz parece una broma. Cómo nos molestan las palabras y los gestos públicos en lugar de los actos. Que estemos jodidos lo asumimos y lo aceptamos, pasotas como somos e insolidarios con los que sufren. Pero que se diga ya es otro cantar.

Las elecciones están a la vuelta de la esquina, al menos las autonómicas. ¿Actuarán en consecuencia todas estas personas que se sienten profundamente ofendidas y agraviadas? Tengo mis dudas… Desayunar así sigue siendo poco saludable.

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